Caso 1.- Doña Leticia (los nombres fueron cambiados pero los hechos son reales) se extrañó de que su hija del mismo nombre no pasó esa tarde a decirle que ya había llegado de su trabajo como lo hacía todos los días, pues sus viviendas estaban a una cuadra de distancia. Pasaban las 10 de la noche cuando acudió a la casa donde su hija vivía con su esposo y su hijo Alejandro de 16 años.
Abrió la reja pues tenía llave que le había dado su hija por cualquier emergencia, pero en ese momento vio que alguien apagó la luz y escuchó el cerrojo de la casa. “Mejor vuelvo mañana, creo que estoy siendo inoportuna”, pensó.
No pudo conciliar el sueño, pues tenía un mal presentimiento. A las cinco de la mañana regresó y entonces sí entró hasta la casa. Mayúscula fue su sorpresa cuando vio que la cama de la recámara principal estaba tendida.
Se percató de que la recámara de Alejandrito estaba asegurada por dentro, así que le tocó a la puerta. El muchacho salió muy nervioso, temblando. “Abuela, mis papás no llegaron en toda la noche, yo creo que ya los mataron”.
Tras una llamada a su teléfono celular, en cuestión de minutos llegó Eduardo, el otro hijo de doña Leticia. Ya con la claridad del día observó que había manchas de sangre en la casa pero habían sido lavadas.
Hasta ese momento lo único claro que tenían era la ausencia de Leticia y su esposo Javier, ambos contadores de profesión, así que doña Leticia y su nieto acudieron a la Fiscalía General de Justicia a denunciar la desaparición de la pareja.
El tío Eduardo se quedó en la casa y observó que había una hoja de cuaderno con lo que parecía ser una conversación, pues incluso estaba escrita con dos diferentes colores de tinta.
“Se va a bañar como en 20 minutos”, decía en color negro.
“Va, es que siento que va a estar cañón porque igual se mueve”, se leía en color rosa.
“Cuando se escuche en las escaleras la matas. Te preparas cuando se oiga la puerta”, contestaba.
El tío recordó que Alejandro no era hijo biológico de su hermana y su cuñado, sino que se los había regalado una sobrina de éste último, y que siempre había mostrado un comportamiento extraño.
Llegó a la Fiscalía y aprovechó un momento a solas con su sobrino para preguntarle con mucha seguridad “¿por qué lo hiciste?”
El adolescente primero lo negó, pero después comenzó a llorar y terminó por aceptar que había asesinado a sus padres adoptivos con la ayuda de su amigo Roberto, compañero del Colegio de Bachilleres donde ambos estudiaban.
Confesó que los mataron a cuchilladas, después los metieron en bolsas de basura y los llevaron a un terreno baldío en la colonia Cerritos de Ahuatepec a bordo de un coche que habían comprado esa misma noche con el dinero que le robaron al contador.
Y efectivamente, al mediodía de aquel 21 de febrero del 2019 se estaba llevando a cabo el levantamiento de dos cadáveres “embolsados” descubiertos por vecinos a unos pasos de la Base de la Ruta Siete, en Ahuatepec.
“Maldita inseguridad”, se escuchó entre los curiosos que observaban el levantamiento, sin saber que había sido su propio hijo adoptivo de las víctimas y un amigo, ambos adolescentes, los responsables de tan macabro crimen.
Caso 2.- En enero pasado Doña Martha llegó a visitar a su hija Karina a la casa que rentaba junto con su concubino, Raúl, en la colonia Otilio Montaño de Jiutepec. Quería ver a sus nietos, los hijos de Karina y Raúl, pero también a Nachito y Lázaro, de 4 y 5 años de edad, cuya madre era otra de sus hijas que lamentablemente cayó en las drogas y los dejó a cargo de su hermana y su cuñado.
¿Y dónde está Nachito? -preguntó la abuela-. Raúl y Karina intercambiaron miradas y guardaron silencio.
- Pues no habíamos querido decírselo pero, fíjese que se lo robaron -contestó por fin el hombre.
- ¿Cómo que se lo robaron? La otra vez que vine me dijiste que se lo había llevado tu mamá de vacaciones y ahora me sales con que se lo robaron. ¿Dónde está mi nieto?
- Sí suegra, deveras que nos lo quitaron de las manos. Ibamos a Yautepec y ahí en Cañón de Lobos que se nos cierra una camioneta y que se bajan unos tipos armados y que se llevan al niño.
La versión de su yerno no convenció para nada a doña Martha, sobre todo porque no presentaron denuncia por el supuesto robo del infante, así que ella acudió al Ministerio Público a denunciar la desaparición de su nieto.
Con la ayuda de una psicóloga fue interrogado el hermano mayor de Nachito. El niño de cinco años narró que sus tíos le pegaron a su hermanito y que le salió sangre por nariz, boca y oídos. Según el menor, al cuerpo de Nachito le prendieron fuego en el patio de la casa, pero los aludidos lo negaron, diciendo que todo era imaginación del niño.
Al carecer del cuerpo del delito la pareja no pudo ser procesada por homicidio, sino sólo por desaparición de persona. Aun así quedaron recluidos en el Penal de Atlacholoaya y el pasado 7 de febrero se les dictó el auto de vinculación a proceso.
El pasado martes unos vecinos de la pareja denunciaron a las autoridades que salía un olor fétido de un frigobar que estaba en el patio de una vivienda. El propietario de la casa explicó que hace unas semanas lo fue a ver Raúl, el esposo de Karina, y le pidió que le guardara ese refrigerador “porque nos vamos a cambiar de casa pero todavía no sabemos a dónde. Para no andarlo trayendo de aquí para allá ahí se lo encargo, luego vengo a recogerlo cuando ya tenga un lugar seguro”.
El casero no le vio problema pues su patio es grande. “Póngalo por ahí vecino”, le contestó, así que Raúl mismo cargó el frigobar herméticamente cerrado y lo colocó en donde no estorbara.
Al abrir el refrigerador las autoridades encontraron “seis bolsas en capas, conteniendo el cuerpo sin vida de un menor”.
Las dos historias -que parecieran salidas de un guion de una película de terror- ocurrieron aquí en Morelos, una en Cuernavaca y otra en Jiutepec, ambas en lo que va de este año. Es material para el análisis y la reflexión de psicólogos, psiquiatras y demás profesionistas para tratar de responder a la pregunta: ¿qué le está pasando a nuestra sociedad?
HASTA MAÑANA.