Noche del viernes 15 de noviembre en la Ciudad de La Habana. La capital de Cuba se viste de gala porque cumple 500 años de existencia, lo que refleja aún más sus contrastes, aunque ellos no lo perciban. Pasadas las 10 de la noche surgen en el cielo los juegos pirotécnicos que arrancan expresiones de júbilo en los niños y lágrimas de nostalgia entre los habaneros que abarrotan el Malecón.
En la legendaria ciudad no se habla de otra cosa que no sean los 500 años de La Habana. Las calles han sido arregladas, las fachadas pintadas y el gobierno de Italia regaló un espectáculo de luces que asemejan la Vía Láctea, colocadas en una de las principales avenidas que llevan al Capitolio, también recién remozado e iluminado.
Los cubanos y turistas llegan al centro de La Habana cómo pueden. A bordo de “gua-guas”, que son autobuses unidos por un acordeón, similares a los metrobuses de la Ciudad de México; en “ruteros” que son coches (modelo 1950) que llevan una determinada ruta y suben a quien lleve ese rumbo (parecido a los taxis de Acapulco); o bien, los “cocotaxis”, que son triciclos motorizados con techo en forma de bola, que nos recuerdan a los mototaxis de Xoxocotla.
En el centro las calles recién adoquinadas sirven de escenario para mostrar al mundo que pueden convivir en un mismo lugar personas de raza auténticamente afro, con rubias y morenas claras. Es un verdadero espectáculo ver pasar a la gente tan estéticamente perfecta, de todos los colores de piel y ojos, y todas las combinaciones que puedan existir.
Y como decimos los mexicanos: “juntos pero no revueltos”. Aunque la constitución establece que gracias a la revolución de Fidel Castro todos son iguales en Cuba, la realidad es que a los blancos se les puede ver cenando en restaurantes caros, mientras los de piel oscura manejan los taxis y limpian las calles.
Pero hoy todos los habaneros están felices porque su ciudad cumple años. Así lo reflejan los periódicos diarios (El Granma y Juventud Rebelde), la radio y los cuatro canales de televisión que captan sus antenas.
En todos esos medios aparece el discurso del presidente Miguel Díaz Canel Bermudez:
“Hace medio milenio que se fundó aquí la villa de San Cristóbal de La Habana, la que desde entonces sería punto de llegada y de partida, de encuentro y de permanencia en este mundo que llamaron Nuevo los que no lo conocían. Pero así lo llamaron bien, porque siempre hay algo sorprendente de este lado del Atlántico, donde nuestro archipiélago es llave y puente, puerta o muralla, según quien llegue y con los ánimos que llegue. Abierta, hospitalaria, amable y solidaria para los amigos. Cerrada, infranqueable, invencible para quienes intenten someterla”.
“Díaz Canel es el que aparece en los actos públicos, pero quien sigue mandando es Raúl Castro”, dice en voz baja un amigo periodista cubano.
El discurso oficial habla de las bondades de esta ciudad y los medios lo reproducen tal cual, sin atisbos de crítica ni entrevistas con ciudadanos que piden que “ojalá así fuera siempre”.
“Ciudad de las ciencias, de la danza, del cine, la literatura, de significativos eventos deportivos, culturales, de amistad y solidaridad con los pueblos de África, Asia y América Latina, también puede considerarse hoy a La Habana como ejemplo de la resistencia contra el neoliberalismo y el imperialismo, punto de encuentro de todos los que en el mundo defienden la justicia, la democracia verdadera, esa que contempla la suerte de los pobres de la tierra y no solo de las élites económicamente poderosas y también de todos los que creen que es posible un mundo mejor, sin injerencias ni dominaciones imperiales”, continúa Miguel Díaz-Canel.
Y remata: “Esta es también, hace 60 años, la ciudad de la dignidad, bastión de la resistencia al bloqueo más prolongado, injusto y genocida que se haya aplicado contra todo un pueblo por un poderoso imperio”.
El discurso habla de igualdad, pero los habaneros no disfrutan de la misma manera la celebración. Para los ricos (funcionarios e invitados especiales como el Rey de España) hay un evento en el Capitolio, para lo cual cerraron todo el primer cuadro de la ciudad y sólo pasan los que tienen invitación.
La gente del pueblo se reúne a todo lo largo del Malecón y escucha grupos musicales mientras toma cerveza “Bucanero” o hacen largas filas para comprar una Heineken (que trae el logotipo oficial de los 500 años de La Habana). Los extranjeros abarrotan “La Floridita” y “La Bodeguita del Medio”, o bien disfrutan de un espectáculo de cabaret en el exclusivo hotel “El Nacional”.
Los auténticos habaneros hacen una fila enorme para participar en un extraño rito: caminar en torno a un árbol llamado “ceiba” agradeciendo los favores recibidos y pidiendo que les vaya mejor en el futuro.
Termina la celebración del aniversario de la ciudad y comienza el viacrucis para el regreso. La gente literalmente se pelea por un taxi, los camiones van a reventar y algunos prefieren caminar kilómetros o esperar a que amanezca.
El transporte es uno de los más graves problemas de La Habana. Vemos escenas que nos recuerdan Cuernavaca hace 40 años, con personas empujándose para caber en un camión.
Comprar una botella de agua, un cepillo de dientes o un rastrillo requiere recorrer toda la ciudad, y es imposible (nos consta) conseguir un refresco de toronja para preparar una “paloma” con tequila. Por cierto, el tequila que venden en Cuba es marca “Tolteca” que jamás hemos visto en México.
El servicio bancario también nos recuerda a México cuando López Portillo nacionalizó la Banca y sólo había Banamex, Bancomer y Banco del Atlántico. El Banco Metropolitano de Cuba abre a las 8:30, pero desde las siete ya hay gente formada.
Ese es el común denominador en Cuba: “las colas” en todos los comercios o servicios. Escasea todo y hay que formarse para poder acceder a los productos más básicos.
Pero parecen vivir felices. Así han vivido toda su vida y no pueden extrañar lo que nunca han tenido, además de que la mayoría de las familias tiene parientes en Miami o en México, de quienes reciben remesas que les permite adquirir algunos productos que sería imposible comprar con sus raquíticos sueldos.
Lo primero que se compran o que piden que les manden es un teléfono celular. Ahora ya casi todos los jóvenes de La Habana cuentan con uno, pero tienen que comprar tarjetas de 10 pesos para tener internet inalámbrico.
El servicio de internet en los hoteles es pésimo. Viene y se va en forma intermitente, así que hay que estar alerta para cuando está abierto y poder mandar ésta columna.
HASTA MAÑANA.