Ser amiga o amigo, novia o novio o incluso esposa o esposo de una persona narcotraficante no representa por sí solo un delito, a menos que la relación incluya la colaboración para “blanquear” el dinero mal habido. De ahí que todo el escándalo generado a partir de la difusión del último libro de Anabel Hernández es sólo eso: un distractor bastante efectivo para que la gente no reflexione sobre las cosas realmente importantes que están ocurriendo en nuestro país.
Es un “show” que a todos conviene. ¿Cuántas revistas se habrán vendido exponiendo la supuesta relación de Galilea Montijo con el narcotraficante Arturo Beltrán Leyva? ¿Cuántos spots se habrán vendido en el espacio cibernético en el que Galilea Montijo negó haber tenido una relación con el capo? Y sobre todo: ¿cuántos libros llevará vendidos Anabel Hernández?
Conocimos a Anabel Hernández hace ocho años cuando nos tocó participar en la presentación de su libro “Los Señores del Narco” organizado por Nacho Suárez Huape (QPD) en el vestíbulo del viejo Congreso Local de la avenida Matamoros. Nos tocó compartir el presídium con la entonces diputada perredista Hortencia Figueroa, el abogado José Luis Urióstegui Salgado y la autora, quien acababa de saltar a la fama después del “toallagate”, como se le denominó al escándalo en la presidencia de la República al conocerse que la primera dama, Martha Sahagun, compraba toallas de 13 mil pesos.
Desde entonces sostenemos que Anabel Hernández no es una mujer común. Desde nuestro punto de vista muy personal, consideramos que le afectó demasiado el secuestro y asesinato de su padre, en diciembre del año 2000.
Desde entonces Anabel perdió esa característica propia del ser humano que se llama miedo. Es una mujer que investiga y escribe sin una pizca de miedo sobre los narcos de este país, pero “agarra parejo”.
La cobertura del narcotráfico en este país funciona así: un periodista se hace amigo de un capo y escribe lo que éste le cuenta, obviamente a su conveniencia, y redacta todas las atrocidades que hace el cártel contrario. El cártel contrario contacta a otro periodista, y le pasa toda la información del grupo antagónico con la condición de que no escriba cosas en contra de quien le está proporcionando los datos.
Otros más se hacen amigos de los funcionarios encargados de combatir el narcotráfico y realizan unas verdaderas novelas en las que los jefes policiacos son los héroes, evitando poner en entredicho las acciones de los servidores públicos.
Y entonces llega Anabel Hernández y “encuera a todos”, sin distinción alguna.
Eso lo pudimos comprobar al leer el libro “Los Señores del Narco”, donde la escritora hace una relatoría de cómo han funcionado los diferentes grupos de delincuencia organizada que se mueven en nuestro país y allende nuestras fronteras, desde los tiempos de Ernesto Fonseca “Don Neto”, la primera detención de Joaquín Guzmán y Amado Carrillo Fuentes.
Dedica una buena parte a nuestra entidad, al mencionar que en octubre de 2001 (siendo gobernador del estado Sergio Estrada Cajigal) se llevó a cabo en Cuernavaca y en el Distrito Federal un concilio histórico entre los miembros de la organización del Pacífico. “La sede morelense resultaba significativa porque había sido uno de los lugares preferidos de Amado Carrillo para realizar sus operaciones, así como su lugar de residencia”, decía Anabel en su libro.
“En el encuentro participaron más de 25 narcotraficantes, entre ellos los líderes: Ismael El Mayo Zambada, Vicente Carrillo Fuentes, Vicente Zambada Niebla, Ignacio Coronel Villarreal, Marcos Arturo Beltrán Leyva y Alfredo Beltrán Leyva, en representación de Juan José Esparragoza Moreno, El Azul. También acudieron Armando Valencia Cornelio y un representante de la organización de los Amezcua. No se sabe a ciencia cierta dónde específicamente ni cuando ocurrió la cumbre, pero por los usos y las costumbres de los capos mexicanos, indudablemente todos llegaron armados hasta los dientes. A pesar de que el comienzo debió respirarse mucha tensión, se llevó a cabo el concilio, y seguramente fue rematado con una larga parranda”.
¿Y cómo nos fue a los periodistas morelenses en ese libro? Juzgue usted:
“En la narconómina de “El Barbas” (Arturo Beltrán Leyva) se hallaba un elemento de la PFP cuya clave es “Oficial”, además de un elemento de la PJE con la clave “Vale”, así como cinco elementos de la SSP del estado, tres de los cuales aparecen con las claves “Margarito”, “Chapito” y “Sapo”. Según la lista, a todos ellos les pagan cinco mil dólares mensuales.
“Asimismo, se descubrió que los Beltrán Leyva gastaban o gastan mensualmente en Morelos 1.8 millones de pesos en sobornos a medios de comunicación y periodistas (a mí que me esculquen). Y cuentan con una extensa nómina de informantes a los que se les paga la cantidad de dos mil pesos, sin especificar si son diarios, semanales o mensuales.
“La información asegurada en el operativo reveló que “El barbas” pretendía que Cuernavaca se convirtiera en “la Suiza de México, en donde haya un clima de tranquilidad y sus familias puedan vivir en paz, para lo cual ya habían comenzado con una limpia en el lugar, similar a la que se realizaba en el municipio de San Pedro Garza García, Nuevo León”.
Esa versión me la han confirmado ex comandantes de esa época: que Beltrán Leyva (al igual que su lugarteniente Edgar Valdez “La Barbie”) se paseaban en antros y restaurantes de Cuernavaca disfrazados de empresarios exitosos.
En ese libro da a conocer una lista de los policías, tanto estatales como ministeriales y federales, que cobraban en la nómina de Beltrán Leyva. Y nunca les hicieron nada.
Por eso sostenemos que los artistas mencionados en el libro de Anabel Hernández deben considerarlo hasta de promoción gratuita, pues no les representará ninguna molestia en el plano legal.
Desde siempre, las mujeres de la farándula (y ganadoras de concursos de belleza), han sido muy solicitadas por los delincuentes en turno. Sergio Núñez Falcón, ex actor y quien ejerció el periodismo en sus últimos años en Morelos, solía contarnos de cómo las “vedettes”de aquellos tiempos eran enviadas por los directivos de Televisa a las fiestas de “El Negro Durazo” y sus amigos narcos.
Incluso actualmente, amigos que tienen sus grupos musicales nos cuentan cómo son contratados para tocar durante horas en ranchos desconocidos. “No nos vamos a negar, sobre todo en estos tiempos de pandemia, a ir a una fiesta a hacer lo que sabemos: cantar y tocar”, nos dicen.
Y tienen razón. Imagínense que tuvieran responsabilidad los meseros, personal de limpieza y cocineros, que son contratados para trabajar sin saber que el dinero con el que les están pagando proviene de actividades ilícitas.
HASTA MAÑANA.