“Mire, mi teniente coronel, para el acto de la Universidad quiero acudir solo. No habrá escolta y no quiero que usted o sus ayudantes porten armas o radios que los identifiquen ante los muchachos; eso se podría entender como un acto de provocación. Tampoco quiero que esté presente el Estado Mayor: lo quiero a usted solo”, le dijo Luis Echeverría a su escolta Jorge Carrillo Olea.
Ninguno de sus asesores se atrevió a contradecirlo, y él, sin ningún cargo que lo respaldara, no pudo convencerlo de que todavía estaban frescos los recuerdos de lo acontecido en Tlatelolco en 1968 y en San Cosme en 1971, el llamado “Halconazo”.
Cuando el líder estudiantil José Murat (quien años después sería gobernador de Oaxaca), le hizo la invitación al presidente de la República para que asistiera a aquel evento el 14 de marzo de 1975, se discutió entre algunos miembros del gabinete la conveniencia del acto, siempre ante el presidente, supuestamente para enriquecer sus criterios.
“Las opiniones eran muy rebuscadas, unas más acomedidas y otras menos moderadas, pero todas encaminadas a agradar al jefe del Ejecutivo”, escribió Carrillo Olea en su libro “Torpezas de la Inteligencia”.
Lo único que hizo el entonces jefe de seguridad del presidente fue ubicar cuatro o cinco automóviles y una camioneta Van pintada como si fuera una distribuidora de pan Bimbo, pero que en su interior llevaba personal médico de emergencia.
Todo estaba en orden cuando los estudiantes llenaron aceleradamente el auditorio. El barullo era terrible, los corredores estaban atestados, pero no había señalas de amenaza alguna.
“Sin embargo, pocos minutos antes de la llegada del presidente, escuché estruendos en la parte de arriba; un grupo golpeaba las puertas de acceso de la galería y, finalmente, las rompió. Enseguida entró una turba de muchachos haciendo mucho ruido. El clima se calentó y mi preocupación creció.
Jorge Carrillo Olea narra cómo sacó de ese auditorio al presidente Luis Echeverría cuando una muchedumbre comenzó a romper los vidrios con tepalcates de los macetones que habían roto previamente, uno de los cuales le dio al presidente en la frente y lo hizo sangrar.
“A mi izquierda localicé una ventana, de las llamadas ojo de buey, y me lancé de cabeza por ella sin saber exactamente su altura o sobre qué caería. Me condujo a una puerta de lámina negra: la salida de la escalera de emergencia. Golpeé fuerte con los puños y grité: “Señor presidente, señor presidente”. Y él contestó desde adentro: “¿Mi teniente coronel?”, “¡Sí, abra usted la puerta!”, grité. Lo hizo y se produjo en mí una sensación inenarrable: el titular del Ejecutivo estaba propiamente en mis manos, todavía indemne, sin daño alguno, pero acosado por las circunstancias”.
Prácticamente en vilo llevaron al presidente al estacionamiento y no alcanzaron a llegar a donde estaban los vehículos oficiales, sino que al entonces coronel Carrillo Olea se le ocurrió utilizar un vehículo Maverick rojo que su propietario (un muchacho dedicado a imprimir tesis y que esa tarde debía entregar varias) ya había puesto en marcha para huir de la revuelta estudiantil, pero que finalmente sirvió de vehículo de escape para un mandatario repudiado.
“El presidente reía a carcajadas. Llegamos al final del estacionamiento y aprovechamos una especie de rampa de tierra para brincar la banqueta y entrar en una mezcla de floresta y pedregal, tan propia de la Ciudad Universitaria. Desde luego, yo no sabía, porque nunca lo calculé, a dónde llevaba aquella brecha. Lo único seguro era que nos alejaba de los estudiantes que aún nos perseguían. Luego de un kilómetro, llegamos a Insurgentes, pero en sentido contrario”.
Relata que el presidente se carcajeaba y gritaba: “¡Igual que en Los Intocables!”. ¿Por qué lo hacía? El autor del libro no lo sabe, pero supone que era porque el presidente se sentía seguro y confiaba plenamente en su equipo de seguridad, por lo que se le hacía divertido todo lo que estaba pasando.
Para quienes no fue divertido fue para su familia y gabinete, pues durante casi una hora (tomando en cuenta que no existían teléfonos celulares) el presidente de la República estaba “desaparecido” tras un incidente con estudiantes. Ya en la residencia oficial de Los Pinos, la reacción del presidente de la República dejó estupefacto al que años más tarde sería gobernador de Morelos:
“Quiero ver una película después de comer. Busquen al proyeccionista”, ordenó el presidente.
Luis Echeverría Álvarez gobernó el país de 1970 a 1976, un sexenio que se caracterizó por la represión a estudiantes, la persecución a líderes de la guerrilla, la crisis económica y la expulsión de los reporteros del periódico Excelsior, lo que dio origen a la revista Proceso.
Y también fue el primer presidente “mesiánico” al que le gustaba que lo compararan con el benemérito de las Américas, Benito Juárez García, y soñaba con ser un líder mundial, para lo cual negoció que al término de su mandato fuera designado embajador de México ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Años después se retiró de la política y vivió de la pensión vitalicia para ex presidentes en su enorme residencia de Cuernavaca, hasta el pasado viernes 8 de julio, cuando su corazón se cansó de latir. Su última aparición en público fue el 16 de abril del 2021 en Ciudad Universitaria, cuando se formó como cualquier otro ciudadano para recibir su vacuna contra el COVID. Desde 2018 ya no recibe la pensión por órdenes del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Su escolta, aquel joven jojutlense que lo sacó de Ciudad Universitaria, hizo carrera en la Milicia hasta llegar a rango de general, luego se retiró del Ejército y se hizo cargo del Centro de Investigaciones y Seguridad Nacional (CISEN), y del Instituto de Combate a las Drogas.
Jorge Carrillo Olea fue designado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) como su candidato a la gubernatura de Morelos en 1994, proceso electoral que ganó fácilmente, asumiendo el cargo ese mismo año.
Sin embargo, el 12 de mayo de 1998 presentó su licencia al Congreso local obligado por un movimiento social orquestado desde la presidencia de la República (en ese momento encabezada por Ernesto Zedillo Ponce de León) y la amenaza de someterlo a juicio político.
HASTA MAÑANA.