“Si Don Lauro viviera”, es una frase que el que esto escribe escucha con frecuencia en personas que hoy superan las seis décadas de edad, y quienes aseguran que el sexenio 1982-1988 fue el mejor en la historia de Morelos. No nos consta. Quizás -como dice el dicho- “cada quien habla de la feria como le fue en ella”, y lo cierto es que la gran mayoría de los que hoy hablan maravillas de él, gozan de una pensión jubilatoria que les permite vivir holgadamente.
De las anécdotas que nos han contado quienes trabajaron con el médico nacido en el Distrito Federal y avecindado en el municipio de Xochitepec hasta su muerte en 1999, arribamos a la conclusión de que Don Lauro fue un político de talla nacional al que el presidente José López Portillo impuso como candidato del PRI en Morelos, de la misma forma que su antecesor, Luis Echeverría, lo hizo con Armando León Bejarano. Ninguno de ellos -médicos de profesión, por cierto- tenía arraigo en Morelos antes de ser candidatos.
La diferencia estribó en el estilo personal de gobernar. Mientras que León Bejarano era déspota y soberbio, Don Lauro era astuto y populista.
Ambos llegaron con el estigma de ser “políticos golondrinos” como la prensa local calificó a aquellos personajes de la política nacional que trabajaban en la capital del país y tenían sus casas de fin de semana en Morelos con la esperanza de ser designados como candidatos a algún cargo de elección popular por esta circunscripción electoral.
La diferencia -insistimos- es que mientras Bejarano vino a disfrutar de las ventajas de pertenecer a un sistema político presidencialista, Lauro Ortega llegó “a la conquista de los morelenses”, aprovechando sus relaciones políticas con el centro del país para realizar obras y programas que lo hicieron ver -hasta la fecha- como el mejor gobernador que haya tenido el estado de Morelos.
Muchos de esos programas fueron populistas en el mejor sentido de la palabra. Tan es así que años más tarde fueron copiados por el gobierno federal para atender a los sectores más desprotegidos. También, Don Lauro se hizo famoso por resolver “ipso facto” los problemas que le planteaban, lo que era reproducido profusamente por todos los diarios de este estado y semanarios que brotaron como hongos durante ese sexenio.
Uno de esos actos populistas ocurrió en 1983, cuando “de un plumazo” el entonces gobernador desapareció a toda la Policía Judicial del Estado. Sí, así como lo leen. Un día esta entidad amaneció sin policías judiciales. Fue la noticia de ocho columnas en todos los diarios locales que causó mucho revuelo.
La decisión se tomó tras las incontenibles quejas de la ciudadanía en contra de la corporación que encabezaba un personaje llamado Luis Villaseñor Quiroga, impuesto desde la Secretaría de Gobernación. La versión que circulaba sobre ese señor es la misma que ha rodeado a todos los jefes policiacos de las últimas décadas: que era el jefe de los delincuentes.
Y lo que parece ser una regla en la Policía: de acusador pasó a ser acusado, y por lo tanto a la cárcel. Sí, Villaseñor Quiroga estuvo en la cárcel, lo mismo que años más tarde Jesús Miyazawa, Armando Martínez, Roberto Quintero, Alberto Pliego y Agustín Montiel, hasta donde tenemos registro.
Pero si la medida de despedir a todos los policías judiciales causó conmoción en la sociedad morelense de los años ochentas, la solución a la falta de elementos que auxiliaran al Ministerio Público provocó todavía más reacciones favorables: contratar en lugar de esos policías judiciales, a estudiantes de la carrera de Derecho, preferentemente de la UAEM.
La idea era excelente. Los policías judiciales eran hombres malencarados con botas vaqueras y cinturones “pitiados”, que apenas sabían leer y escribir; los nuevos elementos eran jóvenes con preparatoria terminada y algunos semestres de la carrera de Derecho, es decir, tenían noción de lo que años más tarde se oficializaría como “derechos humanos”.
Pero no sólo eso, LOM designó como jefe de la corporación a Jesús Vallejo Jiménez, un respetado catedrático de la Escuela de Derecho cuya rectitud y honestidad no dejaba lugar a dudas.
En menos de una semana la Procuraduría de Justicia se llenó de jóvenes de pantalones “acampanados”, camisas de moda y tenis, algunos melenudos como se acostumbraba en esos años, muchos de ellos hijos de funcionarios del gobierno estatal.
Con esa medida la popularidad de Don Lauro se fue a las nubes y hasta en algunos medios nacionales lo pusieron como ejemplo para combatir la corrupción y la inseguridad.
Los jóvenes estudiantes mostraban muy buena disposición, y además les encantaba andar armados, más cuando iban a clases o a visitar a sus respectivas novias. Se creían protagonistas de aquellas series policiacas norteamericanas que comenzaban a transmitirse por el Canal Cinco de Televisa.
Sin embargo, no resultó tan eficiente como se pensaba en un principio. Los nuevos policías respetaban las garantías individuales de los detenidos, pero no había efectividad en las investigaciones. Ahí fue cuando se dieron cuenta que para atrapar a un delincuente había que pensar como ellos…o ser uno de ellos.
La gota que derramó el vaso fue la muerte de dos elementos de esa nueva camada de la Policía Judicial. Según referencias de quienes vivieron de cerca ese episodio, la primera baja fue Jesús Morales Rangel, recién egresado de la carrera de Derecho, muerto de un disparo que él mismo se dio con su arma de cargo mientras la limpiaba un domingo por la mañana en su domicilio de la colonia Chapultepec.
Posteriormente, Gabriel Plata Valencia murió en un enfrentamiento con asaltantes. El temor de que les ocurriera lo mismo hizo que la mayoría de policías-abogados renunciaran al puesto, convencidos de que lo suyo no era perseguir delincuentes, sino divorciar gente o cobrar deudas bancarias.
Excepcionalmente algunos se quedaron en la Procuraduría pero como auxiliares de agentes del Ministerio Público y fueron ascendiendo hasta alcanzar cargos importantes. Jesús Vallejo Jiménez retornó a dar clases y posteriormente se incorporó al Tribunal Superior de Justicia como magistrado.
Lo anterior es una muestra de que no hay una solución mágica al problema de la inseguridad y la persecución del delito. Ya tuvimos como jefes policiacos a abogados, militares, policías judiciales, federales, marinos, y ninguno ha podido acabar con la delincuencia.
Para que lo tengamos presente ahora que se acercan las elecciones y vendrán muchos a pedirnos el voto con la promesa de que terminarán con secuestros, asaltos y homicidios en 18 meses o menos.
HASTA MAÑANA.