Ahora que está de moda el tema de Genaro García Luna y su relación con los capos del narcotráfico relatado por los testigos protegidos en una Corte FEderal de Estados Unidos, podemos percatarnos que muchos de esos hechos ocurrieron en territorio morelense, donde tenían mansiones tanto el hoy procesado como Arturo Beltrán Leyva, Sergio Villarreal “El Grande” y Edgar Valdés “La Barbie”.
En el 2006 Morelos gozaba de una paz social que nos envidiaban los estados vecinos. Los delitos de alto impacto como los secuestros y homicidios dolosos estaban muy por debajo de la media nacional. Sí había ejecuciones, pero de sujetos que amanecían con una cartulina que decía “por andar de robacoches”.
Años más tarde nos enteraríamos que esa tranquilidad no se la debíamos al gobierno del estado, —en ese tiempo en manos del médico Marco Antonio Adame Castillo—, sino a que teníamos como vecino permanente al llamado “Jefe de Jefes”, y que la policía estaba a su servicio para escoltar sus traslados entre sus casas del municipio de Emiliano Zapata, Los Limoneros y la casa de “Las Quintas”.
Por eso es que no nos sorprende lo que declara Sergio Villarreal “El grande”, pues parte de esas historias ya las leímos en el libro “El señor del Narco” de Anabel Hernández, quien incluso publicó una lista de los comandantes que estaban en la nómina de Beltrán Leyva, tanto de la Policía Municipal, estatal, federal y el Ejército.
Y mientras releemos las páginas de ese libro y las notas que muchos medios de comunicación están publicando con motivo del juicio a Genaro García Luna, vienen a nuestra mente muchos “flash back” que vivimos en persona, lo que nos produce una expresión involuntaria de “Ah, con razón”, o “ahora todo tiene sentido”.
Por ejemplo, cuando nos decían nuestros amigos meseros de “El Clásico” que era muy común que llegara un muchacho alto y güero casi siempre acompañado de hermosas mujeres y que le reservaban un lugar especial, además de que llevaba guaruras que lo seguían hasta el baño. Le decían La barbie.
O bien, la anécdota que nos contó un elemento de la Policía Municipal de aquella vez que un comandante llegó a las instalaciones de la Unidad Mixta de Atención al Narcomenudeo (UMAN) que se ubicaba en la avenida San Diego de la colonia Delicias con tres muchachos detenidos. Uno de ellos iba golpeado, pero estaba tranquilo, así que los policías procedieron a interrogarlos para saber a qué cártel pertenecían.
El más joven de ellos pronunció cuatro palabras que hizo que todos los presentes hicieron una expresión como si hubieran visto al diablo. “Soy hijo del Grande”, dijo. De inmediato le permitieron hacer una llamada y al poco rato llegó el hoy famoso narcotraficante recluido en una cárcel de la Unión Americana con una estatura cercana a los dos metros de altura, y sin preguntar nada se lo llevó ante la mirada estupefacta de agentes del MP y policías de los tres niveles. Cuentan que al otro día el comandante que hizo la detención llegó con una bofetada marcada en la mitad de la cara, pero agradecido de que le hubieran perdonado la vida.
De no haberle entregado al muchacho hubiese ocurrido lo mismo que el martes seis de abril del 2010, cuando alrededor de las 20:40 horas, tras una ráfaga de balas, varios sicarios a bordo de tres camionetas marca Ford, tipo Lobo, colores negro, blanco y azul, derribaron el portón de la UMAN y mataron al guardia de seguridad privada.
Personal de la entonces Procuraduría de Justicia, Policía Ministerial, Policía Municipal de Cuernavaca y del Estado se tuvo que tirar al piso para evitar que los alcanzara la lluvia de balas.
“Según fuentes extraoficiales, los matones intentaban rescatar a Daniel Armando Cifuentes Ramos de 20 años de edad, originario del estado de Chihuahua, quien fue aprehendido por elementos del Ejército Mexicano, en una casa de seguridad de la colonia Ciudad Chapultepec de la capital del Estado, en donde también se encontraron armas y droga”, reportó en esa fecha nuestro compañero Alejandro López.
Sin embargo, otra fuente nos dice que el delincuente al que querían rescatar nunca estuvo en la UMAN, sino que lo trasladó la Policía Federal Preventiva directamente a las instalaciones de la SIEDO en el Distrito Federal, por eso sus compañeros no lo encontraron en Delicias ni tampoco en las oficinas de la PGR en Chipitlán, que también fueron rafagueadas casi en forma simultánea.
Recordemos que Genaro García Luna era vecino del estado de Morelos. Aquí vivía su hermana Rosa, quien estuvo en la nómina de la Secretaría de Seguridad Pública durante todo el sexenio de Adame Castillo, y su hermano (muy parecido a él) atendía personalmente la cafetería Los Cedros (antes Chelys) a una cuadra de Plaza Cuernavaca.
El episodio (que ya hasta salió en una serie de Netflix) en el que sicarios de Beltrán Leyva lo secuestraron y luego lo regresaron, fue un “secreto a voces” entre los periodistas morelenses.
Paco Guerrero, ex corresponsal de La Jornada y ex director de La Jornada Morelos, escribió ayer en su muro de Facebook ese vergonzoso pasaje:
“…supimos que Genaro García Luna vino a Cuernavaca y de aquí se fue a Tepoztlán, venía en un convoy de tres camionetas blindadas. En el camino entre Ahuatepec y Santa Catarina la gente de Beltrán Leyva (que entonces vivía en Cuernavaca) había puesto un retén que impedía el paso. El convoy de García Luna se tuvo que detener y al querer dar la vuelta para regresar a Cuernavaca, se dieron cuenta de que los habían venido siguiendo más camionetas de la gente de Beltrán Leyva y les habían bloqueado la retirada, ante esto tanto García Luna, como los agentes/guaruras que lo acompañaban para protegerlo se tuvieron que entregar a la gente de Beltrán Leyva. Al funcionario se lo llevaron con dirección a Tepoztlán y nunca supimos para que, a donde específicamente y con qué motivo. A sus guaruras los dejaron libres, pero sin sus armas. La gente de Beltrán Leyva se retiró y los guaruras unos se fueron a la Ciudad de México y otro se regresaron a Cuernavaca porque eran de la Procuraduría de aquí y estaban prestando apoyo. Al día siguiente Víctor Hugo Bolaños me habló y me dijo que había contactado a un agente de la Procu que participó en esa acción y que si lo acompañaba porque no quería ir solo. Fuimos y efectivamente ahí estaba el agente y estaban también dos compañeros periodistas; y el policía nos contó lo que había pasado, nos pidió no publicar su nombre, que hasta la fecha hemos guardado. Hicimos la nota, con la información que narro en los primeros párrafos y no salió publicada en ningún medio. Surgió la mano negra que todo tapaba”, recuerda el veterano periodista.
Años más tarde el episodio sería contado por los periodistas Ricardo Ravelo y Jesús Lemus en sus respectivos libros, así como la escritora Anabel Hernández.
Y ayer, en calidad de testigo y ante un Jurado de Brooklyn, el Grande aclaró que el supuesto secuestro, en realidad se trató de una reunión en la que Arturo Beltrán Leyva quería conocer algunas cosas y hablarlas de frente con Genaro García Luna quien por razones imaginables había pospuesto el encuentro que por tercera ocasión se suspendió a última hora en la Ciudad de México, cuando habían acordado reunirse en una casa de seguridad ubicada en Coyoacán.
HASTA MAÑANA.