La voz del maestro de ceremonias retumbó en el vetusto edificio que alguna vez albergó la presidencia municipal de Cuernavaca: “Tenemos con nosotros a don Jorge Carrillo Olea, ex gobernador del estado de Morelos”, dijo Arturo Aguirre. El aplauso que le siguió no fue nutrido ni con expresiones de júbilo, pero tampoco de desagrado. La concurrencia se portó a la altura de un evento de trascendencia histórica.
El Museo de la Ciudad de Cuernavaca (MuCIC) resguardará a partir del pasado martes una réplica del manifiesto al pueblo mexicano firmado por el General Emiliano Zapata Salazar el 25 de abril de 1918 y los testigos Fortino Ayaquica y Marcelo Caraveo.
Organizado por el Ayuntamiento de Cuernavaca que preside José Luis Urióstegui Salgado, la explicación del evento estuvo a cargo de Lya Gutiérrez Quintanilla, periodista e historiadora (también directora de Relaciones Públicas de Carrillo Olea) quien hizo una remembranza del viaje que ha hecho este documento para regresar a la entidad a partir de que el entonces embajador de México en Francia, Santiago Oñate Laborde, le avisó al gobernador morelense que el manifiesto de Zapata estaba siendo subastado en la casa Sotheby’s en Londres.
Lya Gutiérrez señaló que, si bien la intención del entonces gobernador era que el Manifiesto estuviera expuesto al ojo público en un museo, fue hasta 25 años después de su llegada que hoy esas dos cuartillas están expuestas en tamaño gigante, “nos mira y lo miramos y lo podrán mirar cuanta persona llegue al Museo de la Ciudad de Cuernavaca a partir de este día gracias a que un día lejano un gobernador se despidió de la gubernatura no sin haber recuperado este manifiesto para legarlo a todo el pueblo de Morelos”.
El General en retiro se sentó en la segunda fila del sillerío, pero al final del evento el alcalde lo invitó al escenario para que se tomara una fotografía frente al documento histórico, al lado del historiados Carlos Barreto Zamudio y Nadia Sonia Salazar Sánchez, sobrina nieta del ícono de la revolución, Emiliano Zapata.
Orgulloso como todo militar, el exgobernador rechazó la ayuda del coordinador de Comunicación Social del Ayuntamiento, Guillermo Correa, y caminó por sí solo hasta donde ya lo esperaban Urióstegui Salgado y Lya Gutiérrez.
El hombre de 85 años posó para las cámaras vistiendo pantalón y camisa de vestir, pero con zapatos de tela. Llevaba unos tirantes de los que se acostumbraban hace décadas y una cabellera rala que hacía resaltar el tamaño de sus orejas.
Siempre fue de baja estatura, pero en esta ocasión parecía hasta encorvado y sus palabras apenas se escuchaban.
Nada que ver con aquella imagen de cuando ganó las elecciones en 1994. Cuentan los reporteros que cubrían su campaña que —como si de pronto lo poseyera un espíritu— echaba a correr hasta 200 metros dejando atrás a toda la comitiva. Suponemos que lo hacía para demostrar vitalidad.
Su voz también era imponente y denotaba soberbia en cada palabra que pronunciaba. Los empresarios que participaron en su campaña recuerdan aquella vez que los citó a todos tras el triunfo avasallador en las votaciones de marzo de 1994. En lugar de repartir cargos como ellos esperaban, preguntó que si le debía algo a alguno de los presentes porque quería llegar a la gubernatura sin ningún compromiso.
Y se los cumplió. Salvo su secretario de Gobierno, Guillermo Malo Velasco, todos los demás miembros de su gabinete eran “fuereños” que habían trabajado con él en las diferentes instituciones federales que encabezó.
Los reporteros que cubrieron su campaña también recuerdan aquella vez que los hizo esperar para decirles que no les daría un solo peso. De hecho, quien esto escribe también guarda en la memoria aquel Día de la Libertad de Expresión que lo conmemoró con una reunión en el salón Gobernadores en la que se repartieron hojas de papel con temas que podían ser abordados por la prensa. Al cuestionar sobre el guion que se nos había entregado, el gobernador montó en cólera y rompió el documento.
Entre los presentes en el evento del Museo también había quienes habían sufrido los embates de su soberbia cuando era mandatario. Ahí, en silencio entre el público permanecía el ex rector de la UAEM, Alejandro Montalvo Pérez, médico al que JCO ordenó que le retiraran la jubilación del Instituto Mexicano del Seguro Social.
Montalvo Pérez ha contado a sus allegados que Carrillo Olea quiso imponer a Jorge Arturo García Rubí como su sucesor en la Rectoría a pesar de que la comunidad universitaria ya había llegado a un acuerdo para poner a Alejandro Pacheco o cualquier otro que lograra el consenso entre los consejeros universitarios. Defender la autonomía universitaria le costó a Montalvo unas horas en calidad de detenido y luego un autoexilio por varios años.
Una ausencia notoria en la presentación del documento histórico fue la de Uriel Carmona Sánchez, esposo de la notaria Marinela Gándara y padre del actual fiscal. En aquel tiempo, 1995, el entonces procurador Carlos Peredo Merlo, se atrevió a decirle que traía en su bolsillo la orden de aprehensión contra la notaria, y el maestro Carmona le dijo que él también traía un amparo en su bolsillo, seguido de una mentada de progenitora. Uriel sí podía ir, pero no quiso ver a Carrillo Olea.
El que sí quería estar presente pero le fue imposible asistir fue Matías Nazario Morales, su jefe de prensa durante los cuatro años de gobierno del general. Hoy presidente de un partido político, Matías fue quien lo acompañó aquel mayo de 1998 a Palacio Nacional para entrevistarse con el presidente Ernesto Zedillo a sugerencia del entonces secretario de Gobernación, Ignacio Labastida.
Nazario Morales lo esperó afuera, pero fue el primero en enterarse de que Zedillo le había dicho que lo más conveniente era que dejara la Gubernatura de Morelos dada las condiciones sociales que prevalecían en el estado.
Llegando a Morelos convocó a reunión urgente con sus más cercanos colaboradores a quienes anunció que ya se iba y que era necesario “operar la sucesión” para evitar que los demás partidos rompieran con el llamado “derecho de silla”.
Bajo esa premisa, el gobernador interino debía ser Juan Salgado Brito (delegado de Sedesol) o los senadores David Jiménez o Ángel Ventura Valle.
Sin embargo, al no haber sido tomados en cuenta, los diputados del PAN, PRD y algunos priístas, operaron para que se quedara el diputado Jorge Morales Barud a cumplir el periodo constitucional de los seis años.
Pero —como dijera el anuncio de la abuelita— esa ya es otra historia.
HASTA MAÑANA.