El domingo anulé mi voto para la elección presidencial. No fue una decisión a la ligera, fue el resultado de una reflexión en la que me tardé meses, y maduré en las últimas horas del sábado. Cuando llegué a la casilla la mañana del domingo ya estaba decidido: crucé toda la boleta donde venían los nombres de Claudia Sheinbaum, Xóchitl Gálvez y Jorge Álvarez Máynez.
Para llegar a esta decisión primero analicé el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Vi el video de cuando toma protesta en el Congreso de la Unión. Su discurso era tan esperanzador; nos hacía soñar con lo que siempre habíamos querido: un México sin pobreza, con servicios de salud no de lujo, pero sí con lo necesario; con oportunidades de crecimiento para los de la clase media, etc.
Debo confesar que en el 2018 voté por Andrés Manuel López Obrador. Y lo hice porque en los años anteriores, cuando le ganaron las dos primeras elecciones, la frase recurrente era: “Estaríamos mejor con López Obrador”.
Entonces pensé: “no me quiero morir con esa duda”. Al parecer muchas personas pensaron lo mismo, y en julio del 2018 pudimos ser testigos de un hecho histórico: la salida del PRI de Los Pinos y la llegada de una persona a la que nunca le han podido demostrar que se haya robado un peso en este país.
Pero casi inmediatamente vinieron las decepciones. La primera fue cuando le preguntó un reportero en las primeras “mañaneras” si daría marcha atrás a la cancelación del aeropuerto de Texcoco o a la construcción de la refinería si un experto le dijera que no es viable. “Yo lo convenzo”, contestó sonriente el presidente.
Luego vino la renuncia del primer secretario de Hacienda, y entonces entendí que, si bien no teníamos a un dictador, sí habíamos hecho presidente a una persona que no tiene la capacidad de aceptar que como humano puede equivocarse.
Bueno, sí admitió que se equivocó, cuando anunció que el Ejército se quedaría en las calles (tras años de criticar la militarización) porque se había dado cuenta que “me dejaron tan mal el país, que es necesario”. Ahí comencé a sospechar que esa siempre había sido su intención, y que su propuesta de desmilitarización fue sólo para obtener nuestro voto. Como quien dice, nos engañó.
Luego vino lo de sus hijos. Tres jóvenes sin oficio ni beneficio que de pronto se convirtieron en prósperos empresarios, y que el mayor tiene tan buena suerte que se enamoró de él una bella mujer que resultó tener influencias en empresas petroleras de Estados Unidos.
Algunos días me quedé a ver la conferencia matutina, y observé cómo es una especie de sesión de adoctrinamiento, donde le recuerdan a la gente cómo los gobiernos priístas y panistas (no pasa desapercibido que a Calderón lo culpa de todo y con Peña Nieto es benévolo) saquearon al país.
Pero, además, la mañanera es una forma de gobernar. Me dijo un funcionario de alto nivel que el presidente no recibe a nadie en su oficina, y que todos los servidores públicos deben estar atentos a lo que dice en su “homilía” porque ahí vienen órdenes que deben acatarse.
Lo que más me preocupó fue cuando comenzó a “balconear” en las mañaneras a los jueces de distrito que conceden amparos. El amparo es la única forma de defensa que tiene el ciudadano contra los actos de autoridad que le lesionan un derecho. Hoy, esta a punto de materializarse una reforma a la Constitución, que tiene como propósito que, en los juicios de amparo se elimine la posibilidad de que órganos jurisdiccionales resuelvan sobre la suspensión provisional cuando se esté en contra del orden público, el interés general o contra leyes generales expedidas por el Congreso de la Unión.
Sinceramente no creo que México se convierta en Venezuela o Cuba, tampoco que cambien la Constitución para permitir la reelección en la presidencia, pero sí veo muy peligroso que un partido tenga todos los votos necesarios para hacerlo.
La división de poderes está en riesgo, y si el Poder Ejecutivo pretende monopolizarlo, no será con mi voto.
También analicé el fenómeno Xóchitl Gálvez y no me convenció. Imagino que los poderosos de este país se reunieron y pensaron cómo contrarrestar la popularidad de Claudia Sheinbaum (me queda claro que siempre fue la candidata del presidente, y las supuestas encuestas fueron un engaño). Entonces vieron a la señora Xóchitl, que sí proviene de una familia indígena y hasta tiene nombre náhuatl, entrona y malhablada, y entonces imaginaron que podían inflarla hasta ponerla del tamaño de Claudia.
Pero atrás de esa señora de aspecto y lenguaje cómico, están los que saquearon al país las últimas décadas. Se me hizo de lo más deleznable que se juntaran los partidos políticos cuyas ideologías son diametralmente opuestas, y que se liaran con el único propósito de sacar a AMLO del poder.
Y finalmente está Jorge Álvarez Máynez, un sujeto que es títere de un señor que se llama Dante Delgado, que a su vez es comparsa de López Obrador, tan es así que intentó mandar como candidato presidencial a Samuel García, pero cuando vio el presidente que podía restarle votos a Claudia, le ordenó que pusiera a alguien con menos carisma. Y pusieron a Máynez.
Descartado Maynez, sólo quedaban dos opciones: el camino hacia el populismo y la dictadura, y por el otro lado el regreso de quienes se enriquecieron a costa de los pobres de México, para continuar saqueándolo.
¿Se han dado cuenta que todos los nuevos ricos de Morena lo primero que hacen es viajar a Paris y tomarse una foto con la Torre Eiffel a sus espaldas? Entonces pensé: ¿hacemos que los nuevos ricos cumplan su sueño de conocer París o permitimos que los millonarios terminen de conocer las ciudades que les faltan?
Ni una cosa ni la otra. Al menos no con mi voto.
- Una disculpa por escribir en primera persona. Sé que es periodísticamente incorrecto, pero lo hago una vez cada 365 días, en mi cumpleaños.
HASTA MAÑANA.