Para concluir con este texto, me gustaría dirigirme a ustedes en primera persona. Dejar atrás la impersonalidad y concentrarme en esbozar un par de consideraciones o sugerencias para que nuestro goce cinefílico se expanda y sea más profundo. En las pasadas entregas hablé de los rasgos que caracterizan a los diferentes tipos de cinéfilos.
Mi primera recomendación sería que apaguemos nuestro celular al momento de ver una película. Toda obra de arte -o creativa si consideran que no toda película es artística- exige y merece concentración; no sólo porque al usar nuestros aparatos nos perdemos detalles importantes o interesantes, sino porque lo que estamos viendo es fruto del esfuerzo de decenas o cientos de personas; es el destilado de años de espera, de frustración, de risas, de llantos, y de toda una serie de peripecias que se pasaron para producir dicho filme. Sin importar cuan holgado haya sido su presupuesto, hacer una película implica realizar un esfuerzo descomunal.
Por lo tanto, hay que tener mínimo de respeto y entregarnos a la película por completo, hagámoslo por quienes la hicieron posible, por la peli en sí misma, y por nosotros, para que nuestro gozo sea cabal. Además, no hay que olvidarnos de los otros, ya sea en una sala de cine o en nuestra casa, la luz de la pantalla de nuestros dispositivos móviles puede ser molesta y desconcentrar a otras personas, empezando por nuestros acompañantes.
La segunda recomendación sería que nos abramos a nuevas experiencias. Cada uno de nosotros tiene gustos muy específicos, y permitirnos ver filmes muy diferentes a los que solemos ver puede ser algo extraño, aburrido, molesto, pero también algo sorprendente, bello, y estremecedor. Hay un mundo inabarcable de películas esperándonos, y quedarnos solo con un tipo de ellas es perdernos una cantidad enorme de posibilidades estéticas inmensa. La capacidad de asombro necesita ser practicada, estimulada a través de ejercicios tan simples como romper con la rutina, como esforzarnos por mirar las cosas de otro modo, contaminarnos de ideas y sensaciones diferentes a las que estamos habituados. De eso se trata la vida y por extensión el cine. Hay que darnos chance, como cinéfilos de probar de todo, y no hacerlo a secas.
Recuerden, que como mencionamos en textos pasados el que practica la cinefilia usualmente indaga más información sobre las películas que ve: ya sea, sobre su temática, contexto histórico, movimiento artístico al que pertenece, impacto, talento involucrado, etc. Si algo le agradezco al cine, es esa posibilidad de recreación, es decir, de hacerme y deshacerme una y otra vez. Estamos demasiado acostumbrados a que los filmes nos diviertan, pero en realidad, una de sus funciones principales es la de orillarnos a pensar nuevamente y de forma distinta la vida, el arte y cuanta cosa nos evoque esa experiencia tan excitante y enigmática que es mirar a oscuras una pantalla inundada de luz.
La magia del cine radica en esa posibilidad infinita de ser sorprendidos, de descubrir nuevas formas de mirar el mundo y de abstraernos de la realidad, de ser abducidos como si cada película fuera una nave alienígena, y que después de experimentar con nosotros nos regresen a nuestro mundo pero esta vez distintos y mejorados.De eso se trata el arte: de que aprendamos más sobre ese misterio que somos los seres humanos.