Precisamente su célula básica es la familia. No en balde esa palabra es parte del título de esta columna y ha sido el tema más abordado por su servidor.
Desde hace 18 años he sostenido que necesitamos cuidar la familia, porque de no hacerlo sufriremos la descomposición social.
Hoy se reconoce que la delincuencia nutre sus filas con jóvenes salidos de familias destruidas, donde no hay una figura central que enseñe los valores necesarios, como el respeto a la vida y a los demás.
El relajamiento de las costumbres en los últimos años terminó por hacer que las autoridades voltearán sus ojos a la familia y de allí nace la necesidad de fortalecerla.
En el foro al que hago referencia se dijeron cosas notables. El doctor Alejandro Vera Jiménez, rector de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, hizo un recuento histórico del papel de la familia y señaló que crecen los estudios en torno a ella, para entender mejor su papel y potenciarlo.
Ojalá que de lo que en ese foro se dijo se saquen conclusiones que puedan ser llevados pronto a la práctica, ya que tenemos que enderezar el rumbo.
Las nuevas generaciones, acostumbradas a vivir en un concepto distinto al nuestro, no desarrollaron una sensibilidad y un respeto por los demás. No se diga en especial por los niños y ancianos.
También influyó el ambiente, hoy saturado de informaciones e imágenes violentas o de contenido sexual que no es comprendido de manera cabal por sus mentes aún en desarrollo.
Las familias deben retomar su papel.
Uno de los esfuerzos encaminados a hacer más activa a la célula fundamental es la llamada “escuela para padres”, una serie de cursos a cuya asistencia habrá obligatoriedad para quienes tienen hijos en educación básica o bachillerato.
Habrá que cuidar que la idea no se transforme negativamente, porque tenemos poco tiempo para evitar que más jóvenes tomen el camino fácil, en lugar de decidirse por una meritocracia que es más dura pero que deja mayores satisfacciones y una vida llena de tranquilidad y satisfacción.