Hace unos años los cereales, y luego el aguacate, el huevo y ahora el limón han dado de que hablar por el alza incontenible de su precio.
Demasiadas bromas han salido de esas situaciones, pero pocas propuestas alternas.
Por ejemplo, en muchos hogares morelenses existe al menos un árbol de limón. En los sitios donde aún existe espacio para sembrar un árbol en el jardín el limón siempre tiene un lugar destacado.
Normalmente la producción es de autoconsumo pero más frecuente resulta ver los limones caer, madurarse y echarse a perder en el suelo, porque no han sido nunca objeto de comercialización, debido a la introducción de otras formas más grandes o más vendibles de ese fruto.
Pero hoy el precio señalan que supera los 60 pesos por kilo o más. Y multitud de negocios de comida y distintas actividades requieren del producto para su operación diaria.
Nos hemos echado excesivamente dependientes de las nuevas formas de comercialización de todas las cosas, alimentos incluidos, cuando durante décadas usamos otro sistema, en el que no contábamos con la importación para sustituir lo que aquí dentro faltaba.
Los hogares consumían una parte o todo lo que producían y el resto se iba a los mercados.
Hoy, en productos como el limón y el aguacate el alto precio pudo haberse controlado o subir menos si los frutos de las huertas hogareñas salieran a la venta.
Sin embargo, todos hemos visto que aún en esta escasez los limones amarillean y se caen al suelo sin que nadie los levante. Y todo eso no es más que una metáfora muy descriptiva de lo que los mexicanos hemos dejado de hacer.
Así como con los limones, nuestros expertos podrían crear un mejor mercado de programas de computación, pero todo lo que hay -o lo más usado- se compra a empresas extranjeras que lo venden al precio que quiere.
Y así muchos productos o servicios podrían ser mas accesibles o no estar sujetos a grandes vaivenes de precios si lo decidiéramos y todos tomáramos cartas en el asunto.
Por favor, los invito a reflexionar sobre el tema.