En este espacio comentábamos en el 2014 que hablar de “nota roja” es, en los tiempos que vivimos, un término que ha sobrepasado al género periodístico que hace referencia al mismo. Dicho género, conocido en Colombia como “crónica roja” y que debe su nombre al periodista Felipe González Toledo, en otros idiomas tiene diferentes equivalencias: cronaca, en italiano; chronicle, en inglés yTagesneuigkeiten, en alemán; en países como Rusia se le conoce como proischetsvie y en Francia, faits divers, nociones que son difíciles de traducir sin conocer perfectamente el lenguaje y recurrir además, a la perífrasis.
Roland Barthes, semiólogo francés, ha tratado de definir a los faits divers como una “estructura cerrada”, que le da al lector “todo lo que es posible darle”; sin embargo, dichos fait divers pueden llegar a ser -como no- un fiel reflejo de la vida y la imagen de las sociedades.
En México, la década de los años cuarenta reúne sucesos en los que sus protagonistas fueron desde León Trotsky -en su “Casa Azul”- hasta los doce heroicos bomberos de Saavedra, fallecidos en el cumplimiento de su deber al combatir el incendio de la tlapalería “La Sirena”; los delitos cometidos por los integrantes de “La banda del automóvil gris” y los de uno de los homicidas con mayores menciones en la historia policiaca de México: Gregorio Cárdenas, siendo el “caso Goyo” uno de los más documentados y conocidos en los medios de comunicación, con sensacionalismo evidente.
Los asesinatos de Higinio Sobera de la Flor destacan en los cincuenta, tal como las actividades delictivas de “Jak, el mexicano” -como se conoció a Macario Alcalá Canchola- y de las “Las Poquiachis” -caso que produjo numerosas historietas, corridos e incluso una novela, “Las muertas”- en los años sesenta.
La década de los setenta no queda exenta de su dosis de sangre, con el “estrangulador de Coyoacán” y “la tamalera descuartizadora”; de igual modo, en los ochenta no se puede dejar de mencionar la tragedia de Elvira Luz Cruz y el asesinato del periodista Manuel Buendía.
De esta manera y registradas en las notas de secciones como “Seguridad”, “Justicia” o “Policiaca”, se plasma la realidad que en el pasado “salía de lo cotidiano”, al grado de que Félix Fulgencio Palavicini calificó a dichos apartados como “páginas de sociales de nuestro pueblo”.
En la actualidad se acuñó incluso un nuevo término en México: “periodismo infrarrealista”, que cuenta las historias sin rehuir -como lo refiere Diego E. Osorno- “las noches fatídicas, los días fatídicos, las horas fatídicas. No mira desde afuera. Se intoxica de lo que pasa. Recorre un túnel oscuro, siente la marea” .
El peligro de la narrativa de la violencia reside en el lirismo que puede apartar al periodista de la objetividad: un ejemplo muy claro es el uso indistinto de las palabras “crimen” y “delito”, que no son sinónimos y sin embargo se utilizan diariamente.
Mientras que en países como Bélgica, Suiza o Grecia, que cuentan con sistemas jurídicos de clasificación tripartita de conductas punibles, es factible hablar de “crímenes” como acciones u omisiones de mayor gravedad; “delitos”, como conductas que vulneran la convivencia humana de manera intensa, y “contravenciones” como infracciones administrativas, en México la clasificación es bipartita: “delitos” sancionados por leyes penales y “faltas” previstas en ordenamientos administrativos.
Retomando el trabajo de González Toledo, considerado como el padre de la crónica judicial desde los años 30 hasta 1975, cabe destacar que no era un receptor pasivo de la realidad y que además destacó la importancia del “cuidadoso rastreo de los hechos, la juiciosa confrontación de hipótesis y conclusiones coherentes” para escribir sus crónicas, en una época en que la realidad se impuso a cualquier fantasía. Todo ello, sin perder de vista la importancia incluso de las cuestiones literarias, sociológicas e históricas.
Es un reto al que se enfrentan actualmente quienes reseñan sucesos violentos o de los que buscan abrir caminos convenientes en el periodismo judicial; de igual modo, es un reto al que debemos enfrentarnos de manera responsable como sociedad cuando el acceso ilimitado a redes sociales las convierte en un moderno aparato inquisitorio, como lo fue con relación a las circunstancias del fallecimiento del músico Armando Vega Gil, integrante de la banda Botellita de Jerez y quien tras ser mencionado en la lista de Me Too Músicos Mexicanos, publicó una carta suicida, en su cuenta de "Twitter", en la cual también se lee: "No se culpe a nadie de mi muerte: es un suicidio, una decisión voluntaria, consciente, libre y personal"; posteriormente, fue encontrado sin vida.
El de Vega Gil fue un caso extremo, ocurrido en nuestro país en la semana que termina, relacionado con las denuncias anónimas que se difunden en el marco del movimiento feminista #MeToo que está a favor de escuchar la voz de miles de mujeres que presuntamente han sufrido acoso, hostigamiento y/o violencia sexual.
Y es que el peligro de la narrativa en redes sociales reside en el anonimato que nos aparta de la objetividad y del llamado a respetar la presunción de inocencia y el debido proceso, en todos los casos, además de exigir que en cada investigación la autoridad actúe de manera diligente e imparcial, con perspectiva de género y respeto a los derechos humanos.
También aleja a las mujeres violentadas de que tengan confianza en la denuncia oficial, aparta a las víctimas de la correspondiente denuncia ante las autoridades competentes para que su caso sea investigado y sancionado, que se repare el daño causado y no se vuelva a repetir, evitando con ello la impunidad y procesos de revictimización, al tiempo de que se promuevan políticas de “cero tolerancia” a cualquier tipo de violencia contra las mujeres y las niñas, y a fomentar la prevención.
En una entrevista radiofónica concedida a Grupo Fórmula el pasado jueves, la actriz Claudia Ramírez resaltó que “#MeToo no empezó a raíz del anonimato; al contrario, empezó con mujeres valientes que se atrevieron a acusar a personas muy poderosas” y aseveró que con el anonimato el movimiento pierde credibilidad, pues se está desvirtuando: “No se vale no tener derecho a la réplica... desde el anonimato ese derecho queda anulado”, destacó además, en un tuit en su cuenta de red social.
Tal como en su artículo “Asirse a la vida” describió la escritora Ángeles Mastretta: “Los mayores tendremos que volver a imaginar un futuro digno de la pasión que una vez pusimos en la búsqueda de un país menos lleno de injusticia (…) muchos de nosotros no sabíamos que no se cambia el mundo en medio día. Asirse a la vida en vez de al desencanto será su deber y es el nuestro. Otra vez, se hará necesario empujar el horizonte”.