Los conceptos “víctima” y “victimario” se emplean -por desgracia- de manera cotidiana en el México del nuestros días. Es interesante que la primera palabra, “víctima”, está en boca de todos: desde los políticos que buscan conseguir más simpatizantes, hasta de quienes -con suficientes argumentos- buscan obtener ‘justicia’. La segunda palabra, “victimario”, no es tan común en el lenguaje de políticos, ni de quienes han resentido un daño en su persona, de manera directa o indirecta; tampoco la utilizan de manera frecuente los periodistas o comunicadores.
La ironía recae en el hecho de que, como norma, los victimarios atraen los reflectores en las conversaciones de la vida cotidiana y en los medios de comunicación, ¿y qué decir del plano jurídico? En contrasentido, las víctimas han sido relegadas a un segundo plano, aunque esta situación cambia paulatinamente en los últimos años. Poco a poco, los investigadores y académicos en México también comenzaron a mirar en dirección a las víctimas, en un campo en el que la ‘mente criminal’ era el principal objetivo de los estudiosos.
Cada víctima tiene una trayectoria, el iter victimae (el camino que sigue un individuo para convertirse en víctima), mientras que el ‘criminal’ anda el propio: el camino del delito, el iter criminis. Cuando ambos confluyen, se desencadena la conducta delictiva: es justo en este momento cuando el victimario y la víctima se aproximan físicamente y se alejan psicológicamente. Quien comete el delito requiere cercanía con la víctima, pero debe tomar distancia afectiva: el amor, el cariño, la compasión y el respeto son un impedimento -en la mayoría de los delitos- para victimizar a la persona.
Existen víctimas elegidas por causas determinadas (propias o ajenas), mientras que otras son elegidas al azar. Pero siempre habrá una relación víctima-victimario: desde una muy simple hasta la más compleja. Sin embargo y como ya se ha mencionado, las víctimas se quedaban atrás en las investigaciones: ¿Ya no tienen voz? ¿Ya no están a nuestro alcance? ¿Ya no pueden compartirnos sus sentimientos, y su versión propia de cómo ocurrieron los hechos? ¿Cómo explican el motivo de su victimización?
En una primera observación etimológica, la palabra víctima proviene del vocablo latino vĭctima: ‘ser vivo sacrificado a un Dios’, palabra que tiene origen en el indoeuropeo wik-tima, ‘el consagrado o escogido’ (wik, del prefijo weik que significa separar, poner aparte, escoger). Como dato histórico, el término víctima aparece por primera vez en el año de 1490, en el Vocabulario de Alonso de Palencia, y significa “persona destinada a un sacrificio religioso”, según el Diccionario Etimológico de Corominas.
La cobertura mediática de un proceso de victimización en un evento que conlleve desastres o dolor humano tiene características únicas, aunque el patrón de respuesta sigue pautas comunes en los medios de comunicación. El sensacionalismo es una de esas pautas.
Mauro Cerbino, profesor investigador del Programa de Comunicación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) con sede en Ecuador, señala que “será sensacionalista toda noticia, texto o imagen que no deja espacio a la reflexión, y que más bien, dada su ‘crudeza’ o insistencia, juegue a neutralizar el deseo de profundización e inhibe el desarrollo de la duda”.
El intento por explicar dichas conductas violentas y crueles va desde la ‘psicopatología’ de los autores del hecho delictivo hasta las posturas que asumen que la maldad es una característica intrínseca en los seres humanos. Y la siguiente pregunta obligada es: ¿Readaptación social o imposibilidad de ella?
La persona que delinque no está aislada del entorno en el que vive; ello nos obliga a a la reflexión y a no aprobar que se neutralice el deseo de profundizar en lo que el día de mañana podría tener consecuencias irreversibles en nuestra vida, y en la de aquellos a quienes amamos.
En lo que respecta a las víctimas, cabe agregar ahora que a inicios del presente mes se dio a conocer el acuerdo de creación del Mecanismo Extraordinario de Identificación Forense (MEIF), adoptado por el Sistema Nacional de Búsqueda de Personas en nuestro país, lo que representa un paso importante para la atención y resolución de la emergencia forense que prevalece en México, respecto a miles de cuerpos y restos óseos que esperan ser debidamente identificados y restituidos de forma digna a sus familias por parte de las autoridades.
De este tema hemos comentado en múltiples ocasiones en Panóptico Rojo y desde los primeros artículos compartidos con usted, amable lector, destacamos en diversos momentos que fortalecer el sistema forense debería de ser una prioridad en México; fue en octubre del 2014 cuando en este espacio dominical hicimos mención por primera vez de las labores que lleva a cabo el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), no únicamente en su país o en México, sino en diversas partes del mundo, y con el título “Fosas, cadáveres... antropología forense”, dimos cuenta del trabajo de estos expertos, meses antes que fueran colocados en el reflector nacional derivado de su intervención en el caso Ayotzinapa.
Señalamos también lo que Mercedes Doretti, miembro fundador del EAAF, apuntó en una entrevista para el diario español “El País”: “A veces no se trata de problemas técnicos en la identificación sino de credibilidad (…) los familiares son gente a la que le ha pasado lo peor; perder un marido, un hijo, una hija. Y obviamente uno quiere saber qué pasó, cómo murió, cómo lo han identificado. No basta solamente la palabra, que te entreguen un cajón cerrado y te digan acá está tu hijo (...) las identificaciones forenses no son actos de fe".
Por eso subrayamos hoy la importancia sobre el Mecanismo Extraordinario de Identificación Forense y resaltamos lo que ha indicado la Oficina en México del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ONU-DH) sobre el tema, al referir que "el grave desafío que enfrenta México en materia forense ha sido objeto de diversas recomendaciones internacionales. En noviembre de 2018, el Comité contra la Desaparición Forzada de Naciones Unidas expresó su profunda preocupación por la insuficiencia de los servicios forenses para responder a las necesidades actuales en materia de búsqueda, investigación, exhumación e identificación y recomendó, entre otras cosas, fortalecer los servicios forenses y periciales".
La ONU-DH además destaca que el MEIF estará conformado por personas expertas nacionales e internacionales en procesos de identificación humana, dotadas de autonomía técnico-científica y facultadas para aplicar los estándares nacionales e internacionales y mejores prácticas en la materia, y puntualiza que el acuerdo de creación del Mecanismo contempla la participación activa, sustantiva y permanente de las y los familiares de personas desaparecidas.
Añade que "de implementarse eficazmente, el Mecanismo será un importante instrumento para garantizar el derecho a la verdad, potenciar el acceso a la justicia y la reparación de las víctimas", por lo que la duda obligada es: ¿una vez aprobado dicho mecanismo, se logrará fortalecer y consolidar el trabajo de quienes participen en él, incluir la colaboración con las fiscalías y proveerle efizaz y verdaderamente de los recursos humanos, materiales y económicos que se necesitan para otorgar justicia a las víctimas y a sus familiares? El tiempo nos dará la respuesta.
“La relación entre violencia y dignidad vulnerada no es directa, se encuentra mediada por la noción de víctima, de ahí su importancia teórica y metodológica”, señala el investigador Alan Arias Marín. Coincidimos.