El día de ayer, sábado, se llevaron a cabo dos marchas ciudadanas con la participación de cientos de personas vestidas de blanco: una ‘Por la paz’, en Cuernavaca, Morelos, y otra para exigir justicia por el homicidio del niño de seis años que en vida llevó el nombre de Cristopher Raymundo Márquez Mora, en Chihuahua.
De la primera, llamó mi atención el siguiente texto escrito sobre cartulina blanca y que mostraba al caminar por las calles del centro de la capital morelense uno de los participantes: “Deja tocar tu corazón. Victimario: Recuerda que somos hermanos. Víctima: Busca consuelo en Jesús. Gobernante: Trabaja por la justicia y la paz. San José Obrero”.
Y es que dichos conceptos, “víctima” y “victimario” se emplean -por desgracia- de manera cotidiana en el México del nuestros días. Es interesante que la primera palabra, “víctima”, está en boca de todos: desde los políticos que buscan conseguir más simpatizantes, hasta de quienes -con suficientes argumentos- buscan obtener ‘justicia’. La segunda palabra, “victimario”, no es tan común en el lenguaje de políticos, ni de quienes han resentido un daño en su persona, de manera directa o indirecta; tampoco la utilizan de manera frecuente los periodistas o comunicadores.
La ironía recae en el hecho de que, como norma, los victimarios atraen los reflectores en las conversaciones de la vida cotidiana y en los medios de comunicación, ¿y qué decir del plano jurídico? En contrasentido, las víctimas han sido relegadas a un segundo plano, aunque esta situación cambia paulatinamente en los últimos años. Poco a poco, los investigadores y académicos en México también comenzaron a mirar en dirección a las víctimas, en un campo en el que la ‘mente criminal’ era el principal objetivo de los estudiosos.
Cada víctima tiene una trayectoria, el iter victimae (el camino que sigue un individuo para convertirse en víctima), mientras que el ‘criminal’ anda el propio: el camino del delito, el iter criminis. Cuando ambos confluyen, se desencadena la conducta delictiva: es justo en este momento cuando el victimario y la víctima se aproximan físicamente y se alejan psicológicamente. Quien comete el delito requiere cercanía con la víctima, pero debe tomar distancia afectiva: el amor, el cariño, la compasión y el respeto son un impedimento -en la mayoría de los delitos- para victimizar a la persona.
Existen víctimas elegidas por causas determinadas (propias o ajenas), mientras que otras son elegidas al azar. Pero siempre habrá una relación víctima-victimario: desde una muy simple hasta la más compleja. Sin embargo y como ya se ha mencionado, las víctimas se quedaban atrás en las investigaciones: ¿Ya no tienen voz? ¿Ya no están a nuestro alcance? ¿Ya no pueden compartirnos sus sentimientos, y su versión propia de cómo ocurrieron los hechos? ¿Cómo explican el motivo de su victimización?
El doctor Luis Rodríguez Manzanera, en su libro “¿Cómo elige un delincuente a sus víctimas?”, anota que “la Victimología demuestra que la situación no es tan sencilla y que, en ocasiones, víctima y victimario tienen más semejanzas que diferencias. Elegir una víctima no equivale a elegir un objeto; la víctima tiene vida propia, personalidad, un camino recorrido. No puede pensarse en un sujeto activo que selecciona a un sujeto pasivo”. Esto es, la denominada “pareja penal” que comparte una relación víctima-victimario.
En una primera observación etimológica, la palabra víctima proviene del vocablo latino vĭctima: ‘ser vivo sacrificado a un Dios’, palabra que tiene origen en el indoeuropeo wik-tima, ‘el consagrado o escogido’ (wik, del prefijo weik que significa separar, poner aparte, escoger). Como dato histórico, el término víctima aparece por primera vez en el año de 1490, en el Vocabulario de Alonso de Palencia, y significa “persona destinada a un sacrificio religioso”, según el Diccionario Etimológico de Corominas.
En la actualidad y en nuestro país en específico, el Artículo 4 de la Ley General de Víctimas, publicada en el Diario Oficial de la Federación (DOF) apenas el 9 de enero de 2013, subraya lo siguiente: “Se denominarán víctimas directas aquellas personas físicas que hayan sufrido algún daño o menoscabo económico, físico, mental, emocional, o en general cualquiera puesta en peligro o lesión a sus bienes jurídicos o derechos como consecuencia de la comisión de un delito o violaciones a sus derechos humanos reconocidos en la Constitución y en los Tratados Internacionales de los que el Estado Mexicano sea Parte”.
Retomemos entonces el motivo de la segunda marcha que señalamos, llevada a cabo en Chihuahua y originada por un homicidio: la conducta antisocial más dañina que puede ejecutar un ser humano, el delito más grave y el acto que criminológicamente indica el mayor grado de antisocialidad e índice de máxima peligrosidad; la conducta más dramática para quien la comete, e irreparable para la(s) víctima(s).
La marcha motivada por el homicidio del pequeño Cristopher, “Negrito”, un niño de seis años, quien fue encontrado sin vida y sepultado en el cauce de un arroyo, en la colonia ‘Laderas de San Guillermo’. Al menor se le había reportado como desaparecido desde el 14 de mayo, cuando salió a jugar con sus vecinos de la colonia.
Su cuerpo apareció la tarde del sábado 16 de mayo pasado, cuando los elementos de la Fiscalía General del Estado de Chihuahua presentaron ante el agente del Ministerio Público a cinco menores: dos jovencitas de 13 años -una de ellas, de origen rarámuri-, otra de 11 y dos varones de 15, quienes señalaron que jugaban al secuestro...