Y abundó sobre la propuesta hecha a Cárdenas para consolidar un gobierno de coalición nacional: “Se trata de compartir el poder y de que nos integremos en el gabinete y en el equipo para la transición democrática; se trata de ponernos de acuerdo para compartir el poder en los tres niveles de gobierno y atender las necesidades de los estados y municipios; se trata, sobre todo, de que en un gobierno de transición, compartamos el poder con los ciudadanos”.
Cárdenas respondió ante 200 mil personas en el Zócalo capitalino que acudieron a su cierre de campaña, estando presente el entonces candidato al gobierno del DF, Andrés Manuel López Obrador: “Aceptar el ofrecimiento sería convertirse en un delincuente y apátrida como él'”. Ofreció, de ganar el 2 de julio, ir personalmente a “negociar la paz inmediata para Chiapas'”, así como investigar “el gigantesco fraude del Fobaproa”.
Dícese que “lo peor es tropezarse dos veces con la misma piedra”. Pues bien. A mediados de julio de 2006, el entonces presidente electo Felipe Calderón Hinojosa hizo el mismo ofrecimiento a sus adversarios, a fin de construir un gobierno de coalición nacional. Lo anterior, según algunos politólogos nacionales, significaba un llamado desesperado (pero condicionado) ante la nueva geografía política nacional.
Allá y entonces había dos “méxicos”: el de la derecha, del bajío hacia arriba, y el de la izquierda, desde la zona centro del país (donde se localiza Morelos, entidad en la cual ganó Andrés Manuel López Obrador con 304 mil 90 votos, contra los 220 mil 266 de Calderón) hacia abajo. No se trataba, pues, de acatar graciosamente el dictado de las urnas y aceptar el mensaje implícito de los electores que emitieron su voto (“pónganse de acuerdo”, según lo entendía Calderón). No era tan simple, pues en medio prevalecía la cruenta lucha por el poder, misma que ha acompañado al presidente durante su mandato.
La realidad fue que Calderón, con todo y sus 15 millones 284 votos (el 35.89 por ciento de la votación obtenida el 2 de julio), contra los 14 millones 756 mil 350 votos de Andrés Manuel López Obrador (el 35.31 por ciento), no tuvo garantizada la gobernabilidad, ni tampoco el número indispensable de diputados y senadores para lograr las reformas estructurales promovidas por el PAN.
La realidad histórica, ideológica y dogmática del PAN suponía remota la posibilidad de que Calderón se desprendiera de los fuertes compromisos contraídos con sus más cercanos colaboradores y su partido. Jamás se observó en el horizonte un escenario donde los panistas compartiesen el poder, tal como lo establecieron, mediante un forzado acuerdo en octubre de 2005, la jefa del gobierno alemán, Angela Merkel, y el Partido Social Demócrata, a escasos días de las elecciones legislativas en que ninguno de los dos partidos contendientes obtuvo la ventaja para formar el gobierno. Los electores no dieron la mayoría a la coalición centroderechista de Merkel, pero la obligaron a buscar acuerdos con los socialdemócratas para compartir el poder. Así, obtuvieron ocho ministerios, contra seis del partido de Merkel.
Pero no hubo tal cosa en México, ni en Morelos, donde las condiciones de Marco Adame Castillo fueron semejantes a las de Calderón. MAC obtuvo 208 mil 682 votos, contra 188 mil 509 de Fernando Martínez Cué, candidato de la Coalición por el Bien de Todos, y 143 mil 420 de Maricela Sánchez Cortés, candidata de la Alianza por México. Es decir: 331 mil 929 ciudadanos, de los 602 mil 924 que emitieron su voto, enviaron el siguiente mensaje: “No más PAN”. Los resultados del 2 de julio, además, no le concedieron al gobernante electo ninguna mayoría legislativa en el Congreso Local, lo cual empeoró en los comicios intermedios de 2009.
Todo lo antes dicho me sirve como preámbulo para comentar la visita que Andrés Manuel López Obrador hará hoy a Cuernavaca. Estará a las 11:00 horas en el hotel “Suites Paraíso” para reunirse con los integrantes del grupo Encuentro, A.C., constituido por quienes en 2006 fundaron las estructuras sociales que dieron soporte a la campaña del tabasqueño y volverán a darla en 2012, aunque con ajustes.
Será interesante observar la capacidad de convocatoria de AMLO y los organizadores, así como la calidad de los asistentes y su representatividad. Solamente así podremos crear escenarios sobre el futuro electoral de esta tendencia política y también determinar por qué partido político contenderán hacia la renovación gubernamental del año próximo. Asimismo, sabremos si dentro del Partido de la Revolución Democrática todo “está escrito” sobre el senador Graco Ramírez Garrido, quien actualmente mantiene el control del mismo instituto político. Yo, por lo pronto, no subestimaría la raigambre social de Juan Salgado Brito, quien será uno de los anfitriones de AMLO.