No transcribiré los factores complementarios de cada categoría (lo hice la víspera), pero sí los atributos fundamentales: liderazgo, planificación, negociación, libertad, prudencia, compasión, templanza, madurez emocional, firmeza, cordialidad, habilidades comunicacionales, aptitudes y actitudes conciliatorias, alto nivel de ejecución y no obstrucción, no burocrático, fiscalización, honestidad, amplísima cultura democrática, arraigo social, trayectoria política y administrativa, preparación académica y probada calidad moral-familiar. ¿Es mucho pedir?
Me parece que no. No, frente a los resultados (¿chascos?) de la incipiente democracia morelense, surgida durante el proceso electoral del año 2000, amén de la amarga experiencia representada por regímenes pasados con gobernantes y autoridades improvisados cada tres y seis años. La mayoría llegó al poder para enriquecerse lo cual, desgraciadamente, se ha repetido hasta nuestros días bajo administraciones de cualquier color y siglas.
Recuérdese que el PRI funcionó eficazmente como una gigantesca agencia de colocaciones, pero tuvo una copia fiel del 2000 en adelante entre servidores públicos emanados de otros partidos políticos. ¿Hay alguna vinculación de ello con la esencia corrupta de nuestra cultura? Sin duda. Pero también la tiene con el personalismo predominante en el sistema político mexicano, caracterizado por el arribo de camarillas al poder público cuyos integrantes operan bajo herméticos sistemas de relaciones y un lenguaje de madriguera que solo ellos entienden.
Los “con capacidad” prefieren cómplices y no colaboradores. Por eso vemos colocados en cargos importantes (donde hay lana, pues) a compadres, parientes cercanos y gente de “absoluta confianza”. No importan la transparencia, la rendición de cuentas, la gente capaz, ni oxigenar la administración pública, muchas veces agobiada por el desgaste del propio poder y los errores garrafales que ahí se cometen, sino aprovecharse de cortos lapsos a fin de sostener altísimos niveles de vida. ¡Uf!
Ustedes mejor que yo, amables lectores, tienen una clara percepción sobre nuestros personajes públicos. Hombres y mujeres que, muchas veces con ignominia e indignidad, han deambulado de un puesto a otro. Para identificarlos basta aplicar el antiguo dicho de los abuelos: “Si quieres ver cómo le va a un hombre, obsérvalo de la cabeza a los pies”.
Cierto: el resultado de la función pública se mide en México por la consolidación patrimonial y no por las obras y hechos conseguidos a favor de la colectividad. Desde luego, existen sus honrosas excepciones. Sería insensato tasar a todos con el mismo rasero.
¿Quiénes son los actuales “prospectos” a tal o cual cargo de elección popular, con quienes usted, tomando como base las categorías que transcribí ayer y los indicadores de hoy, podría hacer un ejercicio prospectivo asignando determinada calificación? Los tenemos a simple vista, volviendo a aplicar uno de los más importantes dichos: “Por sus obras los conoceréis”.
Sin orden ni importancia, aquí van algunos nombres para la gubernatura (han sido mencionados por los medios locales ayer, hoy y siempre). Primero colocamos a las mujeres. PRI: Rosalina Mazari Espín, Francisco Moreno Merino, Manuel Martínez Garrigós, Fernando Martínez Cué y Amado Orihuela Trejo. PAN: Adrián Rivera Pérez, Hugo Salgado Castañeda, Jorge Morales Barud y Víctor Caballero Solano. PRD: Graco Ramírez Garrido, Rabindranath Salazar, Fidel Demédicis Hidalgo y Juan Salgado Brito. Y paren ustedes de contar.
¿Son los mismos de siempre? En varios casos sí, pero junto con el resto forman parte de la denominada “clase política” morelense y el sistema partidario aún dominante. Es el régimen de representación asignado a los mexicanos por la Constitución. Sus respectivos partidos, según la Carta Magna, son “instituciones de interés público”. ¿Está usted de acuerdo con ello?
Sin embargo, a estas alturas de la realidad morelense (con su problemática implícita) y la representación que cada uno arguye tener, yo haría dos grupos: por un lado “los urbanos” y en el otro “los rurales”. ¿Encontraremos una analogía con la visión globalizada y el conocimiento del mundo? Tal vez. Pero ambas categorías deben compararse con los resultados electorales de 2006, a lo cual me referiré en la próxima columna. Por ahora, traten de ser objetivos y, si así lo desean, envíen sus opiniones a mi correo electrónico. Sería un magnífico ejercicio.