Sin embargo, sostiene que “México puede salvarse de la falacia y la corrupción. Yo confío en los ciudadanos que día con día mantienen la esperanza y cumplen aun cuando sepan que los engañan”. “En los últimos años la mentira ha crecido exponencialmente en México, prevaleciendo una crisis de credibilidad ante las versiones gubernamentales; en la vida pública, el no creer alcanza ahora dimensiones escandalosas. Como no tenemos un líder moral, la confianza no está depositada en nadie”, añade la fémina.
Efectivamente, amables lectores. La desconfianza ha crecido ante el desencanto generado por las promesas de cambio político hechas desde el inicio de la transición política y la alternancia en el poder presidencial. Este es el escenario donde me enternece observar la candidez del poeta y escritor Javier Sicilia, fundador del Movimiento por la Paz y la Justicia con Dignidad (teniendo como epicentro la ciudad de Cuernavaca), quien hace unos días, reunido en el Alcázar de Chapultepec, escuchó mil y una promesas de los coordinadores de grupos parlamentarios adscritos al Congreso de la Unión, incluido Manlio Fabio Beltrones, líder senatorial, respecto a que “no pasaría” la Ley de Seguridad Nacional propugnada por el presidente Felipe Calderón y mediante la cual se le concederían al Ejército Mexicano facultades meta constitucionales.
Empero, más tardaron Sicilia y su grupo en escuchar las promesas de los respectivos legisladores, que estos en quebrantarlas. Así las cosas, Javier llegó ayer a las afueras del recinto legislativo de San Lázaro para hacer una rabieta y anunciar que su Movimiento suspende el diálogo con los miembros de la Cámara Baja, tras considerar que con la aprobación en lo general de la mencionada Ley (ya existe un dictamen que será presentado en breve ante el Pleno), no respetaron los acuerdos aludidos. Y añadió: “Se suspenden temporalmente las mesas de diálogo con los poderes Ejecutivo y Legislativo, pues ambos traicionaron su palabra”. Lo anterior, de no generar pronto alguna reacción en la clase política implicada, abrirá paso a una nueva caravana del Movimiento por la Paz y la Justicia, pero hacia el sur de la República. No veo en el horizonte otra estrategia -dentro de la tendencia que encabeza el escritor- capaz de preocupar al presidente de la República y una pléyade de legisladores que, definitivamente, no van a cambiar ni abandonarán las estructuras viciadas que les otorgan sustento y múltiples canonjías. ¿Cuál sería el objeto de modificarlas si permiten el predominio de los poderes fácticos nacionales sobre la inmensa mayoría de mexicanos?
Javier Sicilia no puede llamarse engañado, ni traicionado. “¿Cómo podemos distinguir a un político mexicano?”, preguntaba Don Jesús Reyes Heroles, importante ideólogo priista, y respondía: “Simplemente hay que escucharlo. Cuando dice que sí, quiere decir tal vez; cuando dice tal vez, quiere decir probablemente no; y si dice no, entonces no es un político mexicano”. El multicitado poeta, avecindado en Cuernavaca desde principios de los setenta, conoce a cabalidad el sistema político mexicano y la facilidad con que nuestros políticos faltan a su palabra. En lo personal, amables lectores, no he terminado de impresionarme ante la ligereza con la cual, en la política mexicana, se pasa de la retórica de la evasión al pastiche del simulacro o simplemente de la simulación. Como si para la sociedad política las palabras no tuvieran la menor relevancia, el menor peso; como si su significado perteneciera al grado cero del significante.
Para continuar con este tema debo referirme al libro “Mexicanidad y esquizofrenia”, de Agustín Basave (Editorial Océano, México, 2010), donde leemos el excelente prólogo a cargo de Roger Bartra, antropólogo, sociólogo, escritor, ensayista y profesor emérito de la UNAM, quien pone el dedo en la llaga, al igual que lo hace Javier Sicilia cuestionando a políticos, partidos y supuestos servidores públicos. Escribió Bartra: “Hay quienes están convencidos de que el origen del atraso socioeconómico y político se encuentra en las instituciones, y que el remedio no puede ser otro que la modificación de los soportes legislativos, que adolecen de un vicio de origen: fueron diseñados para fundar un sistema autoritario que no se apoyaba en una legitimidad democrática”. Y añade: “El problema aquí consiste en que, para modificar la estructura constitucional del país, es necesaria una racionalidad que no parece ser una de las peculiaridades de la clase política y las élites empresariales. Ciertamente, no hay mucho que nos permita confiar en que las élites políticas sufran un insólito ataque de racionalidad. Más probable es que, ante tensiones sociales o políticas, hagan de tripas corazón y acepten con cierta tolerancia ponerse de acuerdo para remendar un poco los segmentos más descosidos o gastados del tejido constitucional”. Es decir: la sociedad mexicana debe conformarse con piscachas provenientes ¡de nuestros propios empleados! Realmente estamos en un país de esquizofrénicos.
1 comentario
Hey
Muy cierto que nuestras instituciones han tenido un papel protagonico en la… Compartelo!