Marco Adame Castillo dejará la gubernatura el 30 de septiembre del año próximo. Por cierto, y con relación al conflicto social que los ciudadanos observaremos cada día más agudizado a partir de enero -cuando arrancará nuestro proceso electoral constitucional-, Adame se sumó ayer al llamado de reconciliación expresado por diferentes sectores, entre ellos la Arquidiócesis de México, para lo cual, indicó el mandatario, “se requiere voluntad personal, política y participación de toda la sociedad para salir adelante, vencer desafíos y retos como la violencia y la delincuencia”. Nomás.
En resumidas cuentas, Adame Castillo habló sobre la necesidad de hallar nuevos liderazgos. ¿Pero a partir de dónde? En lo particular me parece que desde la mismísima titularidad del Poder Ejecutivo mediante una auténtica coordinación del esfuerzo de la sociedad local en aras de incrementar la competitividad morelense a nivel nacional y, por qué no, en el plano internacional. La cohesión como capital social. Indicó el gobernante al respecto: “Es indispensable identificar aquello que nos hará mejores como morelenses, desterrando posiciones y conductas que generan violencia, polarización, enfrentamiento, delincuencia, que son la antítesis de cualquier propuesta de reconciliación, de unidad o de progreso. Tiene que ser el reconocimiento de todo lo que tengamos que cambiar para ser puentes de unión, diálogo y respeto para salir adelante”. Hasta aquí las citas sobre las reflexiones de Marco Adame, expresadas en conferencia de prensa.
¿Reconciliación cuando todos los partidos políticos y sus principales personeros se están dando hasta con la cubeta para conseguir el poder público el año entrante? ¿Será posible? Sí, pero sólo a través de un gobierno de reconstrucción nacional o estatal, tratándose del “caso morelense”. Hoy por hoy la alternancia en el poder que decidieron los electores hace casi doce años no ha concluido, ni tampoco ha dado paso a la transición hacia la democracia. Al contrario: los tres partidos más importantes (PRI, PAN y PRD) son los menos democráticos. Y aprovecharán cualquier momento para agredir a los de enfrente rumbo a los comicios de 2012. Aún no han comenzado las campañas presidenciales, ni tampoco ha arrancado el proceso local, pero quienes pretenden llegar al Poder Ejecutivo dizque para “coordinar el esfuerzo de la ciudadanía” incurren frecuentemente en contradicciones. Propician el golpe bajo, la intriga y la traición, mientras que por otro lado enarbolan enunciados filosóficos tendientes a mover conciencias y el lado emocional de quienes, constituyendo la mayoría silenciosa, ni siquiera comprenden la conducta de nuestros ínclitos políticos.
Es aquí donde ahora quiero hacer una distinción entre el espacio urbano y el rural. Comencemos con el primero, definiéndolo por sus funciones, su alta densidad de población y su extensión, así como por ser emisor de servicios y estar perfectamente dotado de infraestructura. Además, el precio del suelo es alto, el empleo en el sector primario es insignificante, y suele haber mucho espacio físico y recursos para la supervivencia de las personas. Para la geografía urbana, el paisaje es el paisaje propio de los núcleos urbanos o ciudades, definidos previamente por criterios numéricos o funcionales: que el sector económico dominante no sea el primario, sino el sector secundario -ciudad industrial- o los servicios. Al mismo tiempo, la ciudad necesita que el campo la abastezca de mercancías agrícolas y ganaderas, energía y productos primarios que ella misma no puede producir. La ciudad sirve también como lugar de ocio.
El espacio rural. Atendiendo a su calificación urbanística, se define por oposición: la parte de un municipio que no está clasificada como área urbana o de expansión urbana; zonas no urbanizadas al menos en su mayor parte o destinadas a la limitación del crecimiento urbano, utilizadas para actividades agropecuarias, agroindustriales, extractivas, de silvicultura y de conservación ambiental. En cuanto a su concepción geográfica como paisaje, el paisaje rural, estudiado por la geografía rural, incluye también las zonas dedicadas a otros usos (residenciales, industriales, de transporte o de servicios) en los municipios clasificados previamente como rurales.
El 6 de octubre de 2010 me referí a este tema de manera breve dentro de la efervescencia experimentada entonces por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) hacia la elección de sus dirigentes estatales. Indiqué que las posiciones se decantarían entre lo urbano y lo rural. Señalé lo siguiente: “Recientemente platiqué con Jorge Meade Ocaranza, viejo lobo de mar en la clase política tricolor (ha sido presidente del PRI, diputado federal y local, así como delegado especial en infinidad de elecciones estatales y miembro del Consejo Político Nacional), hombre proclive a la integración de una fórmula unificada y dirigentes más identificados con lo urbano que con lo rural. Tiene sus motivos personales para pensar así, pero no descarta cualquier resultado durante la elección del 7 de noviembre, incluyendo la posibilidad de la confrontación, una nueva polarización y la pérdida del capital político conseguido por su partido en las elecciones de 2009”. Me parece que el pronóstico de Meade Ocaranza se cumplió: Amado Orihuela Trejo, presidente del Comité Directivo Estatal del PRI, hizo del espacio rural su bastión, tal como durante una década lo propugnaron Maricela Sánchez y Guillermo del Valle iniciando la grave polarización que persiste en el PRI. El problema del partido tricolor es que no ha superado aquellas etapas históricas, siendo necesario que busquen ahora, antes del proceso electoral, la reconciliación aludida ayer por el gobernador. La división entre lo urbano y lo rural amenaza la calidad competitiva del PRI. Al tiempo y lo veremos.