El Partido Revolucionario Institucional (PRI) no ha concluido la perniciosa etapa vinculada a la postulación de Amado Orihuela Trejo como candidato a la gubernatura; la coalición Movimiento Progresista, integrada por el Partido de la Revolución Democrática (PRD), el Movimiento Ciudadano (antes Partido Convergencia) y el Partido del Trabajo (PT), concluyó la fase para el registro estatutario de cuatro precandidatos gubernamentales, quienes esperarán ahora la aplicación de una encuesta entre la sociedad morelense los días cuatro y cinco de febrero, de la cual emergerá el candidato definitivo; y el Partido Acción Nacional (PAN), amén de que cerró su periodo de registro el 15 de enero (con tres aspirantes a la gubernatura), entró a partir de ayer en el proselitismo interno, perfilándose a la elección del candidato definitivo el 18 de marzo venidero.
El PRI se encamina hacia una ruptura, con el desprestigio social implícito y el despilfarro de lo conseguido --electoralmente hablando-- en los comicios de 2009; la alianza Movimiento Progresista todavía no tiene causales para repetir la dispersión de las “izquierdas” tal como la hemos constatado en anteriores procesos electorales; y el PAN ahí la lleva buscando el objetivo de no desgarrarse públicamente las vestiduras, ni exponerse a perder el capital político logrado por casi dos administraciones blanquiazules, lo cual tiene relación con nuestro tema de hoy. Excepto en Acción Nacional, hasta la hora de redactar ayer la presente columna no habíamos visto a los aspirantes gubernamentales levantándose mutuamente la mano en señal de triunfo, de la misma manera en que lo hicieron Adrián Rivera Pérez, Alejandro Villarreal Gasca y Demetrio Román Isidoro. Lo deseable es que esta escena se repita al concluir la elección del 18 de marzo. A ver.
¿Reconciliación cuando todos los partidos políticos y sus principales personeros se están dando hasta con la cubeta para conseguir el poder público? ¿Será posible? Me parece que no. Al contrario: actúan contradictoriamente. Los comités estatales del PRI, PAN y PRD propician el golpe bajo, la intriga y la traición, mientras que por otro lado enarbolan enunciados filosóficos tendientes a mover conciencias y el lado emocional de quienes, constituyendo la mayoría silenciosa, ni siquiera comprenden la conducta de nuestros ínclitos políticos.
Es aquí donde quiero retomar parte de la columna del 19 de diciembre de 2011, donde hice una distinción entre el espacio urbano y el rural. No repetiré el marco conceptual, pero sí recordaré lo que escribí sobre Amado Orihuela Trejo, quien “hizo del espacio rural su bastión, tal como durante una década lo propugnaron Maricela Sánchez y Guillermo del Valle iniciando la grave polarización que persiste en el PRI. El problema del partido tricolor es que no ha superado aquellas etapas históricas, siendo necesario que sus principales exponentes busquen ahora, antes del proceso electoral, la reconciliación aludida por el gobernador. La división entre lo urbano y lo rural amenaza la calidad competitiva del PRI”.
Según veo, amables lectores, la arena política morelense corre el peligro de fragmentarse entre los espacios urbanos y rurales. Pero el PRI es el partido más ensoberbecido, aun cuando carece todavía de precandidatos a nivel distrital y municipal. Ojo: el paso de Amado Orihuela por la CNC no sirvió para fortalecer al partido tricolor en el espacio rural, como tampoco ha funcionado la operación de Félix Rodríguez Sosa al frente de la Liga de Comunidades Agrarias o su liderazgo en una fracción de productores cañeros de la zona oriente, pues sólo se ha dedicado a cuidar su ínsula en Cuautla (por problemas de salud) descuidando al resto de Morelos; verbigracia el IV distrito federal, donde una resentida y desplazada Rosalina Mazari Espín controla otro bastión. Y la misma dispersión se repite en otras regiones.
Empero, los vacíos fueron llenados por Acción Nacional y Marco Adame Castillo mediante una sencilla estrategia: dar continuidad a los programas agropecuarios exitosos iniciados por Sergio Estrada Cajigal durante el sexenio anterior. Imaginen ustedes, pues, el escenario preelectoral: dos candidatos priistas al Senado sin rentabilidad electoral (uno de ellos virtualmente repudiado por su elitismo) frente a Víctor Caballero Solano, ex secretario de Salud, y Bernardo Pastrana Gómez, ex secretario de Desarrollo Agropecuario, quien tiene información exacta sobre quién es quién en la sociedad rural, donde ya no existe el predominio (corrupto y desorganizado) de los comisariados ejidales como en antaño para garantizar el “voto verde”, sino la vigencia de sistemas-producto cuyos líderes jamás aceptarán ser conducidos hacia una aventura, entendiéndola como un viraje en el gobierno. Infinidad de núcleos ejidales, bastante politizados, hoy identifican a los políticos mentirosos e incumplidos y también a los servidores públicos que realmente funcionan. Si el partido blanquiazul trabajó bien a lo largo del presente sexenio a favor de la sociedad rural, deberá pasar por el crisol de la elección constitucional tomando como base los siguientes factores, asociados a las motivaciones de los votantes a favor o en contra de determinado partido político.
Por un lado tenemos el factor funcional, es decir, todos aquellos motivos derivados de los beneficios directos que el elector ha obtenido --u obtiene-- a través de determinado partido político (esto se consigue a largo plazo); o bien beneficios que espera lograr si determinado partido político gana una elección. No se refiere concretamente al beneficio, sino al canal que se establece entre el elector y el partido para “tramitar” esos beneficios. Y el factor de vínculo social, que agrupa los motivos y las asociaciones mentales que el elector hace entre ciertos grupos sociales y los partidos políticos, inclinándose a favor de la institución que percibe más vinculada con los grupos sociales a los que cree pertenecer. Me parece que el PAN es el más identificado bajo estas premisas y no el PRI, cuyo capital político, insisto, fue dilapidado. Luego seguimos con el tema, abarcando lo urbano.