El voto diferenciado se define como un comportamiento normal en democracias fuertes y bien establecidas, mediante el cual los ciudadanos utilizan su sufragio para no otorgar a una sola fuerza política el control total de todos los espacios políticos, impulsando con ello el equilibrio entre los poderes públicos, en la gran mayoría de los casos, el Poder Ejecutivo y el Legislativo, así como entre los tres niveles de gobierno, entiéndase el federal, el estatal y el municipal.
Así entonces, puede darse el caso de que los electores prefieran votar por un partido para Presidente de la República o gobernador y por otras organizaciones políticas para que los representen en el Congreso de la Unión o en los Congresos estatales y en las presidencias municipales. Lo anterior ha traído como consecuencia el debilitamiento del denominado “voto duro”, que es la expresión ciudadana segura con la que cuentan los partidos para enfrentar los procesos electorales, pues se trata de ciudadanos que siempre votan por el mismo partido, independientemente de las condiciones sociales, políticas y económicas del país y de los candidatos que postulen las fuerzas políticas.
En México, primero tuvo su auge la implementación del voto útil, que permitió que los ciudadanos entendieran que su voto era necesario para que hubiera alternancia en los gobiernos, como demostración plena de que la democracia llegaba para quedarse y como alternativa a la búsqueda de mejores estadios de bienestar alentados por los partidos de oposición. Durante 2006, la democracia alentó el paso del voto útil al voto diferenciado, por lo que en la elección del 2 de julio de 2006 el fenómeno del voto diferenciado tuvo su mayor aplicación.
Los antecedentes señalan que en la elección del año 2000, donde el PRI perdió la Presidencia de la República, el candidato de la Alianza por el cambio (PAN-PVEM), Vicente Fox, tuvo el 43 por ciento de la votación, y sus candidatos a diputados y senadores alcanzaron el 39 por ciento de los votos. En el caso de la Alianza por México, encabezada por el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, ésta obtuvo el 17 por ciento de los sufragios, sus aspirantes al Congreso de la Unión alcanzaron dos puntos porcentuales más. Respecto del Partido Revolucionario Institucional, ésta fue la fuerza política que mantuvo mayor consistencia entre los diferentes candidatos, pues Francisco Labastida tuvo el 37 por ciento de los votos y sus candidatos a legisladores tuvieron un 38 por ciento de los sufragios; sin embargo, no fue suficiente para volver a retener la Presidencia.
El proceso electoral de 2006 marcó tendencias muy claras de cómo la ciudadanía diferenció su voto, logrando con ello que ninguna fuerza tuviera el control absoluto en el Congreso de la Unión. Respecto de dichos comicios, podemos inferir que el entonces candidato del PAN a la Presidencia de la República, Felipe Calderón, en relación con sus candidatos a integrantes del Congreso federal, ganó en todas las entidades, con excepción de Campeche y Morelos; y en 15 estados los candidatos a diputados federales obtuvieron más votos que los candidatos a senadores.
En relación con la coalición Por el Bien de Todos, del PRD, PT y Convergencia que encabezó Andrés Manuel López Obrador, el candidato ganó en todos los estados, a excepción de Zacatecas (aunque sólo por menos de un punto porcentual, en relación con el candidato a senador), respecto de sus compañeros candidatos a senadores y diputados. Es en el caso de López Obrador donde queda de manifiesto cómo se dio el voto diferenciado en nuestro país, pues el ex jefe de Gobierno capitalino alcanza el 35.31 por ciento de los votos, apenas 0.58 por ciento menos que el actual Presidente, mientras que sus candidatos a senadores tuvieron el 29.69 por ciento de los votos y los candidatos a diputados federales el 28.99 por ciento.
El caso de la alianza PRI-PVEM reflejó cómo también se presentó el fenómeno de la diferenciación del voto, pues su abanderado, Roberto Madrazo, en ningún estado sacó más votos que sus candidatos al Congreso, pues en 19 entidades federativas alcanzaron más sufragios que él los candidatos a senadores y en 13 entidades, los aspirantes a diputados federales. Mientras que el aspirante presidencial sacó el 22.26 por ciento de los votos, los senadores tuvieron una votación del 28.07 por ciento y los diputados del 28.21 por ciento.
Para tener otra óptica de esta elección, Andrés Manuel López Obrador gana la elección en 16 entidades federativas, y sus candidatos al Senado alcanzan la victoria en 11; Felipe Calderón alcanza el triunfo también en 16 estados y sus candidatos al Senado también ganan en el mismo número de entidades; mientras que el abanderado del PRI no gana en ningún estado, su partido alcanza la mayoría de votos en cinco estados: Campeche, Chiapas, Nayarit, Quintana Roo y Sinaloa. Por todo ello, quienes piensan que los candidatos no pesan más que los partidos o que las coyunturas políticas y sociales no son más importantes que las propuestas, pueden llevarse un buen chasco. En las elecciones concurrentes del próximo primero de julio veremos cosas interesantes, aunque sigue faltando el análisis profundo y puntual de lo que representan ideológicamente cada partido y su actuación frente a la sociedad cuando son gobierno.
Una encuesta de la empresa “Demotecnia” (cuya directora es María de las Heras) aplicada para conocer la opinión de los ciudadanos sobre el trabajo que vienen haciendo distintos actores políticos y sociales de México, fue difundida el pasado 29 de febrero por el diario “24 horas”, a cargo del brillante periodista mexicano Raymundo Rivapalacio. El trabajo deja un magnífico sabor de boca en torno al desempeño del Ejército Mexicano y los periodistas, pero muy mal parados a los políticos de cualquier nivel. Según la investigación, todo lo que huela a política es repudiado por la inmensa mayoría de la sociedad mexicana. Ni siquiera viene al caso retransmitir lo que las personas encuestadas opinaron respecto al trabajo de senadores, diputados federales y legisladores adscritos a los congresos estatales, sobre quienes casi se estableció una analogía con criminales organizados. Lo anterior –me refiero a la simbiosis entre el hampa y la alta mafia política- no es nada nuevo y puede presentarse en todos los partidos.