A escasos 13 días de las elecciones concurrentes (a celebrarse el primero de julio), cuando los morelenses elegiremos al nuevo presidente de la República y al siguiente gobernador de Morelos, tenemos el legítimo derecho de preguntar: ¿Es mucho pedir? Mi respuesta es un rotundo NO. No, frente a los resultados (¿chascos?) de la incipiente democracia morelense, surgida durante el proceso electoral del año 2000, amén de la amarga experiencia representada por regímenes pasados con gobernantes y autoridades improvisados cada tres y seis años. La mayoría llegó al poder para enriquecerse lo cual, desgraciadamente, se ha repetido hasta nuestros días bajo administraciones de cualquier color y siglas.
Recuérdese que el PRI funcionó eficazmente como una gigantesca agencia de colocaciones, pero tuvo una copia fiel desde el año 2000 en adelante entre servidores públicos emanados de otros partidos políticos. ¿Hay alguna vinculación de ello con la esencia corrupta de nuestra cultura? Sin duda. Pero también la tiene con el personalismo predominante en el sistema político mexicano, caracterizado por el arribo de camarillas al poder público cuyos integrantes operan bajo herméticos sistemas de relaciones y un lenguaje de madriguera que solo ellos entienden.
Es decir: los “con capacidad” prefieren cómplices y no colaboradores. Por eso vemos colocados en cargos importantes (donde hay lana, pues) a compadres, parientes cercanos y gente de “absoluta confianza”. No importan la transparencia, la rendición de cuentas, la gente capaz, la sociedad civil, ni oxigenar la administración pública, muchas veces agobiada por el desgaste del propio poder y los errores garrafales que ahí se cometen, sino aprovecharse de cortos lapsos a fin de sostener altísimos niveles de vida. Infinidad de “personajes” que pululan en todos los partidos y todas las campañas buscan con obcecado afán una nueva oportunidad para mantener su antigüedad rumbo a la obtención de una jugosa jubilación, o cristalizarla si ya concentraron el tiempo que exige la Ley Estatal del Servicio Civil.
Ustedes mejor que yo, amables lectores, tienen una clara percepción sobre nuestros personajes públicos. Hombres y mujeres que, muchas veces con ignominia e indignidad, han deambulado de un puesto a otro. Para identificarlos basta aplicar el antiguo dicho de los abuelos: “Si quieres ver cómo le va a un hombre, obsérvalo de la cabeza a los pies”. Cierto: el resultado de la función pública se mide en México por la consolidación patrimonial y no por las obras y hechos conseguidos a favor de la colectividad. El que no transa no avanza. Desde luego, existen sus honrosas excepciones. Sería insensato tasar a todos con el mismo rasero.
Durante las campañas preelectorales, cuya finalización está señalada por el Código Estatal Electoral para el miércoles de la próxima semana, hemos observado a los mismos de siempre. Pero hablando en términos realistas todos forman parte de la “clase política” morelense, el sistema partidario dominante (la partidocracia mexicana) y el régimen de “representación” asignado a los mexicanos por la Constitución. Sus respectivos partidos, según la Carta Magna, son “instituciones de interés público”. ¿Está usted de acuerdo con ello? Ahorita le sigo.
Antes quiero retomar parte de un discurso pronunciado por Amado Orihuela Trejo, candidato de la coalición Compromiso por Morelos (PRI-PVEM-Nueva Alianza) a la gubernatura, durante una reciente gira por Huitzilac, Jiutepec, Amacuzac, Puente de Ixtla y Tlaquiltenango. Tras mencionar varios puntos de su plan sexenal, el ex alcalde de Mazatepec hizo hincapié en el complicado tema de la seguridad pública. Puntualizó que habrá una policía única, eficiente y capacitada, pero además apoyada por un buró de inteligencia, sistemas modernos de video vigilancia y tecnología de punta, así como dotada con los suficientes recursos humanos y materiales. Y añadió lo que me interesa rescatar hoy: “Cero tolerancia a la corrupción, cero tolerancia a la colusión entre policías, funcionarios y delincuentes; pues contra ellos se aplicará todo el peso de la ley. Ese es el Morelos que queremos, con paz y tranquilidad”. Etcétera, etcétera. Ojalá y así sea. Empero, lo deseable es que la política de “tolerancia cero” también se aplique en todas las esferas oficiales de Morelos: desde la más modesta oficina, hasta ámbitos de la secretaría particular, obras públicas, licitaciones, compras, etcétera; evitar la existencia de cábalas impenetrables de cuates donde se trafique con el poder. Porque…han de saber ustedes que a Orihuela Trejo y el resto de candidatos al gobierno no les alcanzará todo el organigrama gubernamental para saldar facturas políticas. Ahí viene la cargada.
¿Cuál es el escenario de usted, amable lector, de cara a los inminentes comicios? Lo deseable es que no volvamos a equivocarnos, si es que así ocurrió con respecto a aquellos políticos, politicastros y politiqueros por quienes sufragamos en 2006 y 2009. Ojalá y tampoco volvamos a ser víctimas de las artimañas aplicadas por sujetos que a la postre se convirtieron en defraudadores sociales emulando a “El Príncipe”, de Nicolás Maquiavelo. En reiteradas ocasiones he transcrito una parte de aquella magistral obra donde el autor indica, entre muchos argumentos, lo que debe hacer quien tenga el poder o aspire a tenerlo: “Es indispensable disfrazar bien las cosas y ser maestro en fingimiento, pues los hombres son cándidos y tan sumisos a las necesidades del momento que, quien engañe, encontrará siempre quien se deje engañar”. A ver.