La feria del hueso, cuya principal característica será la aparición pública de quienes aspiran a consolidar su situación patrimonial durante tres o más años y, en el mejor de los casos, concentrar el tiempo que exige la Ley del Servicio Civil de Morelos a fin de lograr la ansiada jubilación. Y qué mejor si el monto mensual a percibir rebasa los 50 mil pesos, cantidad que el sector privado paga a sus colaboradores en muy honrosas y esforzadas excepciones (un director de control de calidad en Baxter, por ejemplo, debe quemarse las pestañas y hasta disponer de doctorados en el extranjero para recibir emolumentos que oscilan entre los 50 y 70 mil pesos al mes).
A partir de mañana empieza una nueva veda electoral: los aspirantes a los cargos ya mencionados no podrán hacer ningún acto proselitista, en tanto su publicidad colocada a determinada distancia de los sitios donde serán colocadas las mesas de votación deberá ser retirada cuanto antes. Obviamente, tampoco los personeros al servicio de partidos políticos podrán publicitar a nadie. Pero eso no se repetirá con los panegiristas de determinados personajes en las redes sociales, donde la etapa final de la guerra sucia habrá de librarse con nuevos argumentos disponibles. Será interesante ver la culminación del proceso electoral a través de esos mecanismos electrónicos de comunicación, cuya principal característica son el anonimato y las ofensas, aunque déjeme decirle a usted que a estas alturas de las elecciones 2012, más de un 85 por ciento de los electores mexicanos ya decidieron por quién o quiénes votarán.
Los candidatos a la gubernatura son, en orden alfabético, Adrián Rivera Pérez, del Partido Acción Nacional (PAN); Amado Orihuela Trejo, de la Coalición Compromiso por Morelos (PRI-PVEM-Nueva Alianza); Graco Ramírez Garrido Abreu, de la Coalición Nueva Visión Progresista (PRD-PT-Movimiento Ciudadano); y Julio Yáñez Moreno, del Partido Social Demócrata (PSD). Para todos es deseable que las votaciones transcurran en santa paz y respetando la legislación electoral morelense. A estas alturas del juego, y tras haber escuchado infinidad de “propuestas”, este columnista quisiera crear un escenario imaginario con cualquiera de ellos como triunfador en la fecha señalada. Son las 20:00 horas del domingo primero de julio y se anuncia el nombre del ganador. Entonces surge la inevitable pregunta: ¿Y ahora qué sigue? Desde luego, la algarabía y la parafernalia de siempre, quizás con el compás de un grupo musical famoso, tal como lo disfrutarán hoy miles de cuernavaquenses en el zócalo de Cuernavaca con la Banda Recodo.
Así las cosas, en ese marco hipotético viajemos al año de 1972 cuando, bastante joven, vi una excelente película del director Michael Ritchie titulada “El Candidato”, cuyos principales protagonistas fueron Robert Redford, Meter Boyle, Melvyn Douglas y Don Porter. Aquella obra cinematográfica, ganadora de varios premios de la Academia, se utiliza hasta hoy como material didáctico en las licenciaturas de comunicación y ciencias políticas (entre otras), a fin de explicar los procesos electorales en determinadas naciones del mundo, pero sobre todo en los Estados Unidos, país considerado todavía como el prototipo de la democracia y la modernidad tecnológica aplicada a los comicios.
El argumento del film se sustenta en la planificación, el despegue y el desarrollo de una candidatura electoral: cómo se pone en marcha el complejo engranaje de apoyos, argumentos y ambiciones que rodean a un candidato y, en el entretanto, de cómo la frescura y el idealismo de los primeros momentos va cediendo paulatinamente paso al escepticismo, el compromiso, y la sorda lucha por arañar cada vez más votos. Asimismo, brinda un valioso punto de partida para debatir sobre temas tan relevantes como la manera de afrontar las campañas electorales; la importancia del perfil personal de los candidatos frente al peso de las adscripciones partidistas; los modos de financiación de los partidos y de los candidatos y su impacto sobre el sistema político; el alcance de la libertad de prensa y su relación con el derecho a la intimidad en el ámbito de lo político. Etcétera. Cualquier parecido con elecciones mexicanas y locales de Morelos no es mera coincidencia, sino parte de la realidad electoral que se repite cada tres años y en procesos internos partidistas.
Empero, hay algo en la película, hacia el final, que nunca he olvidado. La cercanía entre el candidato y su equipo de asesores, y su dependencia hacia ellos, llega a tal grado que la noche en que lo anuncian ganador de las elecciones presidenciales, uno de sus más cercanos colaboradores se le acerca y le pregunta: “¿Y ahora qué sigue?”, a lo que el candidato Mckay, sentado en la cama de un lujoso hotel, con la habitación semivacía, contesta desconcertado: “No sé. No sé qué siga”. Y finaliza la película…
“¿Y ahora qué sigue?”, es la pregunta que, como en 1972, seguramente nos formularemos los morelenses allende el proceso electoral del domingo. Y también deberán hacérsela los mismísimos candidatos, algunos de ellos aventados al ruedo en una franca aventura, sin poseer visión de Estado. Pero me parece que el mayor peligro en lo inmediato, para el inminente triunfador, será perderse en la inercia de los triunfos electorales y creer que junto con camarillas impenetrables de cuates, compadres y cómplices aseguró su llegada a una nueva ínsula de poder omnímodo, sobre un escenario en el que, una vez encumbradas, las élites hacen a un lado los intereses de la sociedad. Y ahí vienen de regreso.