Los recientes hechos acaecidos en Tres Marías (el viernes 24 de agosto) y el secuestro con extorsión agravada de una comerciante asentada en el Paseo Cuauhnáhuac de la capital morelense (el martes 21 del mismo mes), difundido por los medios de comunicación de Morelos hasta el lunes 27, nos hacen reflexionar sobre la infiltración de la Policía Federal por elementos que podrían estar engrosando al día de hoy una especie de “criminalidad institucionalizada”. Es decir: el tráfico de armas no se explica sin la participación de oficiales al servicio de la Defensa Nacional; el contrabando (o lo que queda de él dentro de los tratados de libre comercio) no tendría razón de ser sin la implicación de aduaneros; el narcotráfico carecería de esencia sin las cuotas pagaderas a pésimos funcionarios de la Procuraduría General de la República (PGR) y su cada día más deteriorada Agencia Federal de Investigaciones; y el resto de delitos de “alto impacto”, como son el secuestro, la extorsión, el robo de vehículos y demás ilícitos patrimoniales, no podrían ser reiteradamente cometidos sin la colusión de corporaciones corruptas en los tres órdenes de gobierno. Podría citar otras vertientes del crimen organizado, pero por circunstancias de espacio lo dejaré para otra ocasión.
Hoy quiero retomar parte de una investigación que guardo en mi archivo personal, realizada y difundida el 30 de noviembre de 2008 en su página de internet por la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF). Se tituló “La policía que queremos”, en la cual el ombudsman capitalino plasmó un diagnóstico sobre la cotidianeidad de la policía en la ciudad más grande del mundo y que, allá y entonces, en el contexto de los primeros 100 días de la “Alianza por la legalidad, la justicia y la Seguridad”, había sido declarada como la más insegura de todo el país, mientras la más segura era Mérida. Aunque la investigación data de 2008, tiene plena vigencia hoy y se adapta a cualesquiera corporación en los tres órdenes de gobierno.
La CDHDF aplicó varios criterios para determinar cuáles eran los más graves problemas de la policía capitalina, resumiendo el análisis en cuatro conceptos: corrupción, condiciones de trabajo, cercanía con la ciudadanía y capacitación. Dentro de la corrupción, los efectivos policíacos del DF reconocieron que existía el problema, pero responsabilizaron, en primer lugar, a sus jefes, a quienes se les debía entregar determinadas cantidades de dinero, todos los días. Asimismo, reconocieron la implicación de la ciudadanía, que acepta el otorgamiento de dádivas a los servidores públicos para evitarse molestias. Hasta ayer todo lo que se sabía en torno a los hechos de Tres Marías tenía un carácter extraoficial y especulativo. Pero tocante a lo sufrido por una comerciante del Paseo Cuauhnáhuac, hubo la evidente premeditación, alevosía y ventaja de ocho agentes federales que la privaron ilegalmente de su libertad y pretendieron extorsionarla inventándole delitos inexistentes, para lo cual “la ayudarían” mediante la entrega de un millón de pesos, que después se convirtieron en 200 mil y posteriormente en la cárcel para los frustrados delincuentes institucionalizados, cuya situación jurídica será determinada entre hoy y mañana por un juez federal. Lo deseable es que la averiguación elaborada por la Delegación de la PGR no vaya a ser derrumbada por endeble. La parte ofendida aportó cualquier número de pruebas sobre la participación de esos elementos federales quienes, por cierto, se tomaron el suficiente tiempo para investigar a la comerciante en el ánimo de conseguir dinero fácil.
Y si así están las cosas en la entidad dentro del Plan Morelos Seguro, imaginen ustedes cómo estarán en otros territorios de la República donde abundan las bandas criminales y el río revuelto para conseguir pingües ganancias. Cabe subrayar que algunos comandantes del destacamento Morelos de la PFP admitieron la pésima conducta de quienes son sus compañeros de corporación, pero quienes son enviados y controlados desde la Ciudad de México en “operativos especiales”. ¿En manos de quién está la ciudadanía, estimados lectores? Donde usted rasque brota la pus. Y en torno al “Caso Tres Marías” (con olor a DEA, según publicó el domingo la revista “Proceso”) todavía falta saber la verdad, aunque todo apunta hacia una ejecución frustrada. Si la camioneta diplomática en que viajaban dos agentes encubiertos de la DEA y un marino mexicano no hubiera tenido el blindaje que soportó las ráfagas de sus agresores, en este momento el delicado asunto estaría engrosando la enorme montaña de impunidad existente en México. No se sabría nada sobre la participación de policías federales.
Todo lo anterior me hizo recordar una excelente conferencia sustentada el 16 de mayo de 2000 en el auditorio de la antigua Junta Local de Conciliación y Arbitraje por el ex procurador general de la República, Antonio Lozano Gracia. Abarcó el tema de la creciente inseguridad pública nacional, implacable hoy doce años después. Manifestó que la delincuencia organizada había ganado terreno dentro de las instituciones gracias a la corrupción entre policías y autoridades de todos los niveles de gobierno involucrados con el narcotráfico y bandas delictivas; independientemente de que a las corporaciones policíacas seguían ingresando sujetos identificados con la imagen cultural que la sociedad mexicana tiene de los policías: hombres y mujeres prepotentes, corruptos, agresivos, de escasa escolaridad, encubridores de delincuentes, con pistola al cinto, cinturón piteado y mentando madres. He aquí una de las más significativas causas de la inseguridad pública a nivel nacional: haber justificado en todas las corporaciones una supuesta eficiencia con corrupción, lo cual tuvo un costo muy elevado porque provocó el resquebrajamiento de relaciones entre la sociedad y esos servidores públicos. En un principio, la ciudadanía empezó a perder el respeto a la autoridad representada por los policías, y después se siguió con todos los funcionarios y políticos. Es así como llegamos a la expresión presidencial del “sacerdocio cívico”. ¿Usted qué opina, amable lector?