De entrada, Graco Ramírez recordó que está gestionando ante el gobierno federal el reintegro de 200 millones de pesos arrebatados a Morelos por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público debido al subejercicio en que incurrieron las autoridades de la Secretaría de Seguridad Pública del Estado y el Secretariado Ejecutivo del Consejo Estatal de Seguridad Pública. El dinero nunca se utilizó y fue absorbido por la Federación para otros fines. El gobernador morelense recalcó que “inclusive el tema lo abordé durante la toma de posesión (el pasado 1 de octubre) ante el gobernador saliente”. Ramírez Garrido aludió el espinoso asunto después de declarar que encontró los sistemas de prevención del delito (en todas las áreas de la SSP estatal) y la persecución delictiva (respecto a la Procuraduría General de Justicia) bajo “condiciones deplorables”.
A continuación desglosaré un apretado resumen sobre tales circunstancias, definitivamente adversas para Alicia Vázquez Luna, secretaria de Seguridad Pública de Morelos, y quien resulte electo en las próximas semanas como nuevo procurador general de Justicia: 1) Un escenario de simulación, donde las autoridades anteriores, en momentos de emergencia, “convocaban a conferencia de prensa, firmaban convenios con la sociedad civil y anunciaban ambiciosos planes de combate al crimen organizado dizque de manera coordinada con el gobierno federal”; 2) Centenares de policías preventivos municipales y estatales descalificados tras reprobar los exámenes de control de confianza; 3) La existencia de un precario centro de operaciones (C-4) dependiente de la SSP estatal, el cual está enclavado “en un cuartito” donde se controlan unas cuantas cámaras de videovigilancia; 4) La operación de una Policía Acreditable sin que disponga de cuarteles; 5) La no vigencia de programas tendientes a recomponer el tejido social; 6) La prevalencia de la industria del secuestro; 7) El incremento en el robo de vehículos; 8) La desconfianza social, que no denuncia delitos ante las autoridades ministeriales; y 9) Graves deficiencias en el funcionamiento del Ministerio Público frente al nuevo sistema de justicia adversarial.
Sin embargo, es importante subrayar lo que Graco Ramírez dio a conocer al comienzo de la conferencia de prensa antes de describir dichas “condiciones deplorables”: anunció la aprehensión de tres secuestradores pertenecientes a una banda cuyo mote es “Los Rojas”, a la cual se atribuyen más de 25 plagios cometidos en diferentes tiempos y regiones de Morelos. Apoyado con un video y la lectura de un texto informativo Graco Ramírez compartió este golpe al crimen organizado “conseguido gracias a la coordinación del Grupo Interinstitucional Morelos”. Desde luego, ponderó el hecho de que se colocó diariamente a la cabeza de las operaciones de dicho grupo, aunque agradeció el respaldo de la 24 Zona Militar, la Policía Federal y la PGR para ofrecer resultados a una semana de su toma de posesión. Vino entonces una declaración delicadísima: no tiene confianza en la actual estructura de la Procuraduría General de Justicia, ante lo cual fue necesario que las investigaciones para dar con el paradero de estos consumados hampones y proceder a su captura corrieran por cuenta del Ejército Mexicano y la SIEDO federal. Empero, el gobernante confía en que una vez nombrado el nuevo procurador o la nueva procuradora las circunstancias cambien. Minutos antes, Ramírez Garrido había lanzado un exhorto a los medios de comunicación para no desalentar la denuncia de los ciudadanos -ante las instancias respectivas- cuando sean víctimas de un acto criminal. Dijo: “El crimen organizado actúa con mucha sutileza y aprovecha las expresiones de que la denuncia no sirve para nada”. Etcétera.
Esta reciente aparición del gobernador Graco Ramírez me recordó el antiguo relato de “las tres cartas”, que a continuación escribiré para ustedes con algunas variantes. Encontrarán algunas coincidencias con la actual coyuntura de Morelos. Erase un presidente de la República que, consciente de haber fracasado por su inhabilidad para tomar decisiones de manera oportuna y de que la sociedad casi lo estaba sacando a empellones de la titularidad del Poder Ejecutivo, aún en su alta investidura escribió tres cartas. Después de conocerse el nombre del ganador en el proceso electoral presidencial, el jefe de las instituciones mexicanas en turno lo invitó a comer a la residencia oficial. Lo recibió con enorme protocolo, le mostró el inmueble, lo condujo a su espaciosa y lujosa oficina y, después de degustar exquisitos manjares, le entregó tres cartas. Lacónicamente le dijo a su futuro sucesor: “Ábrelas cuando no sepas qué hacer. Están numeradas en el orden en que debes hacerlo. Considero que este es mi legado y lo comparto solamente contigo”. El presidente se marchó y el relevo electo en la contienda presidencial, aunque un poco extrañado por lo sucedido, tomó las cartas. Una vez encumbrado las colocó dentro del cajón central de su gigantesco escritorio.
No había transcurrido mucho tiempo desde la toma de posesión, cuando empezaron a surgir problemas por todo el país. Y en medio de un grave conflicto social, aderezado por la crisis económica, el flamante presidente no sabía qué hacer. Entonces recordó las cartas, abrió el cajón y tomó la número uno. Se trataba de una hoja que decía: “Échame a mí la culpa”. La adusta expresión del presidente cambió y le apareció en el rostro una gran sonrisa, pues había encontrado una excusa para salir del embrollo. Ese día agradeció a su antecesor aquella respuesta que él no pudo encontrar en tan delicados momentos. Pasó el tiempo y, una vez más, se presentó otra crisis. Por todos lados había brotes de inseguridad pública, asesinatos, secuestros, atropellos policíacos, el desbordamiento de la crisis económica con levantamientos sociales, etcétera. Además, el presidente estaba acorralado por los diputados y senadores de las “oposiciones”, quienes le exigían cambiar el rumbo del país. Y fue así cuando recurrió a la segunda carta, donde leyó: “Cambia a tu gabinete y culpa a tus subordinados”. Sorprendido nuevamente, el primer mandatario federal sonrió y no tardó en aplicar la recomendación de su antecesor. Tenía confianza de que así ampliaría su margen de maniobra, ganaría tiempo, salvaría algunas apariencias y las cosas mejorarían. Sin embargo, la situación no cambió según sus expectativas. Y en un periodo todavía más corto, se vio obligado a abrir la tercera carta. Esta vez, después de leerla, ya no sonrió. Solamente se recargó en el enorme sillón de fina piel mientras suspiraba. La carta decía: “Prepara tus tres cartas”.