Es decir, los partidos políticos centran su esfuerzo en la permanencia relacionada con el control institucional, sin embargo, poco se habla de un proyecto de restauración del país, que redunde en una mejora en los niveles de vida de millones de mexicanos, quienes ya parecen haberse resignado a padecer los estragos de la pobreza o mejor dicho la miseria, que los vuelve poco importantes para sus gobernantes y que sólo se acuerdan de ellos cuando necesitan del voto para continuar gozando de toda clase de privilegios.
Cada final de sexenio, los mexicanos abrigan esperanzas de cambio y transformación que abonen en el desarrollo y bienestar de las mayorías, pero la frustración aparece a los pocos meses de ejercicio de las nuevas administraciones, cuando queda claro que los discursos de campaña son sólo estrategias muy bien pensadas para engañar a los electores y lograr perpetuarse en cargos que les dan placer, dinero y poder.
Mucho se reiteró, en el inicio del gobierno actual, que el regreso del tricolor a Los Pinos vendría acompañado de buena voluntad y que se buscaría ir resarciendo esa histórica deuda que durante 71 años de mandato presidencial, se generó frente a los gobernados. No ha sido así y por el contrario, intencional o por las condiciones adversas derivadas de efectos provenientes incluso de más allá de las fronteras, esos pasivos ante el pueblo se han acrecentado y francamente a estas alturas no vemos cómo se puedan cubrir siquiera los intereses.
Pero siendo honestos, no sólo son los priistas los que adeudan a los mexicanos una serie de promesas incumplidas, también el resto de los partidos, que han ejercido posiciones de mando, desde ayuntamientos, gubernaturas hasta la misma presidencia de la República –en el caso del Partido Acción Nacional (PAN)- tienen cuentas pendientes con la población.
Todos han quedado mal, no vemos, a partir de la alternancia algún cambio significativo, signos de que los adversarios al tricolor tengan voluntad para cambiar el estado de cosas, la absoluta mayoría de políticos parecen cortados a la misma medida y talla, su comportamiento es similar y no garantizan nada diferente.
Por encima de lo que pase este domingo 4 en el Estado de México, para los mexicanos es indispensable comenzar a valorar las ofertas político-electorales rumbo a la contienda presidencial del 2018, porque a un año y medio de plazo para que concluya la actual administración, es poco lo que se puede hacer y no se avanzó prácticamente en nada, el país enfrenta los mismos problemas que padecía hasta antes del 2012.
Las famosas reformas estructurales que abrirían oportunidades de crecimiento para la nación no muestran su primer efecto positivo y en la mayoría de los casos, las dificultades parecen haberse complicado aún más en la mayoría de los escenarios.
La moneda mexicana continúa a la deriva, el poder adquisitivo del salario sigue en picada, por los efectos de la inflación, la economía nacional está estancada y en ciertos rubros en retroceso, la planta de empleo se debilita y si bien pudiera ser cierto que se han abierto muchas oportunidades de trabajo, su nivel salarial viene a la baja, el petróleo muestra depreciación y la inseguridad cabalga sin obstáculo alguno, no hay poder que logre por lo menos controlar sus embates. Y los niveles de corrupción y derroche de los gobernantes no tienen límites, con la impunidad absoluta para aquellos que se enriquecen con dinero del pueblo.
Como se puede apreciar, las anteriores observaciones en torno al panorama de la nación bien pudieron haberse escrito por ahí en la década de los setentas o lo que es lo mismo, luego de cerca de 50 años como que no hemos logrado mejorar el nivel de satisfactores para los gobernados y acaso, por aportación sobre todo del exterior, somos presa de una evolución tecnológica en medios de comunicación que desafortunadamente tampoco hemos sido capaces de explotar positivamente.
Son entonces los aspectos anteriormente enumerados los que urge resolver en este México, que por momentos parece que se nos va de las manos, pero por el mal proceder de los gobernantes que por lo menos en épocas pasadas intentaban cuidar las formas y simulaban un mayor esfuerzo y cercanía con la gente, en éstos momentos es el cinismo y la desvergüenza lo que los caracteriza y casi sin excepción de colores y partidos políticos.
Lo más desalentador es que a tres meses de que oficialmente se inicie el proceso electoral rumbo al 2018, no vemos a la figura que pudiera garantizar un proyecto pensado en la recuperación integral y, por el contrario, somos testigos de la presencia de toda clase de vicios y componendas entre poderosos grupos de poder que se dan con todo, en una descarnada lucha por la conservación de esos privilegios que ellos mismos se han dado a costa de nuestro sacrificio.
Aún con todos los inconvenientes descritos, el país está obligado a caminar conjuntamente con el resto de las naciones del mundo, en un entorno globalizado que exige mayor competitividad, por la apertura de fronteras al comercio y al capital. En eso como que no tenemos opciones, esa es la ruta a seguir.
Y ante lo anterior, más bien vemos en algunas ofertas electorales, una especie de regreso al pasado, una inclinación por el populismo, que suele ser un arma muy productiva electoralmente, pero que hoy no sería funcional para los intereses de la mayoría.
Es decir, que en una de esas, podemos caer en la tentación y dar el apoyo a quienes traen un discurso color de rosa que no empata con las condiciones reales de México y que nos llevaría a un escenario incierto que nos causaría más daño que beneficio. En ese ambiente nos encontramos hoy día y lo cierto es que bajo tales circunstancias, el futuro no se antoja nada halagador, llegue quién llegue a Los Pinos a finales del año entrante. Sin embargo, sí podemos forzar un cambio gradual a través de las urnas, pero se requiere analizar cuidadosamente a quién se le da el voto.