La violencia en el país y a nivel de población adulta es un problema que sigue generando preocupación tanto a nivel social, así como de las instituciones gubernamentales, sin embargo los niños y los adolescentes no están exentos de ese fenómeno, que más bien pareciera ir en ascenso.
Ayer, diversas instituciones de competencia en el ramo estatal confluyeron en un encuentro, a partir del cual se le tomó protesta a la Comisión Estatal para poner fin a la violencia infantil, tanto de niños como de adolescentes y los datos que se ofrecieron son escalofriantes.
Se trata evidentemente de cifras que acaso reflejan parte del problema, porque ya sabemos que la mayoría de los casos de esa índole no se denuncian, dado que en buena medida, los responsables de ello son los propios padres. Aún así, se mencionó que durante el año pasado, se reportaron más de 23 mil casos de agresiones sexuales contra menores de edad.
Unos 18 mil más fueron atendidos en clínicas, hospitales o en el DIF, por violencia familiar en el contexto nacional, sin embargo, Morelos tampoco escapa a lo anterior. En lo que al estado se refiere, a decir de las instancias oficiales o asistenciales, la pobreza extrema y la densidad poblacional son factores que inciden en un mayor índice en esa materia. Pero sobresalen algunos municipios, en este caso, se mencionó a Tlalnepantla, Totolapan, Axochiapan, Jiutepec, Emiliano Zapata, por el considerable número de víctimas.
Algunos organismos internacionales como la UNICEF confirman la situación por la que atraviesa el país y abunda particularmente en algo más grave, la muerte de miles de niños y niñas, de entre los 10 y 14 años, refiriendo que en promedio se dan dos muertes al día por diversas razones.
También otras instituciones, como el instituto Nacional de Estadística, Geografía en Informática (INEGI) ofrece algunos datos al señalar que en el 2006 la incidencia llegó al deceso de 677 jóvenes de escasos 14 años de edad, haciendo énfasis en que el 56% de mujeres de entre los 15 y 19 años que viven en pareja, sufren toda clase de atropellos.
Y en lo que corresponde a los varones, se agrega que debido al clima de delincuencia que priva en la nación, hay miles de adolescentes de 12 a 17 años que mueren a causa del crimen organizado o por suicidio, que es otro aspecto igualmente en ascenso.
Lo que se decía ayer, al tomar protesta a esa comisión, es que se unirán esfuerzos entre instituciones como los sistemas DIF tanto estatal como municipales, el Instituto Estatal para la Mujer Morelense, las comisiones de derechos humanos, tanto oficial como independiente, y todo aquel organismo no gubernamental que desee participar, a fin de fomentar la cultura del respeto y de una vida libre de violencia.
Pero como referíamos, este tema es efectivamente inaceptable, sólo que las causas y los motivos parecen ser distintos, los escenarios que vivimos hoy día, casi en toda la república, son desafortunados, la inseguridad por la que atravesamos desde hace más de una década genera un ambiente poco apropiado para recuperar el respeto a las nuevas generaciones.
Los mexicanos de ahora nacen, crecen y se desarrollan en un ambiente en el que todos los días se da fe de hechos alarmantes y muestran toda clase de sucesos de extrema violencia. En esas circunstancias es difícil propiciar un ambiente de armonía no sólo en los hogares, también a nivel de sociedad. Las causas de todo lo anterior, las podemos conocer perfectamente; marginación, miseria que invita a la delincuencia como manera de sobrevivir económicamente, escasa preparación y escolaridad, malos ejemplos de autoridades y ciudadanos, por citar algunas.
Sin embargo, la obligación de trabajar por la recuperación de un entorno de civilidad es de todos, pueblo y gobernantes. Hay una serie de expresiones y organizaciones que dedican su esfuerzo a la búsqueda de soluciones en ese sentido, pero los factores en contra parecieran invencibles.
No obstante, es al interior de las propias familias donde se llega a situaciones verdaderamente alarmantes. La pérdida de valores, la desintegración de los hogares entre parejas, es cada día más recurrente, es el padre o la madre quienes agreden a sus propios hijos sin ninguna consideración.
El estado presenta niveles altos en lo relacionado a hogares que son manejados por una mujer. El abandono de los hijos es algo común en todos lados, por eso proliferan grupos de menores ofreciendo toda clase de servicios en la vía pública como una forma para ganarse la vida, tras haber sido echados de sus hogares.
La injusticia parece no tener límite y cuando alguien crece en un clima como ése, cuando llega a mayoría de edad se convierte en uno más de los agresores y entramos en un círculo vicioso sin fin, pero finalmente, buena parte de las soluciones tienen que ver con resolver la cuestión económica.
La pobreza lleva a acciones poco humanas y México no ha logrado revertir ese fenómeno que viene siendo atendido oficialmente a partir de distintos programas de carácter asistencial, pero que tampoco logran mayor efecto porque las necesidades son demasiadas.
Por lo menos se aprecia que hay ciertos avances en lo referente al control de la natalidad, en su oportunidad, los matrimonios procreaban entre siete y diez hijos, el crecimiento poblacional era enorme, pero de unos años a la fecha y a partir de campañas de concientización gubernamental, se ha logrado una importante reducción, que se refleja en un menor número de miembros por hogar.
Aún así, las más recientes cifras sobre el padrón nacional hablan de unos 122 millones de mexicanos, suma bastante interesante, frente a un país cuyos recursos naturales son cada vez menores, derivado de la destrucción que está causando el propio ser humano y por eso las oportunidades y los espacios se están reduciendo progresivamente.
No obstante, la lucha tiene que seguir, no se puede bajar la guardia ante un fenómeno que nos debe avergonzar, no sólo a los mexicanos sino ante el contexto de las naciones, porque hoy día es de fuera desde donde se nos informa con mayor precisión del terrible panorama que vivimos en ese aspecto, porque internamente se suele caer en la tentación de maquillar números, quizás para evitar mayor alarma en la población.