A la violencia que hace ya años padecemos en México y por ende en Morelos, no escapan naciones del primer mundo, como Estados Unidos, hay hechos recientes que muestran cómo un país que consideramos tan poderoso, sobre todo económicamente, es víctima de atentados terroristas y de crímenes múltiples que es casi seguro, tienen que ver con asuntos económicos.
Pero un poco más allá de nuestro continente seguimos observando sucesos sangrientos, como en el caso de Francia, que exhiben una tendencia global por las agresiones y el uso de las armas como instrumento, en lugar de anteponer la razón y el diálogo.
Ese escenario nos lleva a pensar que si en economías de primer mundo se enfrentan conflictos y hechos de inseguridad cotidianos, en México o en Morelos, el caldo de cultivo para la delincuencia es enorme y no será con más armas o policías como podamos recuperar un poco de calma.
El país pasa por una situación muy complicada en cuestión de desarrollo, la debilidad en la economía familiar es creciente, los márgenes de pobreza se amplían y con ello, las nuevas generaciones ven frustrado su futuro, hay resentimiento e inconformidad hacia la autoridad, en sus tres niveles.
Es indiscutible que todo eso tiene mucho que ver con la multiplicación de grupos de delincuencia cada vez más sofisticados y preparados para agredir. Pero la delincuencia se ha convertido, a su vez, en un factor de retroceso en la planta productiva, el comercio y la prestación de servicios.
Cada vez controlan más territorio, imponiendo condiciones y cobrando derecho de piso como si fueran autoridad, obligando al cierre de negocios y contribuyendo al quebranto financiero, ante la impotencia e incapacidad de las instancias gubernamentales, evidenciando, o que vienen siendo rebasadas, o están en complicidad con las pandillas.
Pero inseguridad y ausencia de inversiones se han constituido en un círculo vicioso que se aprecia imposible de romper, no por lo menos en el corto plazo. La única vía más segura para revertir la descomposición es elevar el nivel de vida de los ciudadanos, y eso sólo es posible generando inversiones, tanto públicas como privadas, de tal manera que la Población Económicamente Activa (PEA) disponga de opciones laborales, pero bien remuneradas.
Pero por encima de discursos alegres y cifras maquilladas que manejan las autoridades, hace ya por lo menos una década que el país y el estado empezaron a tener serias dificultades para responder a las necesidades de sus gobernados y el rezago comenzó a acumularse.
La obra pública vino a menos, el capital privado no sólo dejó de fluir con nuevas inversiones, sino que muchos negocios y empresas optaron por irse del estado, amedrentados por la inseguridad. Sólo se han dado algunas ampliaciones en rubros como el automotriz y la apertura de establecimientos comerciales que son sólo un paliativo en cuestiones de empleo.
Hoy día, Morelos es una de las entidades que muestra mayor rezago en comparación con el resto de los estados en la república, la infraestructura de desarrollo ha sido mínima en los últimos dos o tres sexenios, mientras la población sigue creciendo sin límites, sobre todo por el elevado grado de inmigración.
En estas circunstancias, se vienen perdiendo incluso talentos que pudieran ir abriendo camino hacia un mejor futuro, porque ante la ausencia de oportunidades laborales de calidad, ya haber logrado un título profesional en la carrera que usted quiera y en la mejor universidad o espacio de educación superior, no es garantía de nada.
Los jóvenes salen de las aulas para incorporarse, en su mayoría, al creciente desempleo, cuando ellos y sus padres hicieron el esfuerzo de su vida por ser mejores, en aras de aspirar a una vida mejor, pero se encuentran con una adversa realidad que les genera impotencia y decepción.
Tras la búsqueda de oportunidades, durante meses, acaban contratándose para desarrollar cualquier actividad y con un ingreso mísero que para nada corresponde a su preparación, eso si no es que caen en la tentación de la delincuencia, que nunca duerme y anda a la caza de refuerzos.
Todos esos escenarios nos hacen considerar que el clima de inseguridad en México y en el estado continuará por un buen rato, porque todos los días nos encontramos con datos desafortunados que indican mayores problemas y complejidades en la búsqueda de soluciones a nuestras necesidades.
Es decir, que el peso frente al dólar se sigue depreciando, que el crudo continúa a la baja y que por el efecto de movimientos financieros en el mundo, la bolsa tiene pérdidas. Aparejado a todo esto, grupos y partidos políticos contrarios al gobierno vienen buscando cómo frustrar algunas reformas como la educativa, llegando al grado de paralizar regiones del país a fin de provocar caos e ingobernabilidad, para capitalizarlo electoralmente.
Y si muchos conflictos llevan ya tintes electorales, pues lo único que se puede esperar es que arrecien, a medida que nos acercamos a la justa del 2018, porque ese es el objetivo, debilitar las instituciones para evidenciar su fracaso ante los ciudadanos, a fin de que éstos opten por un proyecto político diferente en la contienda presidencial.
Entonces las cosas pudieran incluso entrar en un ambiente de mayor complicación, lo que dificultará el desarrollo y el progreso en general. Pero sumadas a las anteriores dificultades, tenemos igualmente que admitir que la clase gobernante ha perdido respeto y credibilidad ante el pueblo por la falta de compromisos.
La inmoralidad y ausencia de ética y valores contribuyen en esa desconfianza colectiva y la ruptura pueblo-gobierno es otro elemento que obstruye avances en todos los sentidos.