Cada vez estoy más triste y no es porque, después de más de dos años y seis meses de cuidarme y andar siempre con cubrebocas en lugares concurridos, me contagié de COVID-19. Los últimos días he estado en casa aislado, sin contacto con otras personas. La verdad, con síntomas muy leves y esperando pronto ya no ser contagioso para salir nuevamente a mis actividades.
Les decía que estoy cada vez más triste, desilusionado y sintiéndome engañado. Al revisar los artículos publicados en el segundo semestre del 2018 y el primero del 2019, observo que en aquel entonces confiaba en lo que se plasmaba en los planes de gobierno de Andrés Manuel López Obrador. En ellos se enfatizaba el uso de las fuentes renovables; de hecho, fue el único candidato que mencionaba el término energía renovable en su programa, los otros candidatos mencionaban energías limpias y para mí eso hace una gran diferencia. Es más, personal directivo de la Secretaría de Energía de principios de sexenio afirmaba que en lugar de cumplir con el 35 por ciento de energía eléctrica generada con renovables se iba a conseguir el 40 por ciento.
Se puede leer esta declaración en el artículo que publiqué el miércoles 3 de abril del 2019. En aquel entonces, con estas frases tenía la esperanza que se transitara hacia las energías renovables. Era el comienzo del sexenio. Sin embargo, unas semanas después, el 8 de mayo, analizaba lo que se había entregado a la Cámara de los Diputados como el Plan Nacional de Desarrollo, y en ese texto se mantiene que el compromiso sería de 35 por ciento, como lo había puesto Peña Nieto, desmintiendo a quienes unas semanas antes habían anunciado que el gobierno del López Obrador se comprometería a un 40 por ciento de renovables en la industria eléctrica.
Como era de esperarse, los directivos que promovían el cambio a las renovables salieron de la Sener y, aunque ellos continúan trabajando en pequeños proyectos de renovables, la orientación gubernamental hacia la transición energética fue aplastada por la visión autoritaria y capitalista extractivista de la actual Secretaría de Energía.
Durante los años del gobierno de López Obrador me he ido entristeciendo cada vez más por los caminos que ha seleccionado. El intentar hacer que el bienestar social de un país tan grande como México crezca mediante la promoción de dos empresas energéticas es realmente ilusorio. Esta estrategia no está basada en ningún cálculo o modelo de crecimiento económico y mucho menos de un modelo integral del bienestar social. Tampoco los proyectos emblemáticos, aunque tuvieran éxito, parecerían dar para incrementar sustancialmente el bienestar social de las regiones.
La declaración del Litio como un material reservado para que el gobierno lo extraiga, me parece innecesaria, ya está en nuestra Constitución; pero lo que me parece más grave es que se continúa con la visión extractivista de materias primas y no se construyen estrategias para la construcción de bienes y servicios con alto valor de intercambio. Por ejemplo, en el caso del Litio, quizás es mucho más benéfico el desarrollo de tecnologías para aprovechar este material y construir las mejores baterías basadas en Litio.
Para ello, falta impulso a la investigación y desarrollo tecnológico aunado a un ambiente propicio para que las industrias que utilizarán esas baterías se establezcan en zonas donde se requiere empleo en el país. Adicionalmente, la preparación de las personas debe fomentarse en estas áreas. Pero nada de eso se está realizando, el gobierno actual considera que con solo reservar las materias primas para su extracción se aparecerá el bienestar social.
En pocos países se ha logrado que una industria extractiva fomente el bienestar social, podemos consultar el caso de Noruega, pero no en las condiciones que se están planteando en México. Desde mi perspectiva, esta visión fomenta el colonialismo, que nos ha conducido a tener más de la mitad de la población debajo de la línea de pobreza.
Es más, muchas veces oí criticar a López Obrador la declaratoria de guerra contra el narco de Felipe Calderón, argumentando que el ejército no debería estar en las calles y compartía la visión de que el ejército no debe estar encargado de labores en las calles.
En la actualidad, el ejército estará haciendo labores policíacas. Desde mi perspectiva, una cosa es la seguridad nacional y otra es la seguridad cotidiana, en la primera una visión militar es adecuada. En la segunda, la visión debe ser integral atendiendo primero las causas, buscando erradicarlas, para pasar a las sanciones dentro del respeto a los derechos humanos.
El ejército mexicano no se ha caracterizado por ser respetuoso de los derechos de las personas en el pasado y nada indica que lo podrá hacer en el futuro sin cambios sustanciales, que no observo hoy en día.
Ahora, desde la distancia, veo un mundo donde las juventudes en diferentes países están exigiendo que tanto los gobiernos como las empresas dejen de simular y transiten verdaderamente a una economía no consumista, a un sistema energético basado en renovables, a un sistema económico equitativo y justo.
Comparto estas exigencias y he trabajado en ellas. En cambio, en México observo que se están repitiendo los errores que critiqué hace cincuenta años, esperanzándose en que dos empresas o tres proyectos sacarán de la pobreza a un país con más de 130 millones de personas.
Estas estrategias no resisten cualquier análisis cuantitativo. Por más que busco datos reales no los encuentro, quizá el incremento al salario mínimo es algo que se rescata. No me salen los números, por más que deseo que estas acciones sean exitosas.
Desde mi perspectiva, tenemos que reflexionar y evaluar las acciones con base en indicadores cuantitativos, no podemos continuar con creencias o percepciones. Considero que ya es tiempo de cambiar de opinión y entender que el actual gobierno no promueve el bienestar social, sino que pretende heredar un gobierno autoritario y militarizado.