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…porque escribir no es vivir,

porque leer tampoco lo es.

 

En El último lector

Siempre resulta grato encontrar voces frescas en la literatura. Hasta hace poco más de un año, el que esto escribe desconocía la obra de David Toscana (Monterrey, 1961), un autor asociado al grupo de narradores del desierto y que se ha convertido en uno de los novelistas más importantes de la actualidad en nuestro país.

Ya en otras ocasiones, en este espacio he recomendado obras suyas (la novela El ejército iluminado y el volumen de cuentos Brindis por un fracaso).En esta ocasión propongo su novela El último lector (Mondadori, 2004), un ejercicio de metaliteratura que atrapa apenas iniciar la historia.

La trama ocurre en Icamole, un pueblo miserable en medio del desierto. Hace tiempo que no llueve y el aparente destino de ese lugar es el olvido y la muerte.

Un anciano, Melquisedec, es el encargado de llevar agua en tambos, en una carreta que es tirada por dos mulas. Los pozos del pueblo están secos, salvo el de Remigio. Cierto día, éste acude con la intención de extraer agua, pero algo anda mal. En seguida descubre el cadáver de una niña en el fondo del pozo. Una niña de la que no se sabe nada ni cómo murió.

Ante el hallazgo, el hombre decide contarle a su padre, Lucio, un bibliotecario viudo que vive en y para el mundo de los libros que acoge la biblioteca que está instalada en su casa y que se ha quedado sin lectores.

A raíz de la lectura de una novela, Lucio le dice que entierre el cuerpo en la raíz de un árbol de aguacates que hay en el predio del hijo.

A partir de su aparición en la historia, Lucio se apodera de la narración. La biblioteca ya no recibe subvención gubernamental, pero él continúa al frente de ese espacio: se encarga de elegir qué obras deben formar parte del acervo y qué otras serán censuradas.

De esta forma, Toscana propone una relación escritor-editor-lector: Lucio es todo a la vez. Atrapado entre cientos de ejemplares, interpreta el mundo a través de las novelas que lee. Así, desvela a los policías que investigan el caso de la niña una solución e incluso al culpable mediante una historia que ha leído.

El humor está muy presente en la obra del regiomontano. En El último lector no es la excepción, con una voz poderosa que entreteje historias sobre historias desde la mirada y la visión del quijotesco Lucio, empeñado en no cerrar las puertas de la biblioteca que ya nadie visita.

La trama es aparentemente sencilla. Lo más destacado es la forma de contar los hechos, de llegar a ese mundo en el que Toscana ofrece una y otra posibilidades de descubrir la utilidad de la literatura en la vida diaria.

Lucio conmueve. En él se puede ver al hombre acabado que vivió para aquello que lo apasionaba y que era único motivo para ver la caída de los días. Resulta absurdo –a veces– mantenerse entre ese montón de libros que nadie sino él habrá de leer.

Hay muchas novelas dentro de la novela, surgidas todas de la mano del autor para disfrute del que recorra las páginas de El último lector.

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