Hay libros que perturban por la temática que abordan y la serie de imágenes que se describen. En casos así, hay quienes optan por volver la mirada hacia otro sitio y lanzar un resoplido, por abandonar la lectura o esperar un tiempo para retomar la historia.
Esta semana recomiendo una novela que no dejará indiferente a nadie que se adentre en sus páginas. Se trata de El sabor de un hombre (Anagrama, 2001; traducción de Luisa Fernanda Garrido Ramos y Tihomir Pištelek), de la croata Slavenka Drakulić (Rijeka, 1949).
La autora cuenta la historia de Tereza, una escritora polaca que está por cumplir treinta años y que viaja a Nueva York durante tres meses como parte de una beca de estudios de doctorado en literatura inglesa.
Como parte de sus andanzas por la ciudad acude a una biblioteca, donde conoce a José, un antropólogo brasileño que, como Tereza, está becado en la Gran Manzana por asuntos académicos.
En su caso, el hombre es especialista en canibalismo y realiza un estudio referente a los jóvenes uruguayos que sufrieron un accidente de aviación en Los Andes, en octubre de 1972, y que sobrevivieron gracias a que se alimentaron de los cadáveres de otros compañeros.
En el primer encuentro, Tereza observa que José está leyendo una obra titulada Hambre divina. El título atrapa su atención; luego repara en el hombre y se siente atraída por él, pese a que nada tienen en común.
Muy pronto inicia una relación entre ellos. José es un hombre casado y tiene un hijo; a Tereza la espera su pareja en Varsovia. A ambos los une una lengua que no es la suya. Cada instante compartido es una oportunidad para entregarse a la pasión absoluta: el del cuerpo es su lenguaje, su forma de comunicarse abiertamente.
Sin embargo, cierto día, José le comunica a Tereza que Iñes, su esposa, viajará a San Francisco y espera verlo.
Esa abrupta interrupción del romance lleva a Tereza a plantearse cualquier cantidad de preguntas. Está consciente de que ella y José deberán separarse, pues estarán en Nueva York solo por algunos meses y ninguno de los dos planea quedarse allí, pero ella no está dispuesta a asumir esa separación, ya que sabe muy bien que no podrá soportarla.
La mujer extraña al amante. Lo extraña a rabiar, por eso viaja en busca del hombre. Sin embargo, toma una decisión que desde el inicio de la novela es sugerido por la autora.
En El sabor de un hombre, Slavenka Drakulić toca temas tabúes y los trata de una forma delicada y cuidadosa. Entre remembranzas y el presente, Tereza se hace cuestionamientos morales que difícilmente se abordan, por ejemplo, en una charla de café.
Así, mientras aguarda la vuelta de José, Tereza recuerda sus días en Polonia, va de la infancia al pasado reciente de una forma con aparente paciencia.
En la novela se respira erotismo, la autora traza delicadas líneas entre lo que «está permitido» y lo que «no está permitido». Sus reflexiones acerca del amor y de la muerte atrapan al lector de manera que, al asestar el golpe maestro, ya no hay forma de abandonar la lectura.
El estilo de Drakulić es directo –está narrado por la propia Tereza– y muy fluido. En ningún momento aburre y sí mantiene la atención del lector.