La Tinta Insomne

Kornél Esti. Un héroe de su tiempo

La literatura europea es bien conocida en prácticamente todo el mundo; en las librerías no faltan autores clásicos anteriores al siglo XX y de muchos que han recibido el Premio Nobel. Sin embargo, los más editados y traducidos recaen –al menos en el caso de México– en apenas un puñado de países: Francia, Alemania, Italia, España o la Gran Bretaña.

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En nuestro país poco se ha difundido la literatura centroeuropea y del Este. Traductores como Sergio Pitol hicieron la labor titánica de traernos escritores de esa región del mundo que bien vale la pena acercarse a ellos. El ejemplo más conocido es el de los polacos que el veracruzano reunió en diversas antologías.

Pero en esta ocasión no me referiré a un polaco, sino a un húngaro: Dezső Kosztolányi (Szabadka, 1885-Budapest, 1936), quien fue narrador, poeta, traductor, ensayista y periodista; figura central en la literatura húngara y una de las principales influencias literarias de ese país durante la primera década del siglo XX.

Quizás los nombres más comunes de escritores húngaros son los de Imre Kertész (Budapest, 1929), galardonado con el Premio Nobel (2002), o el de Sándor Marái (Košice, 1900-San Diego, 1989). No obstante, la riqueza literaria de ese país se ve reflejada en obras como las del propio Kosztolányi, el clásico Mór Jokái (1825-1904), los silenciados Péter Hajnóczy (1942-1981), Ádám Bodor (1936), o los más recientes como Péter Esterházy (1950), László Krasznahorkai (1954) y Attila Bartis (1968).

La difusión de varias obras de algunos de estos autores, en primer lugar, se dio a partir de la caída del Muro de Berlín. También han llegado a México gracias a la labor de la editorial catalana Acantilado. El éxito comercial de este sello –puntualmente en autores húngaros– radica en la selección de escritores que estuvieron olvidados durante varias décadas a raíz de la censura impuesta por el régimen comunista, que tachaba esas obras de «burguesas», en el mejor de los casos (algunos literatos terminaron presos).

Dezső Kosztolányi influyó en las letras de su patria. De él, Sándor Marái dijo alguna vez: «Todo lo que Kosztolányi escribía era invariablemente perfecto». Escribió y publicó poesía (Las quejas del niño pobre, 1910; Las quejas del hombre, 1924, y Cálculo, 1935), novela (Nerón, el poeta sangriento, 1922; Alondra, 1924; La cometa dorada, 1925; Ana la dulce, 1926, y Kornél Esti. Un héroe de su tiempo, 1933), ensayo y relatos.

La obra de este autor alcanzó tal prestigio, que su novela Nerón, el poeta sangriento fue prologada por el Nobel alemán de 1929, Thomas Mann (1875-1955).

Muchas décadas después, Ediciones B (España), en aras de recuperar el entrañable sello Bruguera (cerrado en 1986), se lanzó a la aventura de volver a editar bajo esa editorial en el año de 2006. Sin embargo, el gusto duró poco, pues a partir de 2011 cerró, aunque ha habido intentos de mantenerse en el panorama editorial de la actualidad.

En esta nueva andanza, Bruguera y Ediciones B publicaron cuatro obras de Kosztolányi: Alondra (2002), Ana la dulce (2003), La cometa dorada (2005) y Kornél Esti. Un héroe de su tiempo (2007). La cuarta es mi recomendación de esta semana.

La historia está narrada por un escritor de prestigio, adaptado a la burguesía, pero que quiere recuperar el trato con Kornél Esti, su amigo de juventud. El primero –sin nombre– se ha vuelto más bien un tanto aburrido, incapaz de vivir sus ideales de juventud, mientras que Kornél, también dotado para las letras, ha llevado una vida más irreverente y continúa sus actos rebeldes.

El caso es que el escritor afamado acuerda con Kornél que este vivirá y le contará sus experiencias al otro para que las escriba. Se trata de una novela divida en capítulos en los que se narran las vivencias y aventuras de Kornél Esti.

El estilo de Kosztolányi destaca por su limpieza; su arte radica en contar historias sencillas pero con las palabras justas, sin adornos innecesarios. En esta obra aborda temas con un sentido del humor que hacen de esta, una novela para disfrutarse en cualquier momento.

Entre las vivencias que Kornél cuenta a su amigo destacan –por ejemplo– la de una visita que hizo a la «ciudad honrada», en la que nadie miente. Así pues, en ese lugar se encuentra con advertencias en los diversos negocios: «Zapatos que destrozan los pies. Callos y ampollas garantizados» (p. 88), reza en una zapatería. Luego, en la entrada de un restaurante se encuentra con este anuncio: «Platos incomibles, bebidas imbebibles. Peor que en casa» (p. 88). En un banco, un letrero luminoso señala: «Hurtamos, engañamos, robamos» (p. 92)… Así descubre la «ciudad honrada».

Otra experiencia de Kornél narra la ocasión en la que él heredó una gran cantidad de dinero, pero no quiere saber nada de ello y se dispone a deshacerse de la herencia de una forma peculiar. Cada noche, como un ladrón, visita diversas casas para dejar billetes en las entradas. Lo hace de tal forma que nadie lo observe ni lo descubra, no sin enfrentar ciertas dificultades.

También se cuenta la historia de Gallus, un traductor que los encargos los traduce conforme a sus interpretaciones, modificando la esencia de los textos; o el caso del presidente que trabajaba mejor cuando estaba dormido; el de un hombre que sostiene una «conversación» con el revisor de un tren búlgaro sin saber nada de esa lengua. También se narra la historia de un periodista que enloquece en una cafetería, de la que lo llevan directamente al manicomio…

Dezső Kosztolányi emplea un humor muy fino en esta obra, a los largo de sus 319 páginas de la edición referida. No hay desperdicio en sus frases. Se trata, pues, de un autor de principios del siglo XX cuya vigencia de los temas que aborda aún asombra.

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