El 9 de octubre de 2009, la Academia Sueca anunció que el Premio Nobel de Literatura era concedido para Herta Müller (1953), una escritora rumano-alemana, por su capacidad de describir «con la concentración de la poesía y la franqueza de la prosa, el paisaje de los desposeídos».
En ese entonces, el que esto escribe no tenía ni la menor idea de quién era esa autora ni mucho menos cómo y de qué escribía. No corrí a la primera librería en busca de algún título de ella. Tampoco me volqué en la red para saturarme de datos que muchas veces no aportan gran cosa. Más bien, lo que hice fue esperar: estoy convencido de que los libros eligen al lector y se le ponen en las manos en el momento exacto.
Años después me topé con una obra, en una librería de viejo de Cuernavaca. Un ejemplar prácticamente nuevo de El hombre es un gran faisán en el mundo. Luego llegaron otros títulos. Precisamente uno de éstos recomiendo leer esta semana.
Se trata de En tierras bajas (Siruela, 2009), la primera obra que publicó la autora, allá por 1984, consistente en quince relatos.
Hay que decir que Herta Müller nació en Rumanía y pertenece a la población de lengua alemana. Su infancia se desarrolló en medio de la desolación y limitaciones que fueron formando su carácter y gestando a la futura escritora, poetisa y ensayista.
Los textos de En tierras bajas ya dejan ver a una escritora que sabe observar cada detalle, escuchar cuanto sonido está a su alcance y describir con precisión fotográfica.
Así pues, en la obra hay relatos que entremezclan lo onírico con lo real y todos están narrados por una niña, cuya voz –acaso ingenua– sumerge al lector en su mundo: un ambiente rural que agrupa a una sociedad encerrada en sí misma, incapaz de expresar sus sentimientos más allá del pensamiento.
El libro abre con «La oración fúnebre», que da cuenta del sepelio del padre de la narradora. En esos momentos, varios hombres borrachos se acercan a la pequeña y comienzan a decirle que su papá mató a muchas personas. Cada ebrio agrega un «delito» más conforme le toca su turno. No obstante, luego se descubre que se trata de una pesadilla.
Luego sigue «El baño suabo», un texto en el que se describe cómo las tres generaciones de una familia toman un baño, mediante un orden establecido. Al final, el agua termina negra.
En «Mi familia» la narradora describe a su familia, cuenta que su padre no es su padre –según rumores– y llega a mencionar que acaso es hija del cartero.
El cuarto texto es «En tierras bajas», el más extenso de todos (92 páginas). Es una muestra del mundo de la narradora, donde la muerte, los juegos infantiles, el sexo, la iglesia, la escuela, el huerto, los animales y el baile quedan expuestos y forman parte de lo cotidiano, pese al ambiente represivo que priva a las familias.
El lenguaje empleado por Müller es rico en imágenes, en movimientos; no deja escapar ningún detalle en sus descripciones: importan el andar de los animales, el aletear de insectos, etc. Se trata del relato más extenso y en el que se advierten las condiciones en las que estaba sumergida la sociedad rumana bajo el mandato de Nicolae Ceaușescu (1918-1989), que gobernó la República Socialista de Rumanía entre 1967 y 1989, cuando fue ejecutado, junto con su esposa, acusado de genocidio.
Herta Müller experimentó en carne propia la opresión y sufrió los embates del encierro. En su voz narrativa hay trazos del ensimismamiento, recuerdos tormentosos que almibara con la delicadeza de su oficio de poeta.
El siguiente relato es «Peras podridas», en el que el personaje cuenta un viaje a las montañas, acompañada de su padre, su tía y una prima. Por la noche, la niña oye que su padre entra a la habitación de su tía; luego escucha jadeos de ambos. Al día siguiente, de vuelta a casa, la pequeña vuelve a escuchar gemidos, pero ahora entre su padre y su madre.
Salvo «En tierras bajas», ninguno de los cuentos rebasa las diez páginas. En todos hay el estilo pausado de Müller, su capacidad de observación y la delicadeza para describir los sonidos.
En resumidas cuentas, En tierras bajas deja al lector la tarea de redescubrir su entorno, mediante la aparente dulzura de una niña, cuya voz, al final de cuentas, parte de un ambiente de pesadilla.