Este año como que los jóvenes se destramparon más con los tatuajes, al final del año vinieron muchas parejas, chavos de 30 a 35 años venían a tatuarse diseños pequeños pero significativos, que simbolizaban la “unión”, explica Juan Pablo Silva Reyes, como muy pocas personas saben que se llama Spider, el maestro tatuador.
El 31 de diciembre estuvimos trabajando desde la mañana hasta la madrugada. Una parejita que no tenía cita pero que esperó hasta las dos de la madrugada: estaban cumpliendo 16 años juntos y querían algo simbólico, un “infinito”, pero era un degradado de grecas celtas, muy chido; algo complicado porque fueron varias semanas de trabajo intenso, pero lo sacamos.
Este año Jonathan (su compañero de estudio) y yo hicimos muchos tatuajes, de diferentes diseños, tamaños y grados de dificultad, y a personas de diferentes edades, incluso menores de edad con el permiso de sus padres, pero en diciembre, desde el 15 en adelante se acumuló mucho el trabajo. Esto me da gusto porque la gente va entendiendo que la decoración corporal no es sinónimo de delincuencia, sólo se trata de un gusto o una necesidad: nadie tiene derecho a discriminarnos por estar tatuados.
Sipder recuerda que, en sus inicios en el tatuaje, con el dinero que ganaba en tres o cuatro semanas compraba revistas americanas de tatuajes. Sus primeras máquinas eran de palitos de paleta y una aguja, o de clips con punta o de cuerdas de guitarra; o de resorte de encendedor o de bolígrafos con motor de grabadoras que fabricaba allá, en la cárcel de Acapantzingo, en donde permaneció algún tiempo “estudiando una maestría”.
El año pasado cumplió 24 años como tatuador y para celebrar se compró una máquina italiana Lauro Paolini.
La suya tiene la flor de Borneo, un diseño de las tribus que tatuaban a mano. Es artesanal y sirve para todo, para líneas, relleno, sombreado. Estuvo trabajando todo el mes de diciembre con ella: “es la crema y nata de las máquinas”, dice.
Spider ha tatuado miles de diseños y recuerda una gran cantidad de ellos, sin embargo, hay uno que jamás va a olvidar porque lo tiene “traumado”:
“Hace como 11 años, un grafitero que le decían el Shugar me pidió una cabra, como de 20 centímetros, en el brazo, entonces yo le hice el boceto. Le dije que eso que estaba en medio de sus patas traseras era una ubre y me dijo que no, que en medio quería un pene, entonces le replique que no porque era una cabra no un cabrío, pero me dijo que por eso el tatuaje se llamaba Shugar Locuras. Entonces me dijo que le pusiera el pene más grande, pero lo dije que no porque no estaba proporcional y él me exigió que así lo quería, grande y lo dibuje más grande, pero luego quería más grande y me desesperé, pero él era el cliente y se la hice. Entonces me pidió que estuviera eyaculando unos cráneos y con ‘splas’ de esperma en todos lados. Entonces eso quería, y me dijo que él era el cliente y me pagaría y se lo hice. Entonces cuando acabé le dije, oye, tú vas a ser padre qué le vas a decir a tus hijos cuando te pregunten, y me respondió que les iba a decir que de ahí salieron ellos…”.
“Luego vino su primo y me pidió una vagina alienígena… y también se la tatué, con tentáculos y dientes…”.
Spider dijo que quiere hacer un tatuaje extenso:
“Raymundo, un amigo mío, un adulto mayor, tiene en el cuerpo una de mis obras: Mohamed. Habla del pecado, es el macho cabrío crucificado y más elementos simbólicos. Está bien loco, él ha ido conmigo a varias partes de México y la gente se ha quedado impresionada con la historia que cuenta su piel, todo el trabajo es mío”.
“Ahora quiero contar otra historia, pero para eso necesito encontrar a la persona indicada; necesitaría yo más que una espalda, nalgas, brazos, piernas. Quiero hacer un tatuaje del Apocalipsis bíblico, del libro de las Revelaciones”.