El gigantesco animal fue prendido a eso de las 10 de la noche, en medio de la quema de los “toritos”, estructuras en forma de toro, de carrizo y papel, adornados con pirotecnia, encendidos y puestos sobre una persona que corre con el artilugio hasta que la pólvora se consuma.
Con varios kilos de bombas, buscapiés, chilladores y demás pirotecnia “El mil amores”, como se le llamó al gigante de fuego, coronó la tradicional quema de pirotecnia en este barrio de la comunidad indígena localizada al nororiente de Cuernavaca.
Marcos Morales Balderas, Andrés Montes Mendoza, Marco Flores Castro y Alberto Morales Espinoza relataron que construyeron a “El mil amores”, desde hace más de dos meses y fueron ayudados por los vecinos que por las tardes y noches, después del trabajo, se animaban a darle forma al animal, en cuya construcción se empleó carrizo, papel, pintura, pegamento y mecates, principalmente; y claro está, varios kilos de pirotecnia para incendiar al toro.
“Pesa más de150 kilos, porque lo tuvimos que montar sobre una estructura de metal y unas ruedas, para que se pudiera desplazar por el área frente al jardín de la iglesia, que fue donde lo quemamos. Este toro no se puso en los hombros de nadie porque está muy grande y es muy pesado, pero avanzó y giró como si estuviera en la cabeza de alguien”, explicó Marcos Morales Balderas.
Morales Balderas también dijo que “El mil amores” quedó “bien chingón” y no tiene nada que ver con el que hicieron el año pasado, que les llevó dos semanas.
Marcos Morales también explicó que en el barrio de la Santa Cruz es una tradición la quema de toritos pequeños, desde que él era chico, pero quisieron darle una renovada a esta costumbre y por ello se aventuraron con sus amigos a construir un torito gigante.
También dijo que desconoce si en Cuernavaca se haya construido algo como lo que ellos han hecho durante dos años seguidos:
“Lo que sí he visto es que a partir de que nosotros hicimos nuestro torito gigante el año pasado, otros barrios de Ocotepec están haciendo los suyos, también grandes. Eso está muy bien porque es algo nuevo, para la gente, para nuestro pueblo”.
Sobre los antecedentes de la quema de toritos, en el libro de María del Carmen Vázquez Mantecón, “Cohetes de regocijo. Una interpretación de la fiesta mexicana”, publicado en 2017 por el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México, citando el Archivo Histórico del Distrito Federal, Actas de Cabildo, 348a, 9 de noviembre de 1585, se lee:
“Pedro Moya de Contreras, arzobispo virrey interino de la Nueva España, decidió que para recibir en la ciudad de México a su reemplazante, en noviembre de 1585, ‘el muy excelente señor marqués de Villamanrique’, se hicieran grandes demostraciones. Ordenó al corregidor del Ayuntamiento que la corporación proveyera una encamisada de noche con muchas hachas y que, además, ‘hubiera novillos con sus bolas de alquitrán en sus cuernos y cohetes’. En el Acta de Cabildo del 9 de ese mes, quedó asentado que se dieron indicaciones para que se repartieran hachas de la China y de Campeche a cada una de las cuadrillas (reservando algunas para las ventanas de las casas de los regidores) y que fueran encerrados doce novillos con cuernos postizos agregados a sus astas. Estas armazones debían llevar entretejidas grandes bolas de hilo de hierro embetunadas con pez, estopa, resina y alquitrán para hacer ‘mucha llama’ y una vez encendidas, se soltarían los novillos uno a uno para ‘regocijo de la ciudad’. El escenario —la Plaza Mayor— debía estar iluminado profusamente con fuegos de ocote, destinando para todo el gasto nada despreciable de cuatrocientos pesos de oro común.”
