Santino tenía todo para pertenecer a la Asociación de Machos Alfa Loma Plateado Emiliano Zapata Salazar A. C. desde chiquito.
Fue el más pequeño de los cuatro primos integrante del Taller de Cartonería Almorales, en Tlatenchi, Jojutla, Morelos, México, pero les pegó a todos y nunca se dejó amedrentar.
En el taller de los Almorales donde se fabrican alebrijes gigantescos que a fines de año son trasladados en un tráiler hacia la Ciudad de México para participar en la marcha de Alebrijes Monumentales, el amplio piso de tierra es campo de grandes batallas entre los niños que mutan en perros amarillos de la calle.
Los enfrentamientos por el territorio o atención o por ocio entre Tlakaelel, Morriz y Lenon siempre han ocurrido a toda hora, aunque se intensifican cuando los artesanos fabrican gigantes de cartón o piezas de temporada. Como los felinos se preparan con el juego para defenderse y cazar cuando sean mayores, los “vietnamitas” se enfrentaban para defender su territorio.
Los primos tienen más o menos la misma edad: 11, 10 y 9 años, respectivamente, y los pretextos nunca faltaban. Desde muy pequeños, cogían sobras de todo el material que empleaban los artesanos y artesanas como armas y con ello se atacaban y defendían, aunque pocas veces pasaron de un descalabro. Esto ocurría cuando usaban las herramientas que por descuido los mayores dejaban al alcance de los kamikazes. En las partes más encarnizadas del pleito la tía o el tío llegaban a desapartar el nudo de manos y pies que se enredaban en la base de los gigantes de cartón o debajo de las mesas de trabajo caídas por el combate.
Santino existía, desde luego, pero no aparecía en el escenario de la épica del taller de los cartoneros. Era un niño gordito, que viajaba siempre en lo alto en los brazos de su mamá y veía a los chamacos peleoneros como animales jugando. A su vez, su hermano y sus primos no vieron en él a ningún enemigo en potencia.
De su mamá, Santino descendió al piso, luego se arrastró cual reptil y posteriormente se puso en cuatro patas, hasta que se irguió y agarrado de los muebles y paredes fue dando pequeños pasos como un robot jojutlense. De vez en cuando su hermano y sus primos, en eternas persecuciones, lo empujaban y la bolita de carne caía, pero como el espacio entre las nalgas del niño y el piso era muy breve el bebé se volvía a parar.
Un día la criatura se volvió grande y se plantó como un guerrero en medio de ese Coliseo romano en que se convertía el patio y se presentó saludando al destino. La golpiza que le dieron sus primos y su hermano fue de antología. Sin embargo, con ello el bebé fue incluido en el grupo de espartanos que todos los días daban espectáculo a Huitzilopochtli en el solar, entre seres mitológicos coloridos.
Santino tenía todo en contra: edad, tamaño, fuerza, destreza, cualidades que poseían sus tres familiares. Pero él era resistente y parecería inofensivo.
Lo más desconcertante, y eso lo sabrían después su hermano y sus primos, es que en el afán de defenderse de sus mayores el más pequeño empleaba lo que estuviera a la mano: en una ocasión que sus compañeros de territorio se peleaban tirados en el suelo, Santino tomó con las dos manos un pesado martillo y se plantó detrás de uno de los que sometían al otro. Levantó la herramienta con las dos manos, tomó fuerza y cuando iba a dar el golpe mortal alguien le gritó fuerte: “¡Eyyyy; deja ese martillo en el suelo. Vas a matarlo!”
Otra arma oculta de niño fue la mordida. Sus mandíbulas eran pequeñas, pero sus dientes eran fuertes y no vacilaba en dentellar a la menor provocación.
Santino fue Santino desde que nació, sin embargo, viendo que se iba a enfrentar a una vida dura desde niño, él mismo decidió ponerse un nombre que le gustó mucho y que le podría dar cierta ventaja frente a sus rivales y familiares.
Según cuenta Sua, su mamá, a la edad de dos años y medio le dijo que se quería llamar Máximo porque escuchaba el nombre de un sujeto pedestre que iba seguido al taller a entrevistar a su abuelo, el maestro Alfonso. A la edad de tres, que permitió que lo registraran, le preguntaron cómo se quería llamar y dijo que Máximo Santino.
Según su madre, “es un niño muy inteligente para su edad y muy sincero, cuando quiere decir algo que no le parece lo dice sin problema alguno no importa en dónde esté. Lo más travieso que ha hecho es echarse mucho gel en la cabeza cuando ya estaba vestido para irnos; también una vez me rayó la pared hasta que se terminó el labial que era nuevo y aún no pagaba. Sus primos con los que ha crecido y a los cuales les dice hermanos se llaman Tlakaelel y Alfonso, pero les decimos Tlaka y Lenon. Su hermano se llama René pero le decimos Morriz. La mamá de Tlaka se llama Citlalli y la mamá de Lenon Tania”.
Máximo Santino Carranza Morales tiene seis años de edad, entró a primero de primaria y compite con su hermano y su primo; Tlaka se fue a Estados Unidos hace tres años; desde luego que lo extraña, pero la vida es dura en Tlatenchi y en el solar de los Almorales los niños continúan preparándose para la vida dura del mundo, ahora más peligrosa con el coronavirus o SARS-CoV-2 que atenta contra la vida del planeta.