Soñar no es vivir. Vivir no es soñar. Soñar no es soñar. Vivir sí es vivir. Ya, pues. No se puede vivir soñando todo el día (ya párate de la cama). Aunque, paradójicamente, no se puede vivir sin soñar, pero me refiero a los sueños, literalmente, no a las fantasías mentales.

Por sueño (en esta ocasión) me refiero a la actividad de cuando duermes, no cuando te engañas con libros de Jorge Bucay o con videos de Diego Dreyfus. El sueño entendido como un actividad o fenómeno sorprendente (o intrascendente, según se vea), que les sucede (aquí sí podría generalizarse) a todos los humanos del mundo. No hay quien no sueñe.

Quizás no recuerdes tus sueños, pero no por eso podrías decir que no existen. Tal vez recuerdes solo uno, pues ya con eso se comprueba el asunto. O puede ser que sí los recuerdes (igual que yo) y que te inquiete tanto como a mí.

Y es que resulta que nadie sabe por qué soñamos, ni para qué lo hacemos. ¿Engaños de nuestra mente? Si existe una causa o un efecto de los sueños (o un propósito, una función) no hay quien lo sepa. Muchos enfoques hay al respecto, claro, desde explicaciones mágicas (válidas), hasta médicas o científicas. Incluso unas más arriesgadas, que tocan la visión religiosa del ser humano.

De entre todas las respuestas (que no verdades) sobre los sueños, el señor Sigmund Freud (un judío más en la ciencia, sí), nos dijo que en los sueños se proyectan las huellas mnémicas, además de que ocurren en ellos la condensación, el desplazamiento y cosas más extrañas. No es la respuesta final, por supuesto, porque no todo se ha comprobado, pero, en especial, porque en su caso la interpretación de los sueños es un asunto complejo, que se deriva (o se relaciona) con su teoría (no del todo suya) del subconsciente.

Hago un paréntesis harto personal: el subconsciente no existe. No es algo¸ no es una cosa, menos un asunto probado, tampoco una certeza. Puede incluso verse como un objeto de estudio, por razones teóricas, pero no reales. El subconsciente, hay que admitirlo, no existe, esa es una realidad. Lo que sí asumo es que la teoría subconsciente existe y que su uso (empleo, utilización, desarrollo, análisis, interpretación…) sí aporta claros beneficios para la humanidad.

Soy un onironauta desde hace casi 40 años, mi más tierno recuerdo es cerca de mis 4 añitos. Siempre me he preguntado por qué uno sueña y aún no lo sé, pero sigo intentando averiguarlo (necio que es uno).

¿Para qué sirve soñar? Ensayo una hipótesis: “Soñar es seguir pensando, dialogando con uno mismo, leyendo el entorno o volviendo al pasado, en un estadio sin tiempo ni espacio, sin leyes ni física y sin reguetón (en mi caso). ¿El sueño es un espejo?

Mi experiencia en el mágico (cómico y trágico) mundo de los sueños son demasiadas, aunque (masoquista) no pediría que pararan nunca. Me intrigan, pero me fascinan. Sueño, ergo, existo.

Nunca he escrito mis sueños, por ninguna razón en especial, aunque creía que podrían perder sentido y definitivamente no serían literatura, a lo que justo me dedico. Ahora creo que, si tendría alguna utilidad escribirlos, sería en el sentido del desarrollo humano, pero solo si me atreviera a interpretarlos, meta en la que aún estoy verde, apenas hace un mes tomé mi primer curso de interpretación de los sueños.

Mi idea es que nuestros sueños pertenecen más a la naturaleza relativa a nuestro espectro místico, que a la vida cotidiana. Cierto, es un criterio sublime o elevado, pero hasta ahora es el único que me complace. No creo que en los sueños se revele la realidad, en especial porque nunca he experimentado sueños premonitorios ni epifanías oníricas. Tal vez fuera diferente si los hubiera tenido. Aunque, claro, si comenzara a tener sueños premonitorios, ojalá soñara los seis números del Melate.

Por último, recuerdo esa hermosa canción: “Duerme soñando, con tus ojos tan plenos, despiertos, con tu corazón lleno y radiante…”

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