Sociedad

Súper poderes


Lectura 3 - 6 minutos
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Jojutla. Desde luego que me di cuenta que había cambiado. Por las noches en la oscuridad de nuestra recámara me sentaba y acomodaba en el cabezal, descansaba mis brazos sobre mi vientre y mi pecho y cruzaba los dedos de mis manos, un hábito que tengo desde que era un niño y que realizo de manera inconsciente cuando algo me sorprende y necesito máxima concentración. La observaba largo rato, a mi lado, dormida. Tenía entre las rodillas una almohada y abrazaba a un cocodrilo de trapo. Tentaleaba con mi mano miope para ver si estaba tapada o tenía la cobija encima.

Yo miraba el bulto detenidamente desde mi oscuridad: ella respiraba de forma pausada y hacía algunos ruidos que no llegaban a un ronquido.

Cuando la veía dormir me daba mucha ternura, y yo me miraba viéndola y percibía de alguna forma que ese yo que estaba ahí tenía un gigantesco sentimiento de amor por ella.

Ahí yacía la síntesis de la humanidad, de cómo las manos del tiempo y eso que llaman condiciones propicias o Dios, fueron dando forma y terminando a lo que ahora llamamos ser humano, y que concluye en este espécimen, que por lógica, no está todavía acabado y tiene mucho por cambiar y adaptarse: y pensar que un virus que no alcanzamos a percibir a simple vista y que tiene nombre de medicamento (SARS-CoV-2) amenaza con acabar con la humanidad en la Tierra.

Tiempo atrás, cuando se quedaba en lo que fue mi casa o yo en la que fue suya, despertaba para ir a orinar y regresaba y la quedaba viendo por algunos minutos. Se tapaba con la cobija y se enredaba, de tal modo que no me dejaba ni la punta del rectángulo para taparme. Yo buscaba alguna toalla o sábana para cubrirme y quitarme un frío muy leve y me acostaba de nuevo. En esos años dormía sin taparme y ella se arropaba toda. Bromeábamos sobre su frío constante aunque hubiera calor. 

-No sé cómo chingados pueden taparse con este calor endemoniado –le decía, y ella nomás mordía la orilla de la cobija y se cubría toda.

Ahora ella no siente frío y yo sí, especialmente cuando llovía de manera prolongada y copiosa. Era tiempo de agua y muchos días habían amanecido lloviendo.

Por eso me pareció extraño que no se tapara, aunque hubiera frío.

Un martes a las 7 de la mañana me despertó:

-Papito, hay que levantarse. Ya viene la basura.

Se supone que el camión pasa a las 10 de la mañana, pero ha ocurrido que a veces madruga y tenemos que levantarnos corriendo para entregar los desechos y que se los lleven.

-¡Puta madre! Dije.

Me levanté dormido y enchorado, me puse mi playera, mis chanclas, mis lentes y muy aprisa y atarantado comencé a sacar las bolsas.

No escuché el tintineo del camión y me quedé parado en el patio principal antes de llegar a la reja de salida. Había un silencio envuelto en niebla espesa.

De pronto, a unos doscientos metros se escuchó la campana. Yo esperé a que pasaran los recolectores, salí y entregué las bolsas. Se me olvidó darles unas monedas, por las prisas, y les prometí que la siguiente vez nos pondríamos a mano. Entré a la casa y luego a la recámara, ella seguía durmiendo.

¿Cómo supo que el camión de la basura venía cerca?

Desde esa vez la comencé a observar con más detenimiento. Cómo se movía, qué gestos hacía, su tono de voz, su sonrisa. En un intento por comprender lo que estaba ocurriendo pensé que me estaba quedando sordo y que la vejez me estaba quitando calor en los huesos. Desde hace unos seis años tengo conciencia plena de cómo el esqueleto que llevo dentro avanza sobre mis órganos.

Un día cualquiera que andaba limpiando nuestra habitación se paró en seco y dijo:

-¡Aquí huele a mierda!

Y en segundos precisó:

-¡Aquí huele a mierda de gato!

Comenzamos a buscar y en efecto, Maurilia se había “hecho” en un rincón, cerca de un tenis de mujer.

-Limpia eso– me ordenó, con asco, señalándome el lugar de donde salía el tufo.

Yo obedecí inmediatamente y limpié las heces gatunas.

Mientras ella salía al patio huyendo de la peste yo la quedaba viendo y me decía a mí mismo: “No siente frío, tiene un súper oído y ahora tiene un súper olfato. ¿Qué otros súper poderes tendrá?”

La más reciente. Me enteré que habla con los animales y puede ver el futuro.

El Cholo (se llama Pelón) es nuestro perro, jefe de seguridad. Tiene siete meses de edad y no es muy obediente a nuestras órdenes, insiste de manera constante en quitarme el lugar de macho alfa en la manada.

Una noche, mi mujer se levantó al baño, el perro también se levantó de su costal y la espero afuera del baño. Cuando salió le comenzó a chillar y ella se metió a nuestra recámara, desde atrás de la puerta el perro le gruñía hasta que dejó de hacer ruido y ella lo visualizó detrás de la puerta principal queriendo salir al patio, entonces se paró y le fue a abrir: el animal salió corriendo al patio principal a hacer sus necesidades fisiológicas.

El Cholo nunca había avisado que quería ir al baño, normalmente comía y al poco tiempo defecaba; y eso había hecho en el día. Pero mi mujer entendió lo que quería decir el perro y “lo vio”.

El mes que entra nos toca ir a consulta con la ginecóloga. Nuestro bebé llegará al mundo por ahí del 22 de noviembre, día en que nació la hermana Aurora.

 


Epílogo. Hasta el 13 de agosto, la Secretaría de Salud había dado a conocer que en Morelos se habían estudiado 183 mil 112 personas, de las cuales se habían confirmado 38 mil 993 con coronavirus covid-19; de éstas, 992 estaban activas y se habían registrado tres mil 967 defunciones. También explicó que en la entidad se confirmaban 28 casos correspondientes a la variante B.1.617.2 del virus SARS-CoV-2 denominada Delta.

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Máximo Cerdio

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