El futbol es, sobre todo, un gran negocio, pero también un deporte. De niño mi gran anhelo era jugarlo. No soñaba con ser profesional, solo quería jugar en algún equipo de delantero.
“El futbol es un deporte que inventaron los ingleses, donde juegan once contra once y siempre ganan los alemanes”, es otra definición clásica, olvido su autor. Mi padre tenía la enfermedad esa de irle al América, le parecían sensacionales. Por suerte, no se lo heredé. Nunca le he ido a ningún equipo, yo le voy al deporte.
En tercero de secundaria, en la gloriosa Eulalia Guzmán de Civac Gótica, mi grupo, conformado por una fauna más bien salvaje, hizo un equipo y participamos en el torneo del grado. La final fue contra un equipo de la tarde en la cancha de tierra de la Otilio Montaño. Partidazo, que se definió en penales.
Si lo pienso, no lo puedo creer. Dos equipos peleando por un balón para meterlo a la portería ajena. Es tan simple que debería estar prohibido. Borges decía que cada cual podría tener su balón y no pelearse por uno solo.
Aquella tanda de penales se alargó, todos metían gol. Llegamos a muerte súbita. A mí me tocaba tirar por derecho propio, pero, tímido como era, no defendí mi posición y entró de emergente otro tirador. Los contrarios no reclamaron.
Años después llegó a mí la negación de mi deporte favorito. Ya estaba en la prepa y perfilado a escribir. Veía en los aficionados al futbol un estilo de vida que no me gusta: fanatismo por un juego que no juegan, peleas por nada, discusiones inocuas, fantasías perennes. Quise evitarlo y dejé el futbol fuera de mi vida.
Ganamos la final con aquel tiro. Yo celebré como si lo hubiera metido. Corrimos por el trofeo y por los balones del premio. No cabíamos de la emoción, nos abrazamos y hasta nos dijimos tonterías como “nadie nos detendrá”, “¿quién sabe de otro torneo?”, “somos los mejores”.
Hay que aceptarlo, los devotos del futbol saben poco de futbol. Ignoran las 17 reglas, cuánto mide una cancha o por qué existe el fair play. Todo es gritar y manotear frente al monitor con una cerveza mientras el mundo gira. Dios (que no existe) los salve, seguramente recibirán el fin del mundo gritando “gol”.
Quizás el futbol es un deporte para tarados, pero a mí me gusta. Más que verlo, anhelo aún practicarlo. Es emocionante entrar a una cancha y correr sin pensar, hacer equipo, celebrar, ganar, sudar como marrano y luego sentir ese bajón de adrenalina al terminar. Comparado con un orgasmo, sin duda.
Repartimos los balones con una rifa. Vimos el gran trofeo y “¿quién se lo lleva?” (era de nosotros, no de la escuela). Otra rifa, que ganó mi amigo Álvaro. Después de la gloria, llegó el golpe de realidad, la mayoría volveríamos a casa con las manos vacías. Alguien dijo “vámonos, porque si no va a ver pedo”.
Ver futbol también es divertido, aunque igual hay algo triste: los mejores son los europeos. La liga mexicana es cualquier cosa, menos futbol. Me gusta ver la tele cuando juegan los grandes de Europa, también los Juegos Olímpicos y el Mundial si participa México. A veces es mejor ver futbol llanero en vivo, me encanta.
Ya repartidos los premios del torneo, se reavivaron las animadversiones y comenzó el pleito. Gritos y jaloneos. “Hubo trampa”, “yo quiero un balón”, “nunca me gano nada”. Mejor nos fuimos. No volvimos a jugar ni a ganar nada.
Gran parte del futbol es porquería: pactos de caballeros, dinero de gobierno, escándalos, homofobia, explotación laboral, misoginia, control político, discriminación, racismo, fraudes, trampa, contratos leoninos.
Como a los 30 años organizaba cascaritas de futbol rápido con amigos, donde llegué a ser el gran goleador que siempre quise. Todos merecemos un poco de éxito tardío. Recuperé y admití mi gran pasión por el futbol, me reconcilié con ese niño pambolero. Sé que aún tengo vida para llegar a algún equipo de cuarentones para meter mil goles.
Pronto abriré el Taller Yo Papá, a distancia, donde podrás escribir el testimonio de tu paternidad. Publicaremos una antología. Informes: danielzetinaescritor@gmail@gmail.com