La independencia de México fue un proceso sumamente complicado. Sucesos políticos y sociales se gestaron a cada momento y con ese acto se dejó atrás las fisonomías indígenas y coloniales, es decir ni Tenochtitlán ni Nueva España la representaban, a pesar de que ambos la habían forjado.
En esta nueva nación se implementaron las Leyes de Reforma, las cuales estudiaban las bases históricas y filosóficas de la nueva sociedad mexicana. El conjunto de leyes se promulgó entre los años de 1855 y 1863, durante los gobiernos de Juan Álvarez, Ignacio Comonfort y Benito Juárez. Su objetivo principal era la separación de la Iglesia y el Estado y la eliminación del fuero eclesiástico y militar.
Con estas leyes surgieron nuevas identidades que hoy en día son el pilar de la identidad mexicana; con ellas nació la arquitectura mexicana.
La arquitectura neoclásica fue la que dio partida a esta nueva identidad. Mostró de forma evidente y voraz el momento histórico por el cual pasábamos. Sus principales tipologías se enfrascaron en la construcción de iglesias y palacios.
El arquitecto más notable de esta vertiente fue el español Manuel Tolsá, quien fue director de Escultura de la Academia de San Carlos. Entre sus obras representativas esta el Palacio de Minería en la actual Ciudad de México.
Otros arquitectos reconocidos de aquel momento fueron los criollos Damián Ortiz y Francisco Eduardo Tresguerras. Este último atacó vorazmente el tradicionalismo a través de sus manifestaciones ultrabarrocas, aunque fue atacado y señalado varias veces por el gobierno mexicano independiente por no cumplir con el compromiso de progreso social. El neoclásico se extendió principalmente por la zona del Bajío de México.
La arquitectura en nuestro país tuvo su esplendor a finales del Siglo XIX, fundamentada en el romanticismo. Ésta criticó firmemente al arte que la precedía, enfocándose en la búsqueda de una nueva identidad que diera valor histórico al tradicionalismo mexicano, aún joven.
Este estilo incorporó nuevas formas arquitectónicas, desde el neogótico hasta el art nouveau pasando al eclecticismo, que dio sentido a esa época culminando su protagonismo al comienzo de la revolución mexicana en 1910.
Como en todos los artículos, los temas son extensos e imposibles de abarcar en un espacio tan reducido, sin embargo, celebrar la Independencia de México no es solo salir de “fiesta” sino conmemorar los procesos históricos y complicados que nuestros antecesores hicieron posible para que hoy México tenga su propia identidad en cada metro cuadrado de ciudad. ¡Viva México!
