Cualquiera de nosotros, una familia de clase media, puede vivir cómodamente en una vivienda que ronde los 70 a 90 metros cuadrados. Pero ¿qué sucede cuando las familias no tienen el dinero suficiente para llegar a ese estándar?
En México y en la mayoría de las ciudades latinoamericanas, existe una fórmula que, a la manera de la esfera política, es funcional. Dicha estrategia implementa dos factores: achicar y alejar; la vivienda se vuelve de 40 metros cuadrados y se aleja de los centros urbanos, a lugares sin servicios ni oportunidades.
Por lo anterior, las familias optan por vivir en lugares menos acogedores, pero dentro de los centros urbanos, tomando decisiones de autoconstrucción para su vivienda, cayendo en un tema sumamente complicado y peligroso, ya que no cuentan con las asesorías correctas de un profesional de la construcción (arquitecto o ingeniero). Pero ¿por qué sucede esto?
La respuesta más común se centra en la falta de recursos económicos para la contratación del profesional. En muchos casos los honorarios de un arquitecto se pueden elevar tanto como el 40 por ciento del presupuesto total de una familia.
En otras palabras, es casi imposible que una familia de clase media baja contrate a un arquitecto, pero ¿por qué se cobra tanto?
Hay demasiados factores. Muchos de ellos por el tiempo dedicado que se le da a un proyecto, por la responsabilidad del inmueble y de la familia, ya que este último el arquitecto debe de asegurarse que la vivienda sea funcional y estable estructuralmente.
Sin embargo, existe otro factor para definir los honorarios de un arquitecto. En México, el precio de los proyectos arquitectónicos y los honorarios de arquitectos son regulados por el Arancel de Honorarios Profesionales, un documento establecido por la Federación de Colegio de Arquitectos de la República Mexicana.
No hay modo exacto de definir ese costo ya que cada arquitecto le da valor único al trabajo que realiza y es aquí cuando podemos encontrar honorarios exorbitantes.
Por otro lado, esta una de las mayores incógnitas de la carrera de Arquitectura, principalmente en México, y es una de las cosas que más me ha molestado e intrigado toda mi vida como arquitecto, ¿Por qué si en México el 70 por ciento de las viviendas es informal, en las universidades se sigue enseñando la arquitectura para el sector restante, que si puede pagar a un arquitecto, es decir el 30 por ciento de los posibles clientes?
Ahora, por sentido común, las universidades deberían de enseñar a sus alumnos a trabajar con el 70 por ciento, porque si lo vemos desde un sentido económico es hasta mejor negocio trabajar en ese sector que en un 30 por ciento que además esta acaparado por los grandes despachos de arquitectura.
Si el índice fuera al revés, es decir 30 por ciento de autoconstrucción y 70 por ciento construcción formal, las ciudades por sí solas cambiarían para un bienestar increíblemente bueno.
Finalmente, poco a poco se debe de ir reduciendo el índice de construcción informal y educar a la población de que existen arquitectos capaces de realizar su encargo por un costo justo y hacer ver a la sociedad civil de los beneficios de tener a un profesionista de la construcción.
Entre los múltiples beneficios encontrarán: experiencia, gran manejo del diseño, entendimiento de las necesidades de cada usuario, la correcta selección de los materiales, buena administración de los recursos financieros, ahorro de dinero gracias a la buena administración y finalmente el valor agregado que el arquitecto le da a su proyecto.
Es momento de acercarse sin miedo a un arquitecto y estoy casi seguro que se llevarán una gran sorpresa para poder realizar el proyecto de sus sueños.