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Carta al hombre que perdí en el desierto


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Querido Lászlo:

Diciembre, 1930.

Han pasado nueve semanas desde que salí tras de ti. Estoy exhausta, tengo los labios agrietados, la piel me arde y esta noche de nuevo el frío es terrible, no me ha dejado dormir. Sigo tus pasos lo más rápido que la caravana puede avanzar, pero comienzo a pensar que ha sido una decisión absurda. Nadie sabe con exactitud por donde fuiste, hacemos esfuerzos por deducirlo, nos hemos topado con algunos tuaregs, pero son pocos los que dijeron verte.

Abdulah encabeza la búsqueda y dice que es casi imposible, que sólo tú y Ralph sabían por dónde iban. Probablemente desistiré, las provisiones son escasas, hemos cambiado de ruta en más ocasiones de las que pensamos.

Hace cuatro días una tormenta nos tomó por sorpresa, un hombre se extravió intentando juntar a todos los animales, pero fue inútil, perdimos a más de la tercera parte. Agua tenemos suficiente, encontramos los pozos justo a tiempo para que los camellos se repongan, pero los hombres ya no quieren continuar, no creen que exista el lugar al que nos dirigimos… yo comienzo a dudarlo.

Aun no puedo creer que te marcharas sin mí. Todo esto es como un espejismo; uno de estos días imaginé ver tu figura acercándose, caminando sobre las dunas que se perfilan en el horizonte al ponerse el sol. Corrí hacia ti, pero me caí, cuando alcé la vista de nuevo no había nada.

Ya presentía que algo así pasaría cuando me dijiste que se había introducido en ti un aliento cálido del Sáhara. En nuestras últimas noches hablabas dormido, decías que eras parte de los leones desérticos convirtiendo a la muerte en mil colores, e invocabas a criaturas del hemisferio seco de la tierra.

Jamás te lo dije porque temía a lo que ahora ha sucedido, porque sabía que soñabas con tempestades de arena. ¿Te acuerdas cuando me decías que tu origen te llamaba desde más allá del Tibesti y que tu sangre era ligera igual que una aeronave cuando pensabas en marcharte de aquí? Yo callaba porque tus palabras me herían.

Y un día ya no despertaste a mi lado, un día ya caminabas en superficies espejo donde se mira el sol. Ahora sé que nunca te podré encontrar. Se te incendió la razón pensando en Zerzura y el tesoro que custodia el ave blanca. Viajero en llamas, atraviesas llanuras polvorientas y pedregosas, con el cerebro deshidratado has perdido el corazón en busca de sirenas mauritanas.

Yo he perdido la fe, debí haber salido inmediatamente tras de ti, pero me llevó algunos días reunir el equipo necesario. He llegado a mi limite, estoy a punto de perderme en tu sueño. Este desierto y tú serán mi muerte, pero no tengo el valor de abandonar la campaña, aún no puedo dejarte ir.

Te enviaré esta carta con la próxima tormenta que me encuentre para que la arrastre hasta a ti. Y si aún me amas, tal vez regreses. Al menos dime que sigues con vida enviando tu aroma montado en una ráfaga de viento.

Mañana partiremos hacia el oeste de Gilf Kebir.

Siempre tuya.

I.D.C.F

Esta carta está inspirada en los viajes que realizaron al desierto de Libia los exploradores Lászlo Almásy, de Austria y Ralph Bagnold, de Gran Bretaña, en busca de la ciudad legendaria de Zerzura.

 

Tiktok: expedicion_nocturlabio

 

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Arquitecta, escritora, diseñadora, amante de los animales, la naturaleza y la aventura.

Dayan Casaña

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