Sociedad

Nostalgia excursionista


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Lectura 3 - 5 minutos
Doña Chuy, mi abuela, es la mujer sentada al frente vestida de color blanco con un sombrero sobre el pecho.
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Doña Chuy, mi abuela, es la mujer sentada al frente vestida de color blanco con un sombrero sobre el pecho.
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Cuando era niña viajaba a menudo con mi mamá y tías gracias a las excursiones en camión que organizaba mi abuela materna, Doña Chuy. Los sitios que visitábamos eran los destinos turísticos más comunes de cada estado de la República, pero a esa edad yo no lo sabía y tampoco me interesaba además ni los conocía, sólo entendía que esas salidas significaban experimentar otros lugares y gente nueva. Simplemente otra aventura a lado de mi familia.

Tengo años extrañando esa experiencia, pero soy realista y sé que quien mantenía esa unión y chispa de los viajes era mi abuela y como ya no está será difícil obtener las mismas vivencias o algo muy similar a lo que recuerdo, pero estoy segura que algo muy a mi versión y en mi tiempo podré hacer con el objetivo de no perder ese impulso trotamundos que sembraron en mí las mujeres de mi hogar.

Prácticamente viajábamos como gitanas con los cachivaches necesarios y pocos recursos económicos. Mi abuela sabía cómo hacer rendir el dinero para poder recorrer la república. Ella tenía convenios con hoteles y los sitios de interés le ofrecían descuentos debido a la cantidad de turistas que llevaba cada determinado tiempo.

La pandemia, después de dos años, acentuó mis deseos de salir de viaje, pero no sólo me ocurrió a mí. Mi mamá es una viajera empedernida, una verdadera señora pata de perro. Creo que para ella más que nadie en la familia, ha sido difícil limitarse con las salidas a donde sea, incluso a destinos comunes y “seguros”, como a casa de mis hermanos. En fin, sé que no somos las únicas a las que nos ha sucedido algo similar.

Cuando era niña mi familia no tenía para comprar varias cámaras y rollos fotográficos. Así que sólo teníamos una, que se prestaban entre mi mamá y sus hermanas. En ese entonces comprar los rollos era muy caro y mandarlos revelar también; tampoco era algo que entusiasmara demasiado puesto que la mayoría de las fotos salían mal, borrosas, sin pies o sin cabeza. Las fotografías que conservamos de esos viajes son pocas. Sin embargo, mantengo el recuerdo en la punta de la lengua como un sabor que te niegas a perder. Por eso ahora no paro de tomar fotografías y en verdad lamento no haber tenido al alcance, en ese entonces, la tecnología que tenemos ahora.

Me veo de aproximadamente siete años dormitando sentada en la sala de mi abuela a lado de las maletas esperando a que llegara el camión de madrugada para poder viajar en la noche y arribar temprano a nuestro destino. Recuerdo olor a café, los murmullos de las mujeres de mi familia organizando los últimos detalles, entusiasmadas por la salida. Recuerdo caminar amodorrada por el pasillo del camión buscando la luz fantasma que señalaba nuestros correspondientes asientos. Recuerdo el barullo inicial del abordaje de los demás mientras yo me acurrucaba en el asiento esperando a mi mamá. Y el silencio que venía después, una vez que todos ya habían acomodado sus cosas y pacían tranquilos y somnolientos en sus lugares. Sólo los susurros de mi abuela y el chofer organizando el trayecto se filtraban de vez en cuando a mi mente, pero el arrullo del motor y el balanceo del camión me devolvían al sueño. También recuerdo las paradas estratégicas para poder ir al baño, acomodar el equipaje o sacar algún bocadillo madrugador. Todavía logro escuchar los pasos de mi abuela a lo largo del camión verificando que todo estuviera en orden o los pasos de algún sonámbulo en dirección al sanitario cuando el reposo de todos era profundo. Lo mejor eran los amaneceres. Abrir las cortinas de la ventana, tallar con la mano los vidrios empañados y ver iluminada de anaranjado la vegetación recién despierta de la carretera. Los viajeros comenzaban a espabilar y con ellos sus risas y alboroto. La mayoría compartía la comida que llevaba para el viaje. Había de todo: dulces, tortas, pan, café en termos, a fin de cuentas sólo un tente en pie antes de llegar al destino establecido para desayunar como se debe.

Tengo varias anécdotas y recuerdos de estas experiencias, aunque en realidad yo no disfruté de tantos de estos viajes como mis hermanos, por la gran diferencia de edad que hay entre nosotros, pero las imágenes las tengo bien grabadas en el corazón y creo que ya es hora de agregarlos a mis libretas de los recuerdos. Estoy segura que todos tenemos un apartado especial en donde guardamos las memorias de por lo menos una travesía ¿Cuál es el viaje que tú recuerdas con más cariño?

Los libros sobre viajes me hacen recordar un poco estas sensaciones. Los disfruto mucho, pero sin duda no es lo mismo leerlo que vivirlo. A veces hay circunstancias que no nos permiten viajar tanto como deseamos, por ejemplo, una pandemia mundial, o la más común, falta de dinero. Mientras encontramos la solución para ambas cosas les dejo algunos de los libros sobre viajes que pretendo leer este año y que me llamaron la atención gracias a las reseñas que leí de ellos. Ojalá alguno capture su atención.

La trilogía de Ted Simon: Los viajes de Júpiter, Sobre ruedas, Los sueños de Júpiter. Viajes y otros viajes, de Antonio Tabucchi.

El gallo de hierro, de Paul Theroux.

El camino cruel, de Ella Maillart.

On the road, de Jack Kerouac.

Partirás al amanecer, de Wole Soyinka.

Tiktok: expedicion_nocturlabio

 

 

 

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Arquitecta, escritora, diseñadora, amante de los animales, la naturaleza y la aventura.

Dayan Casaña

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