La viajera Freya Stark decía que uno de los puntos importantes para decidirse a ser viajero es tener una larga vida y lo demostró cuando a los ochenta años atravesó algunos parajes del Himalaya a caballo. En lo particular creo que ese tendría que ser suficiente motivo para decidirnos a incursionar más seguido en el mundo de los descubrimientos geográficos, urbanos, culturales, paisajísticos, etc. La verdad es que viajar es cambiar radicalmente el panorama y, sin necesidad de mucho esfuerzo, sentir satisfacción con esa capacidad de asombro que con los años perdemos.
Desde mi perspectiva como mujer me siento afortunada de vivir en una época en donde las facilidades para viajar son muchas y a la vez contrariada por lo poco que las he aprovechado. Después me pongo a pensar en las viajeras de épocas pasadas y en las dificultades que tenían que librar para poder realizar una travesía considerable. En ese momento histórico sí era necesario contar con recursos económicos suficientes y tener una ocupación que justificara los viajes, como por ejemplo, ser esposa de un explorador o ser misionera, aunque a veces eso tampoco les valía de mucho para evitar ser juzgadas como indecentes. Imagino esas circunstancias y me siento fatal por ponerme obstáculos tan absurdos para salir de viaje.
Inevitablemente también viene a mi mente Emilio Salgari, uno de mis escritores favoritos, quien en el sentido estricto de la corporeidad no realizó más que unos cuantos viajes de aprendizaje en un navío escuela, eventualidades suficientes para poder estimular la imaginación desbordante de aquel hombre que me hizo ser tan feliz en mi niñez con sus historias y personajes. Emilio Salgari escribió gran cantidad de novelas, varios ciclos de literatura de aventura juvenil, cuentos e incluso autobiografía y ciencia ficción, todos estos libros ambientados en lugares que él nunca conoció en persona, pero de los cuales se documentó para nutrir su imaginación con esas imágenes que sólo logra brindarnos la lectura.
Hay dos tipos de viajeros: los que experimentan la experiencia en carne propia y los que lo hacen a través de la imaginación. Pienso que existen personas que han viajado muchísimo, pero son incapaces de transmitir su experiencia para que otros puedan disfrutarlo o para que ellos mismos puedan revivirlo posteriormente. O como en el caso de Salgari, que no necesitó más que de su imaginación y capacidad creadora para transportanos a lugares y vivencias increíbles. Lamentablemente para Emilio Salgari no se cumplió el punto más importante de ser viajero según Freya Stark, su vida no fue larga. Al contrario, terminó con ella realizando el harakiri, practica suicida que consiste en abrirse el vientre con un cuchillo al estilo japonés.
Creo que lo ideal es estar en un punto medio en donde viajes, pero también te des la oportunidad de imaginar, claro que sin la necesidad de terminar con un final tan dramático como el del escritor ya mencionado. Hay una forma de comenzar con la práctica de escritura viajera, sin salir de casa, una de tantas alternativas para motivar a escribir situaciones intrépidas. Me refiero a revivir los eventos cotidianos como cuando éramos niños.
Llamémoslas aventuras en diminuto, en donde cualquier cosa incluso el objeto más simple puede desatar una magnifica historia. Y si la idea no viene a nosotros de manera fácil e inmediata, debido a que la edad nos ha atrofiado ese órgano de la irrealidad destinado a la diversión espontánea, siempre podemos recurrir a los recuerdos.
Justo ahora estoy frente a la computadora rascándome el cuello y mirando las nubes atardecidas a través de la ventana pensando en las micro aventuras de mi niñez para poder desarrollarlas, y recordé algunas.
Por ejemplo: El desastre que Laika la perra mestiza de mi abuelita y yo provocábamos cuando por pura diversión sacaba a los conejos de su jaula para después perseguirlos a través del jardín hasta alcanzarlos y meterlos nuevamente en ella. O la manera en que me entretenía entrando y saliendo por las múltiples puertas y habitaciones interconectadas de la casa de mi abuela, destinándole en mi imaginación un escenario salvaje a cada una, especialmente al camarote, como le llamábamos a la habitación de mi papá que se encontraba al final del jardín posterior.
O tal vez la ocasión que me caí en un pequeño pantano que estaba a la vera del río tratando de seguir, saltando de piedra en piedra, a una de mis amigas en la búsqueda de su padrino. Pero también pienso en cosas más sencillas, como la luz mortecina que atravesaba las cortinas viejas de la habitación de mi otra abuela, iluminando de manera siniestra los rostros de la colección de santos que guardaba allí. O el crujido dolorido que mecía a la jacaranda mientras mostraba su cuerpo retorcido a través de la ventana de la cocina, en donde mi hermana alguna vez dijo tener la visión de un hombre ahorcado.
En fin, creo que hay muchísimas cosas de las cuales podemos derivar una historia o simplemente una descripción interesante y alquímica. Como muestra de ello, un ejemplo excelente es el cuento de Julio Cortázar No se culpe a nadie. En esta historia podemos apreciar como un maestro de la literatura hace que la acción de ponerse un simple pulóver azul se complique al grado de convertirse en suceso de mucha tensión y desesperación como si de ello dependiera la vida. La literatura y los viajes comparten la característica de ser emocionantes y también ser excelentes elíxires para una vida longeva.
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