Los mapas son una especie de puerta a otro mundo, aunque sepamos que es la representación abstracta del propio. Es tan extraño mirar esa imagen de forma irregular que parece un garabato e imaginar que en alguno de sus puntos estamos existiendo en ese preciso momento. Más que una realidad es como si estuviéramos viendo algo que inventaron exclusivamente para la literatura, para ilustrar lugares fantásticos e imaginarios. Bueno, hablo por mí, esa era la percepción que yo tenía mientras observaba un mapa o el globo terráqueo de mi hermano mayor cuando yo tenía ocho años.
Cabe decir que los más hermosos son los mapas antiguos en donde siempre hubo lugar para ilustraciones como sirenas, barcos, mares agitados y terribles monstruos. Los mapas son una promesa a lo desconocido, a tener el planeta a la disposición de nuestro dedo con sólo señalar aleatoriamente sobre él y encontrar los misterios ocultos más allá de sus formas gráficas. Los mapas invocan humores salvajes dentro de nosotros; misteriosos tambores acompasados a nuestro corazón sediento de desafíos.
Hubo un tiempo durante mi infancia que me obsesioné por dibujar mapas. La técnica era muy sencilla: rasgar un trozo de papel Kraft intentando un rectángulo más o menos tamaño oficio y con un plumín puntear de manera arbitraria el papel y después con mucha paciencia unirlos. Al principio era un caos, no parecían mapas en lo mínimo. Después perfeccioné el arte y ya colocaba los puntos como quería para lograr el mapa deseado. La verdad es que pude haber dibujado el perímetro de mis continentes imaginarios directamente a mano alzada, pero unir los puntos era un gusto del que no quería prescindir por ser una forma más de descubrir territorios ocultos en el papel.
La primera vez que vi un mapa fue en los libros Colección de la naturaleza de la editorial Time Life específicamente en el tomo con el nombre Los Polos. Aunque no supiera leer tenía el gusto por ojear los libros de mi padre y descubrir ilustraciones o fotografías. Esa ilustración está en las primeras páginas y fue la combinación que abrió mi curiosidad para disfrutar ese libro años después, cuando ya sabía leer. El mapa fue el anuncio a criaturas increíbles y personas que lo eran aún más. Conocer de esas cosas cuando yo todavía era muy joven fue similar a descubrir en la actualidad un nuevo libro sobre seres mitológicos de una cultura ya olvidada; todo era fuera de serie, de otra galaxia. Este libro cuenta de las hazañas de los exploradores que llegaron al polo norte y de quienes ya vivían allí desde hace mucho tiempo, los inuit.
Ver desde los ojos de quienes recorrieron con dificultades lugares inhóspitos es un doble placer porque haces los descubrimientos junto con ellos o como si fueras ellos mismos. Entonces disfrutas de la experiencia de los viajeros y disfrutas también de conocer lugares, animales y personas que tal vez nunca conozcas en persona o no como sucedió en épocas pasadas. Ahora aprecio de otra manera lo que escribieron los exploradores en sus diarios y bitácoras por que sé que leer sobre las experiencias de los hombres intrépidos por medio de un narrador no es lo mismo que leerlo directamente como los protagonistas lo dijeron y dejaron plasmado para sobrevivirles muchísimos años.
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