I
Los ángeles son icebergs metafísicos. Mecen navegantes a la muerte en su blancura gigantesca.
Apenas y me percato que voy a la deriva en su capricho. Apenas entiendo que acaricio su dermis con mis pasos en ese suave final llamado ártico o quizá aurora boreal.
Soy átomo extraviado a través de los perpetuos designios de la pureza. Herido a la vera de la luz que me levanta. En lo terrible del relámpago estático permanezco ínfimo ante el intolerable acontecer de su presencia. Me consumo en sus límites, soy trémulo temblor en sus labios. Gigante estoico ante el cual me arrodillo. Con un sólo gesto, con la insinuación de un movimiento, determina el destino de la escarcha desprendida de mis huesos. El multiverso del ángel dicta la historia. El batir de sus alas la rotura del silencio que desprende al frágil aliento del ser.
Insuficiente padezco la ceguera de lo que es minúsculo y no alcanza a imaginar la inmensidad a la que se aferra. Estrella nunca vista que ha muerto antes que el universo se percate de ella y ni siquiera comprende su existencia. El ángel es himno que astilla al mundo de un grito, su boca es ojo, su ojo es profecía que apunta a mí con una sonrisa y su sonrisa el fin del tiempo. Tan terribles que se olvidan de nosotros un segundo y desaparecemos.
II
Escucho el soplo. La noticia incesante que se forma del aullido del mar rompiéndose en gruesos cristales. Quejido gélido de los abismos que arrulla el ondular de los monstruos oceánicos. El mismo heraldo del grito que se calla, de la mano que ya no se sujeta, del sueño que ya no despierta. Sombra pálida, altísima, que sobrevuela y derrama sobre nosotros una verdad indetenible; la certeza de la extinción. La mirada del ángel va cantando la crueldad del hielo, la gloria alba, alba del calcio divino que nos sobrevive.
III
Extraño ya no seguir deseando los deseos, ahora soy invierno. Aire helado con el pecho adolorido, suspiro apartado del alma que fui, pulso extinto de la voz que dijo. Integrada a las dunas celestes, partícula de la arena que se derrite. Navío trágico a la deriva en la inexistencia, extrañando la materia, renegando del último deseo: “Ser parte del ángel que me destruyó”.
Los deseos ya no son posibles desde estas latitudes fantasma. Desde esta larga y agonizante luz fenecida tiempo atrás, muchas galaxias antes. Mis pensamientos no alcanzan a ser, se deshacen. Cometa que olvidó el rumbo en medio de tanta oscuridad que es blanca, aunque no se vea.
Porque nosotros siempre que sentimos nos evaporamos, nos deshacemos sobre la piel del ángel.
Apenas y rozamos ser la materia de su canto y ya somos su aliento; bruma que los circunda, polen invernal que por poco regresa a ellos. Su belleza da vida, su luminiscencia desintegra. Somos rescoldos apasionados, consumidos por la gracia de su amor. Polvo abrazado a los segundos que les sobran para no sentir abandono.
¡Mírame, soy tan insignificante como tú! Asustado y efímero crepito. Ceniza recién desprendida de la hoguera azul.