Parece una redundancia, no lo es. Escribir no significa moverse de ningún lugar, podría hacerlo desde una zona de confort toda la vida, aunque, evidentemente, no es mi estilo. Escribir implica, para mí, una espiral interior que se mueve hacia mis manos… algo difícil de explicar con claridad, pero cierto.
Por otro lado, ser escritor es más amplio que danzar los dedos en el teclado. Desde mi enfoque, soy un escritor que, cuando menos en este punto de mi vida (mi desarrollo, mi formación, mi crecimiento), me muevo. Me refiero a metafórica y realmente, o sea, mi mente viaja y mi cerebro se complica más que en muchos años, pensando cosas que hacer, proyectos a desarrollar, libros a escribir, negocios a concretar, entre otros: movimiento.
La parte práctica del asunto es mover el cuerpo, trasladar el esqueleto, viajar un poco. En las últimas semanas he andado entre Querétaro, Ciudad de México y Cuernavaca (Blablacar), caminando, observando, hablando con personas, llevando libros, atendiendo clientes, buscando opciones, escribiendo sobre las rodillas, saludando personas, soñando mientras miro el camino.
Cierto, por años me moví bastante, pero entre cierto periodo oscuro que terminó hace un lustro y luego la pandemia (y sus consecuencias) ya de dos años, mi movilidad se vio reducida, pero no solo eso, mi energía se había visto disminuida a su mínima expresión.
Vayamos a una parte mística. Mi año pasado fue de transformación, de duelo, de terapia, incluso de ciertas dolencias, pero este año comencé meditando, retomando los hábitos de vida que me permitieron lograr mis metas. Claro que después de un tiempo de sedentarismo y algunos excesos mi cuerpo estaba resentido y tuve que lidiar con varios tratamientos que me permitieron recuperar mi salud, incluso bajar de peso y retomar mi buen camino.
Te contaba, pues, que a principios de año hice un ritual personal de agradecimiento, soltar lo que ya no era parte de mi vida (ciertas amistades temporales incluidas) y ver hacia dentro, hacia mi centro de poder, hacia mi conexión con el Universo, si puedo explicarlo de alguna forma. Así llegué a un par de conclusiones: a) por favor, año 2022, sorpréndeme y b) debía comenzar cosas diferentes, quizás viviendo en otro lugar.
Sí que me sorprendió este ciclo y lo sigue haciendo, espero que a ti también, positivamente, sobre todo, porque en mi vida algunos cambios han ocurrido en poco tiempo, aunque de forma asertiva, debo reconocerlo. En febrero, un huracán llegó a mi vida, me envolvió e hizo girar mis velas y dejarme ir a alta mar, sintiendo la cálida brisa del sur en el rostro y humedeciendo mi reseco corazón.
Pero los cambios no vienen solos, ya sabes, así que allá voy, surcando mares o cruzando cielos, buscando un destino que me es propio desde siempre y que solo con valor podré lograr. Porque la vida es riesgo, la magia existe y el amor es una estrella que ayuda a encontrar la ruta, hago un giro narrativo en mi vida, con responsabilidad pero algo de locura, con la mejor compañía, con mis oficios y talentos. Bueno, aquí voy, empezando pero no desde cero, luchando pero no contra los mismos demonios, creciendo pero no tan verde, escribiendo más profundo y trabajando más contento.
Entonces, este escritor que soy, soy la persona que habito, que busca y que canta, que piensa y que ama, que se esfuerza y se equivoca, pero el mismo de siempre, donde ande, Daniel, donde sea, Zetina, de algunos amigo, de otros maestro, de ella amor, de ninguno enemigo y de mí mismo mi pastor.
Mi paso por el mundo es andar, andar haciendo caminos, aunque, ahora más que nunca, con las ganas de echar raíz… no para quedarme quieto, “ni lo mande dios”, sino para seguir en movimiento cada día más mejor. Porque el oficio de la palabra, el verbo mismo, los libros y los lectores son movimiento, eterno vaivén de esperanzas y dolores, posibilidad infinita de historias y de encuentros, allá voy, a por ellos, porque la magia se hace día a día y surge en donde menos lo esperas, casi siempre en la calle o en sitios desconocidos.
Queridos amigos, aquí voy de nuevo. Gracias.
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