No pensé que los conejos fueran tan importantes en mi vida, pero lo son. Mi juguete consentido y de los más antiguos se llama Mijo. Es un conejo color café descolorido, con hidrocefalia, de orejas grandes y laxas, y tiernos ojos negros de plástico duro. Todavía lo conservo. Se le puede despellejar quitándole la piel como si fuera un mameluco de cierre al frente. Por dentro queda flaco, hecho de tela a rayas blancas y rojas. Esta cualidad tal vez fue una premonición de lo que presenciaría más adelante en casa de mi abuela.
Un tendedero de conejos desangrados. Desde la ventana del comedor de casa de mi abuela observaba a mi tío Alejandro colgar a los conejos de sus patas traseras. Derramando un hilo de escarlata de su nariz a la cubeta. El grito de los conejos chillando en los segundos de agonía. Es uno de los sonidos más espeluznantes de mis pesadillas. Salí al patio ¿Qué estaba sucediendo? Nadie me dijo nada. Mi tío desnucando a mis conejos. Abriéndolos en canal. Arrancándoles la piel. Cortándoles la cabeza. Estirando sus pieles, tensándolas con pinzas, salándolas y poniéndolas a secar al sol. Litros, litros de sangre recolectada.
Después de escribir el texto del 30 de abril me quedé pensando en la niñez. Imagino la infancia como un mapamundi fragmentado en diferentes continentes y cada uno es una parte de ti que no terminas de unir en una sola, hasta que claro, eres adulto y eso a veces tampoco sucede. Los conejos son un país entero del mundo de mi yo niña.
Hace poco me preguntaron ¿Cuál fue tu primera mascota? Me quedé callada un instante porque no me había hecho esa pregunta antes. Hasta que frente a mí apareció un conejito color negro, muerto y a medio comer por las talatas. Yo tenía tres años. El conejo bebé estaba enfermo, era demasiado pasivo; ahora entiendo eso. Nadie lo atendió. En la mañana cuando salí feliz en su búsqueda y metí la mano en la jaula improvisada del jardín lo que saqué fue un cuerpo rígido, con el pelo como estropajo, con los ojos y boca atestados de enormes hormigas rojas que también se estaban subiendo a mi cuerpo. No grité, no lloré, sólo me hice para atrás y me paralicé. La imagen continúa fresca en mi memoria. Ese fue el primer cadáver que vi y mi primer encuentro con la muerte.
Nos mudamos a casa de mi abuela paterna. Hubo más conejos. Mi padre construyó una jaula elevada para conejos con malla de gallinero. Abajo de la jaula una montaña de mierdecillas redondas y ríos de orines penetrantes. No dejes que la niña juegue cerca de esos animales; dicen que la exposición a sus orines deja estériles a las mujeres, dijo mi madre. (Yo nunca tendré hijos, pero no por los conejos o quizás sí, pero no por sus orines). Les doy de comer alfalfa a través de los huecos de la malla. Sus ojos tienen miedo. Los conejos siempre están asustados. Pueden olfatear su destino. Yo no sabía para que eran los conejos. Hay una conejera de crianza al fondo de la jaula. Una caja de madera con puerta para la señora coneja. Nido de pelo que la propia madre se arrancaba del pecho por el cual asoman las tiernas orejitas de los conejos bebé. No los saques, están muy pequeños; si los ves la coneja los mata, dijo mi padre. Conejitos de un mes en la cama, a mi alrededor apenas aprendiendo a saltar. Infantiles igual que yo. Aprendí a abrir la jaula y los sacaba a mi antojo para acariciarlos, para soltarlos en el jardín y después atraparlos sin hacerles daño con ayuda de mi perra intrépida y fea. En la calle los niños vecinos me conocían como la niña de los conejos. Los invitaba a mi casa a verlos o simplemente les contaba que hacían. En ese entonces ya había olvidado al conejo negro devorado por las talatas. Tampoco había conocido el tendedero de conejos.
Los conejos siguieron apareciendo. Los primeros conejos de la literatura que conocí fueron los del cuento El abuelo conejo de Sir Helder Amos; Peter Rabbit el conejito travieso de Beatrix Potter; al conejo Tambor del cuento Bambi de Félix Salten. Después llegó el Mago Frank y su hermoso conejo Blas, un muñeco de ventrílocuo que no daba miedo como cualquier otro que haya conocido. Y Bugs Bunny era el conejo que veía todas las mañanas antes de irme a la primaria. La verdad es que no me caía muy bien. Me parecia muy presumido y altanero. Ahora pienso que es un conejo que aprendió de sus habilidades para no ser conejo de la suerte de nadie más más que de sí mismo. En pocas palabras aprendió a defenderse. No puede faltar el personaje Conejo de Winnie Pooh de Alan Alexander Milne, que a mi parecer siempre tenía mal carácter porque todos querían abusar de su buena voluntad y ya estaba fastidiado de esa situación.
Para los conejos hay una gran tragedia irónica en que usemos las patas de conejo como amuleto de la suerte. Yo no sabía por qué eran de la suerte hasta que investigué, y es que en la cultura nórdica a la liebre se le atribuían poderes de comunicación con los espíritus del inframundo por ser una criatura nocturna y que vive en el subsuelo. Suficiente para que a la estupidez humana se le ocurriera dictar que eran brujas transformadas. También por su habilidad de escapar ágilmente a sus depredadores y la profundidad de sus ojos. Para la mala suerte de los pobres conejos el precio de parecerse a sus congéneres larguiruchos ha sido muy alto.
¿Recuerdan el cuento de Cortázar que habla de un traductor de textos que vomita conejitos? Leí una interpretación de este cuento y básicamente dice que vomitar conejitos blancos es la representación de las creaciones literarias del traductor. ¡Qué cosa más fantástica y hermosa esa imagen! Aunque tal vez ni siquiera es una analogía a la literatura; con Cortázar nunca se sabía. Es un poco aterrador pensar en que las ideas geniales tengan que ser venidas al mundo de una forma tan angustiante, lo digo por la sensación de asfixia, casi como un parto por la boca.
El conejo blanco de Luis Carroll me da desconfianza por usar ropa de humano y un reloj de bolsillo. Eso no puede significar nada bueno, pero más por su trastorno de ansiedad. Creo que los verdaderos conejos tienen cara de pánico, pero no son naturalmente ansiosos. Sólo hay que ver como se tiran relajados bajo cualquier sombra a su alcance después de comer una zanahoria o un buen tajo de alfalfa. Eso del nerviosísimo se lo podría dejar a una suricata o tal vez a un demonio de Tasmania. Lo más siniestro de la actitud de este conejo es que tenía prisa por llegar al juicio de Alicia y a su decapitación. Para mí es un personaje cobarde y patético. Quizá sea que esa actitud es alusiva a su propia vulnerabilidad ante la muerte que obviamente es la Reyna de corazones. En fin, cada quien se hace sus propias significaciones basándose en sus experiencias. Al final del día casi siempre los conejos llegan, a nuestro plato y crueldad, a tiempo
Mi abuela tenía un libro de cocina de cacería que ahora es mío y es uno de mis tesoros. Es un librito macabro de diez centímetros de alto, pasta dura, hojas muy amarillas, lenguaje e ilustraciones detalladas y muy muy clásicas con letras capiteles rococó. Describe cómo matar y cocinar animales silvestres, entre ellos los conejos. leía los métodos de matanza y eran algo muy alejado de mi realidad, algo muy alejado del sufrimiento.
Fue una verdadera tragedia que no me dijeran para qué estaban destinados los conejos de casa de mi abuela y que ya consideraba míos por el hecho de observarlos, acariciarlos y convivir con ellos. Ojalá no hubiera averiguado de esa manera el lado oscuro de criar conejos. Uno no ve a los conejos con los mismos ojos después de experiencias como las que me sucedieron. El libro de cocina jamás mencionó que el primer paso de cualquier receta de esas es arrancarte el corazón, picarlo en trocitos y lanzarlo a la olla antes de que nada.
Si para mí algo simbolizan los conejos es esa ruptura súbita de la inocencia. El primer espanto de la muerte violenta. El horror me mira desde la ternura sangrienta de los ojos rojos de los conejos blancos. Representan esa parte vulnerable de la feminidad que en ocasiones no sabe defenderse y permite atropellos. Los veo como la representación de la maldición de existir en una sociedad que a las mujeres nos construye víctimas fáciles para muchos abusos hasta llegar al asesinato.
No había visto nunca a los conejos como una fuerza a la que hubiera que tenerle miedo, pero hay que conocerlos bien para darnos cuenta que tienen otras cualidades ¿Alguna vez han recibido una mordida de los poderosos dientes del conejo o una patada de sus musculosas patas y afiladas garras? ¿No? Pues no se los recomiendo porque son cosa seria. Los conejos podrán parecer débiles e inocentes, pero sé que no mueren sin dar batalla.
Las imágenes de la ilustradora mexicana Chiara Bautista me hacen pensar en una dualidad o en una evolución. Dibuja a una mujer que tiene un fuerte vínculo con un lobo negro estelar y conejitos blancos que muchas veces están rodeados de cráneos. Amo esas ilustraciones, me transmiten sensaciones familiares. A veces me veo como una frágil conejita recién nacida, asombrada por todo y confiada de todos. Después veo al lobo, que es sabiduría y astucia conviviendo con esos conejos, pero no como un peligro, al contrario, está a su lado como un compañero protector que disfruta de su capacidad de asombro. Una dupla perfecta. Pienso en el despertar de la fortaleza cuando veo las ilustraciones de Chiara, además de identificar otros aspectos de mi vida con sus personajes.
Los conejos son luminosos. ¿Qué otra cosa lo puede corroborarlo aparte de que su imagen está tatuada en la Luna y nosotros el único lugar en el universo en el que nos reflejamos es en los agujeros negros?
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