Tema laboral, de seguridad social, de planeación para el futuro, de descanso en la vejez… para cualquier profesión o empleo. Escribir es, casi por definición, un autoempleo, una carrera que se elige y que se honra cada día, pero que tiene sus particularidades en esta materia.

Como cualquier labor artística, escribir es, además de un noble oficio, un estilo de vida, así que, de esto, para decirlo con la mayor claridad, uno nunca se jubila. O sea, podría incluso, en algún momento de mi vida, dejar de escribir, pero no por ello dejaría de ser escritor. En mi caso, por ejemplo, si paro de teclear, ya tendría una obra publicada, a la que me debería de alguna forma, en caso de que se siga vendiendo.

Podría no escribir, pero continuar con otras actividades relacionadas, como presentar, dar pláticas, ofrecer talleres, coordinar ferias, generar proyectos, hacer otro tipo de libros. Es apasionante, sí, entonces sería muy difícil dejarlo del todo.

Comprendo que muchas personas sueñen con jubilarse, en especial, quienes contarán con una pensión, o sea, dinero cada mes, después de trabajar 25 o 30 años. Eso me parece admirable, aunque algo ya cada vez más utópico en mi generación. Incluso muchos que optaron por el servicio público o por trabajar mucho tiempo en una empresa están en riesgo de perder su jubilación por algún laberinto del sistema al que sirvan.

Vivimos en México, en Latinoamérica, en el tercer mundo, donde los sistemas de pensiones son complicados, además de que existen otras complicaciones o circunstancias, como escalafones, sindicatos, pleitos internos, despidos injustificados, legislaciones oscuras y trámites interminables.

Cierto, la jubilación y la posterior vida de pensionado parece un derecho para cualquier ciudadano trabajador y comprometido. De alguna manera, nuestros padres nos vendieron esa idea: trabajar mucho durante décadas, hacer un patrimonio para el bien familiar y luego descansar con cierta holgura (y a la vez limitaciones) el resto de nuestra vida, unos 20 o 30 años más. Utopías, repito, en la mayoría de los casos.

Ahora, como artistas, no podríamos sentirnos exclusivos. Hay muchas personas que trabajarán hasta el final, ya sea porque se dedican al comercio, o son informales, o son emprendedores, o cayeron en bancarrota u otro destino.

El punto no es que se pueda o no se pueda, sino que se quiera la jubilación. Sé, claro, que existen interesantes sistemas de ahorro individual, como en Afore en México y otras opciones para, a determinada edad, vivir de lo ahorrado, pero esto, lo sé bien, está limitado a ciertas clases sociales, bajo determinadas circunstancias y, aunque crece este tipo de inversión, aún es mínimo en el país.

Bueno, y un artista sí puede pensionarse en México, sobre todo los que comenzaron a trabajar antes de 1997, en el modelo de pensiones anterior a cierto periodo neoliberal que modificó la ley laboral. En fin. Se puede, si un artista está contratado en una empresa (editorial, digamos) o en alguna área del gobierno (como una escuela) donde tenga dicha opción. Yo no conozco ningún caso, pero debe haberlo.

Mi noción es que no me pienso jubilar nunca porque quiero y planeo hacer esto toda la vida, quizás a los 80 años siga publicando esta columna. Escribir es mi vida, sí, aunque suene absurdo o loco, pues ya ves que el oficio de crear obras artísticas es así, de por sí, ¿no crees?

No jubilarme, escribir hasta el final y antes de morir dictar mi último verso. Volviendo a la actualidad, que no soy joven pero tampoco viejo (acabo de cumplir 43 años), sé que todavía tengo mucho por escribir. Analicemos: llevo 27 años escribiendo, 23 de ellos publicando, y si vivo otros 40 años, eso quiere decir que me queda casi el doble de tiempo como escritor que el que acumulo hasta ahora. No es poca cosa. Si he escrito 30 libros, quiero pensar que en cuatro décadas llegaré por lo menos a cien obras. Es una fantasía, quizás, pero confío en hacerlo, tengo ganas, tiempo y más conocimiento del asunto. Gracias.

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