Sociedad

Santiago, el senderista agradecido


Lectura 6 - 11 minutos
Santiago, el senderista agradecido
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Santiago, el senderista agradecido


Santiago, el senderista agradecido
Fotógraf@/ MÁXIMO CERDIO
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Olvida que has dado para recordar lo recibido.

MARIANO AGUILÓ

Tepoztlán. Santiago Zubiria Lainé, un hombre de 83 años, sobrevivió por dos noches y tres días a los peligros de los bosques en Tepoztlán y Tlayacapan. A más de un año y medio recuerda esos momentos de incertidumbre y da las gracias, de nuevo a las personas que participaron en su búsqueda, extracción y rescate.

Era una caminata de tres a cuatro horas

En su casa de Tepoztlán, Santiago, relata los pormenores de su extravío y rescate:

“Era domingo, 1 de noviembre, y junto con un grupo de 12 caminantes organizamos una caminata corta, de cuatro o cinco horas. Yo llevo recorriendo los cerros desde hace más de 30 años.

Avisé a mis amigos por medio de un mensaje de WhatsApp que yo saldría de Amatlán de Quetzalcóatl y nos veríamos en la cumbre del Cerro de las Mariposas.

Era un viaje muy corto, así que sólo llevaba sombrero, un bastón, la mochila, un machete, 30 metros de cuerda, poco más de tres litros de agua, para mi perro y para mí, un silbato de emergencia, reloj de pulso, mi celular, dos tortas, y algo de croquetas para mi amigo. Iba en pantalones cortos, tenía una playera, una camiseta y una especie de sudadera. Me acompañaba mi perro Otto, un pastor alemán que en ese entonces tenía un año de edad.

A las 8.15 de la mañana dejé mi camioneta en un lugar de Amatlán y comencé a caminar con mi compañero. Fui por el camino de los chalmeros para llegar a un lugar conocido como la Cruz Grande o Las Cruces, que es un punto de referencia: esta ruta la he recorrido muchísimas veces, incluso hemos formado brigadas para recoger la basura que dejan los peregrinos por esa ruta. De la Cruz Grande caminaría rumbo al cerro de Las Mariposas para encontrarme con mis compañeros de grupo.

 

El descuido de segundos le costó dos noches y tres días

En el primer tramo del camino de los chalmeros, rumbo a La Cruz, el arroyo llevaba todavía bastante agua, a pesar de que era noviembre, y había que saltarlo. En algún momento me quedé en una de las márgenes, desorientado, y cuando me di cuenta dije: “para qué regreso, mejor subo hacia La Cruz, para no volver a bajar”. Entonces avancé, y el lugar a donde iba estaba a pocos metros.

Caminé y caminé, y cuando me di cuenta que había caminado mucho sin encontrar la cruz decidí cortar por una vereda: nunca llegué.

 

Mandó mensajes a sus amigos y a su esposa

Miré mi reloj y eran las 11.30 de la mañana. Tomé mi celular y mandé un mensaje a mis compañeros que me estarían esperando en el cerro de Las Mariposas. Les dije que no podría acompañarlos, que me había regresado, y que me encontraba bien, para no preocuparlos.

También envié un mensaje a mi esposa, en el que le decía que iba tardar un poco más en regresar, que no estuviera con pendiente. Yo calculaba que iba a estar en mi casa como a las tres o cuatro de la tarde, para la comida.

En esa zona no había señal, pero el bosque es así, en algunas partes llega la señal y los mensajes salen.

Entonces Otto y yo comenzamos a bajar, tratando de encontrar el lugar del arroyo donde me había desorientado y me había perdido. Bajé y bajé y a mi paso vi lugares desconocidos, pero seguí bajando por mucho tiempo sin encontrar el fondo.

Suponía que mis amigos senderistas me estarían buscando y mi esposa estaría preocupada.

Cada quince minutos, usaba mi silbato de emergencia, pedía auxilio utilizando la clave Morse. Pero nadie respondía.

 

La primera noche

Así me agarró la tarde y después la noche. Me acabé la pila del celular tratando de iluminar mi camino, hasta que encontré un lugar que elegí para pasar las horas sin luz.

Nunca perdí la calma. Sabía que estaba perdido, pero no sabía en dónde. Era cuestión de horas para que yo pudiera encontrar una salida y un camino conocido. Tengo muchos años caminando por esos lugares. Además, fui voy scout muchos años

Desde que me di cuenta que estaba extraviado tuve mucho cuidado dónde pisaba, por dónde iba, sabía que estaría en peligro si me mordía alguna víbora o me picaba algún animal venenoso, si me caía y me fracturaba.

No tengo enfermedades crónicas degenerativas, ni tomo pastillas, así que mi salud estaba bien. Había racionado el agua, pero me quedaba poca.

Estaba cansado, pero no pude dormir. Me encomendaba a Dios. Ni la falta de agua, ni los peligros que podía enfrentar me inquietaban. Me preocupaba mi esposa, las angustias que estaría pensando al saber que no me encontraban.

 

Día de Muertos

Al día siguiente, con la primera luz del lunes 2 de noviembre, día de Muertos, comencé a caminar, de nuevo con mucho cuidado por donde iba. Quería llegar a Amatlán.

Me tomé el último trago de agua que quedaba en mi cantimplora.

Conocí lugares hermosos en los que nunca había estado, imponentes. Pude disfrutar de esas bellezas porque estaba sereno, estaba seguro, tenía fe en que llegaría tarde o temprano a un lugar en donde podría regresar a casa.

Cada 15 minutos, tocaba mi silbato.

Con la cuerda que llevaba pude pasar de un lugar a otro o bajar a una profundidad mediana, o subir, pero sabía que cualquier caída sería fatal, confié en mí, en buscar una salida, lúcido, sano.

A eso de las 5:30 o como a las seis de la tarde vi una cañada y dije voy a ir por acá. Vi unos paredones y a la mitad, en una oquedad, vi a dos muchachas y a un muchacho. Toqué mi silbato, y me vieron. Una de ellas me gritó: “¿Eres tú Santiago?” y le respondí: “Sí, soy yo. ¿Quiénes son ustedes, de dónde vienen?’” y nunca me contestaron. Ellos me tomaban fotos con sus celulares. Estuvimos como cinco minutos, viéndonos, y luego, sin despedirse ni nada, se metieron en la misma oquedad y desaparecieron.

Como ya era tarde decidí quedarme a dormir allí, porque seguramente ellos avisarían que me habían hallado y vendrían por mí. Seguramente aparecerían por la misma oquedad.

A lo lejos se escuchaba que había fiesta. Era Día de Muertos. Yo no podía dormir. Otto se levantaba e iba a explorar cerca de ahí y regresaba a mi lado.

Al día siguiente no vi nada en la oquedad ni nadie que fuera a buscarme.

Como a las 10 de la mañana dije, ‘no voy a pasar aquí el día¡ y comencé a bajar una cañada. Confluía la cañada con el arroyo y con un paredón, con dirección a Amatlán.

Tomé la cañada y caminé cerca de 200 metros, pero ya no se podía avanzar, estaba muy peligroso, cortado a pico, muchos troncos. No me quise exponer y regresé al mismo lugar cerca de la oquedad donde había visto a los muchachos. Ahí estuve sentado, pensando, cerca de la una de la tarde. Me preocupaba mucho mi esposa.

Seguía tocando mi silbato cada 15 minutos. Eran las 2:45, acababa de tocar cuando oí una voz que descendía del cerro:

-¡Su nombre!

-¡Santiago Zubiria!

-¿Es usted?

-¡Sí, soy yo!

-¡Espérese, ahí vamos!

Yo no alcanzaba a ver nada, poco a poco comencé a distinguir a soldados del Ejército Mexicano, eran 10 desplegándose parejos; entonces cuando el perro los vio comenzó a ladrar, y la voz me dijo ‘agarre al perro’ y yo contesté que sí, que estaba conmigo, que no había peligro.

En ese momento me hinqué y le di gracias a Dios que me habían encontrado. Eran las tres de la tarde del día martes 3 de noviembre.

Los soldados bajaron. Los conducía el entonces ayudante municipal de Amatlán, Sebastián Escalante. Él los guio, iba otro joven, un policía municipal, y dos paramédicos de la Cruz Roja, quienes de inmediato me revisaron signos vitales.

El sargento de apellido Caudillo, que comandaba a los soldados, me dio una botella de suero, y me ordenó que me lo tomara despacio.

-¿Sargento, tendrá un poco de agua para Otto?

Entonces el sargento cogió su gorra, le vertió una botella de agua y se la dio al perro, que se la acabó muy rápido, después le dio más agua en su gorra.

Ese gesto me pareció genial, muy humano y le di las gracias por los dos.

Los paramédicos insistían en subirme a una camilla plegable, pero yo no quería, estoy bien, les decía.

Subimos y pasamos por donde había pernoctado, cerca de la grieta donde había visto a los muchachos:

-Ahí habían salido tres muchachos, salieron y se volvieron a meter –dije señalando el sitio.

-No –afirmó Sebastián.

-Yo los vi, me llamaron por mi nombre –insistí.

-Ahí no se puede bajar, es imposible –respondió Sebastián.

Seguimos nuestro descenso hasta Amatlán y por fin llegamos. Me sorprendió ver la cantidad de personas que había ahí. Pensé que era un operativo.

-¿Qué pasó ahí, por qué hay tanta gente?

-Lo están buscando a usted –me contestó Santiago y me explicó que el puesto de mando estaba en Tlayacapan. Ahí había cerca de 200 personas, camiones, camionetas y motos.

Yo quedé muy sorprendido y les di las gracias.

En Amatlán me estaba esperando la ambulancia del ayuntamiento. Una amiga del grupo de senderista, que es médico, me revisó y me dijo que tenía que ir en ambulancia al centro médico de Tepoztlán para que me revisaran bien.

Yo insistí en que quería ir a mi casa en mi camioneta, pero mi amiga me ordenó que me subiera a la ambulancia.

Otto fue trasladado en un camión del Ejército.

Me llevaron al centro médico en donde permanecí cerca de doshoras y media con suero. Allí volví a ver a mi esposa, mi mayor preocupación durante todo el tiempo que estuve perdido. Ella me acompañó hasta que la bolsa de suero se acabó y nos fuimos a casa.

 

***

Mauricio Díaz Salgado, coordinador de Socorros en la Cruz Roja Mexicana en el estado de Morelos y quien fue el responsable del operativo de búsqueda, extracción y rescate del Santiago, en entrevista dio a conocer que las 72 horas siguientes al extravío de una persona son cruciales, porque si sufre alguna lesión o toma medicamentos que no ha consumido, su vida está en peligro.

Explicó que en el operativo de Santiago se desplegaron cerca de 50 paramédicos especializados en rescate de esa naturaleza, y se llevó equipo en ambulancias, camionetas y motocicletas.

“En la Cruz Roja no distinguimos raza, color, posición social, géneros, edad, nunca esperamos que a quienes prestamos el servicio nos agradezcan, que nos premien. Llevo más de veintidós años en la institución y, si acaso, cinco gentes nos han dado las gracias por rescatarlas, una de ellas es el señor Santiago, un gran ser humano. El señor Santiago fue a las instalaciones de la Cruz Roja en Cuernavaca el 1 de diciembre de 2020 a darnos las gracias, nos leyó una carta muy sentida y sincera, yo le saqué copia y le puse un marco, la tengo colgada en una pared, en mi casa”.

En parte del texto de la misiva, se lee:

“Sirva la presente para expresar a usted y a todo el formidable equipo de rescate que usted dirige mi reconocimiento y agradecimiento por la gran labor que usted llevó a cabo los pasados días, 2 y 3 del presente mes para lograr mi localización y rescate, ya que al practicar senderismo en el área situada al Oriente del poblado de Amatlán de Quetzalcóatl desgraciadamente perdí camino y me vi extraviado y sin poder encontrar la manera de salir de dicha zona…

Me permito reiterar a la Cruz Roja mi más mi inmensa gratitud y quedar siempre a sus órdenes…”

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