Dolores Lares, in memoriam
Conocí a doña Lolita a los diez años, la mamá de mi mejor amigo. Fue una mujer de palabras, sabia a su modo, atea y muy crítica de su alrededor. Durante décadas convivimos, yo visitaba a su hijo o iba por él para andar por ahí, jugando, caminando, sobre todo platicando, como hacemos con Pepe hasta ahora. Ella siempre tuvo para mí una gran calidez.
Cuando le dijimos de nuestra intención de ser escritores, en su casa de Civac, se acercó y nos regaló el que considero mi primer consejo literario: “Recuerden siempre que un escritor debe dar testimonio de su época”. Les digo que era sabia. Estas palabras las he repetido en entrevistas, conferencias y presentaciones, las considero ciertas, veamos por qué:
El consejo no solo muestra el gran cariño de doña Lolita, da cuenta de su conocimiento y su cultura, algo admiré en ella. Dar cuenta de lo que ocurre en nuestra época es importante por muchas razones. Vayamos al origen de los textos, de la escritura misma, cuando las civilizaciones plasmaban su historia con símbolos pintados en cuevas, o en tablillas de barro, para luego hacerlo en papiros, cueros de animales, papel y más recientemente en la web.
La palabra es origen, también es registro, memoria: ¿qué pasó en tal o cual tiempo? Pregunte a los artistas con toda confianza, ellos se los dirán. ¿Pero por qué es así? Sencillo: el artista sublima la realidad, elevándola a un nivel más alto, a su mejor forma, a su última consecuencia, o reduciéndola a sus valores o mitos más importantes. Entonces, si sublimamos la realidad, no hay forma de evitarla. Por eso dejamos evidencia, queramos o no, en mayor o menor medida, de lo que nos tocó vivir.
No podría hablar de Bosnia o Ukrania, pero sí de la Ciudad de México, Morelos, Querétaro, Guerrero, del Edomex y otros sitios, así como de lo que ocurre en el país, porque tengo esta perspectiva del mundo y sus fenómenos. La presencia de México inunda mis libros, incluso en historias ubicadas en lugares ficticios o en épocas hipotéticas. La base de mi experimentación es mi patria y mis patrias chicas, donde he vivido con alguna intensidad los años que me ha permitido vivir dios o la fuerza vital que me mantiene presente.
Quiero dejar huella en la gente que me rodea y me lee, obvio, es mi forma de trascender en el mundo. Doña Lolita siempre me preguntaba “¿Cómo está mi escritor?”, pues con los años supo que lo soy, que no abandoné este camino y nunca lo haré, que moriré con una pluma en la mano. Leyó algunos de mis libros, de los que no siempre tenía una buena opinión, y en algo estoy de acuerdo con ella: aún me falta mucho para llegar a la meta que como autor pretendo, porque ambicioso aún soy.
Es bonito que una persona se sienta orgullosa de uno, en especial cuando es la mamá de tu mejor amigo y aquella que te recibió con amor y algún consejo. Mi compromiso es continuar en las letras, dando testimonio de mi vida y de la tuya y de la suya y de la nuestra. No sé qué tanto pueda escribir en los próximos cuarenta años, pero poco no será.
Es importante dar honor a quien lo merece, y en este caso, tras su deceso, quise recordar a Dolores y aquella gran lección que me diera hace ya tres décadas. Quizás te sirva de algo, como autor o lector, y puedas aplicarlo en tu vida: deja registro, alguna huella de tu paso por el mundo. He plantado un árbol, escrito un libro y tenido una hija, que ayer cumplió 17 años, lo cual honro y agradezco, pues sé que su vida florece.
Un último consejo me deja Lolita con su partida y es que la vida sigue y hay que vivirla con alegría, amor, amistad y pasión, porque es corta o larga, pero es de uno. Gracias por tanto, querida.
Mi pésame también para mis amigos Ana Gutiérrez y Álvaro Mejía y para sus familias por el reciente fallecimiento de sus seres queridos.
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